* Jean Meyer *

El prisionero del Cáucaso

Así se llama uno de los poemas más famosos de Alexandr Pushkin. Como dijo Dostoyevski "todo nos viene de Pushkin". El pueblo ruso es hoy el prisionero del Cáucaso, y lo es también su presidente interino Vladimir Putin. Pushkin escribió ese poema narrativo en 1821: "La acción de mi poema se desarrolla a orillas del ruidoso río Térek, en los desfiladeros del Cáucaso", en los lugares precisos en donde mueren hoy soldados rusos y chechenos.

"Fatigado el cosaco se reclina/ en su lanza y sobre ella se adormece. /Cosaco, šalerta!, que en lo oscuro acecha, /Escondido, un checheno junto al río".

La presente es la cuarta o la quinta guerra de Chechenia: una o dos, interminables, en el siglo XIX, cuando los rusos realizaron a un costo altísimo la conquista de la comarca; una guerrilla en los años 20, contra el poder bolchevique; la deportación en masa de la nación en 1944, en tiempos de Stalin, con la tenaz resistencia de una larga guerrilla; la guerra de 1994-1996 y la que empezó en septiembre de 1999.

Sigue muy oscura la historia de las relaciones entre Moscú y Grozny de 1991 a 1994. Lo único claro es que los chechenos se habían dividido y que la ofensiva rusa de diciembre de 1994 fue una guerra postelectoral. Derrotado en las legislativas de diciembre de 1993 por los pardirrojos, por los nacionalistas, Yeltsin creyó que una "breve campaña victoriosa" le permitiría recuperar su popularidad perdida. La demagogia no funcionó y la guerra impreparada fue tan atroz como desastrosa. La tregua de agosto de 1996 tapó mal la realidad de la derrota.

La segunda guerra ha sido y sigue siendo prelectoral. El gobierno no pudo quedarse con los brazos cruzados cuando Shamil Basayev atacó dos veces la república de Daguestán, Estado de la Federación de Rusia. Contra lo que pueden pensar los maquiavelos de gabinete, esa agresión no la organizó el Estado ruso; se trataba de un asunto de national credibility, como se dijo en Washington, a la hora de decidir, finalmente, de bombardear a Milosevic. Ciertamente, luego, se encontró en esa guerra una oportunidad fabulosa para montar una gran operación política. Y es que, a diferencia de la primera, la segunda guerra resultó muy popular en Rusia.

Así nació la meteórica popularidad del desconocido Putin, así ganó su gobierno las elecciones parlamentarias de diciembre, así se le abre a Putin el camino hacia la Presidencia. Pero el probable futuro presidente se encuentra ahora, como su pueblo, "prisionero del Cáucaso". Esa guerra ha crecido y se ha prolongado. De "operativo antiterrorista", se ha transformado en reconquista y negación de una eventual independencia de la pequeña república. La guerra durará, por lo menos, hasta el 26 de marzo, y más si es necesaria una segunda vuelta para las presidenciales. Durante esos dos meses, si no se puede lograr la victoria ųlo que se antoja imposibleų se evitará cuidadosamente la derrota y un número demasiado grande de bajas. Después... el presidente electo tendrá que escoger entre la guerra total contra una guerrilla capaz de resistir años y la negociación con los "terroristas", "bandidos", "rebeldes". Y después, si es que se logra alguna paz, con o sin independencia, rusos y chechenos seguirán condenados a vivir juntos, como los franceses y los argelinos, después de la trágica guerra de Argelia.

A casi 40 años de la independencia son más numerosos que nunca los argelinos que viven en Francia. La tercera parte de la nación chechena, si no es que más, vive hoy en las grandes ciudades de la república rusa y no tiene la menor intención de volver a Grozny. Dos naciones, aún enemigas, no conviven juntas durante siglos en vano. Eso vale no sólo para Chechenia, sino para todos los pueblos del Cáucaso.