Luis Linares Zapata
Escándalo e Iglesia
Las campañas electorales son momentos propicios para generar escándalos difusivos y quiebres de destinos. Algunos candidatos, ávidos de figurar, hasta los provocan. Se piensa que alcanzar las primeras planas de los diarios, acaparar tiempos de la radio y llenar las imágenes televisivas es, en sí mismo, un logro nada despreciable. Vicente Fox parece seguir estas huellas y dudosos postulados de una mercadología de bolsillo. Y, para ser justos con el agigantado abanderado del panismo, lo está logrando con bastante ventaja sobre sus competidores. Los casos de sus desplantes frente a las decisiones del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y su comparación de la Iglesia romana y el PRI son simas sobresalientes al respecto.
En efecto, ha logrado suficientes líneas ágata en los diarios y revistas así como envidiables tiempos de radio y televisión. Otra cosa es que todo este esfuerzo de su equipo de comunicación, y de él mismo, lo conduzca a solidificar o a ensanchar las simpatías del electorado para que depositen en las urnas el ansiado y caro voto por su causa. Los calificativos endilgados a los magistrados electorales son por completo inmerecidos. No puede un político, o alguien que aspire a serlo, referirse en términos tan despectivos (marranadas) hacia los actos de un tribunal por más afectado que haya sido con sus dictámenes. Menos aún si tal hombre público pretende la Presidencia de una nación. Pero Vicente Fox se manifestó, al terminar el escándalo que provocó, más que satisfecho por los seis puntos porcentuales logrados en las encuestas. Las discordancias con la imagen deseable para un candidato que Fox ha ido sedimentando en la mente colectiva ya lo hacen un referente común para las boconadas, los tropiezos y los dislates escénicos. Le han propiciado atención privilegiada de los medios y hasta cierta simpatía, pero el desconcierto y la desconfianza hacia su persona y capacidades para gobernar van en aumento geométrico. Al final y hasta en medio de la contienda, esto será un fardo que lastrará sus posibilidades de alzarse con el triunfo. Con mucho mayor seguridad provocará su estrepitoso derrumbe.
La comparación entre los efectos negativos y asfixiantes que las Iglesias resienten por el tamaño e importancia de la Iglesia Romana Católica con lo que experimentan los partidos de oposición respecto de similares condiciones del PRI, puede ser discutible pero no es una locura en sí misma. Lo problemático es que la comparación la haga él y durante una campaña donde el apoyo y las simpatías de los ministros de culto se piensan cruciales. Sobre todo considerando a ésa, supuestamente numerosa, parte del electorado por ellos influenciada. Los curas, y principalmente los obispos católicos, resintieron las palabras de Fox y también las comparaciones con el PRI. Resintieron, además, haber sido catalogados de opresores agentes sociales para el accionar y desarrollo de las demás Iglesias. Pero se han contenido en sus advertencias, distinciones y reclamos. No quieren soltar las amarras que con ahínco han formado durante tantos años con el PAN: un partido de sus marcadas preferencias y abundantes apoyos. No en balde los colores de su emblema; ni los sabidos usos pasados del púlpito para las arengas a su favor; las cartas y circulares cargadas de sutiles consejos; y las consejas y consignas para favorecer y sufragar por el PAN que se hacen desde las sacristías a las múltiples agrupaciones formadas por los feligreses alrededor de los intereses de la Iglesia romana.
Claro que ha habido recriminaciones airadas. El obispo de Cuernavaca es un ejemplo de la afectación sufrida pero hecha explícita. Este personaje exigió que no se juzgue a la Iglesia sin tener una formación teológica. Ya habrá tiempo para solicitarle contar con un doctorado de Yale para que opine y critique las políticas financieras del gobierno, que tenga una maestría en medicina para juzgar las campañas de vacunación en su estado, un título nobiliario para enjuiciar al reino de este mundo o un diplomado del Cisen en seguridad pública para exigir eficacia en el combate a la delincuencia. Pero detalles aparte, los desplantes de Fox ya no sólo preocupan a los panistas de rango y prosapia, sino a todos aquellos que podrían alentar esperanzas en su triunfo. A los que no desean verlo sentado en el despacho de Los Pinos, sitio al que ansía llegar, lo que viene sucediendo los llena de tranquilidad y hasta regocijo. Ya se verá el efecto en las dichosas e indispensables encuestas y, en especial, en las urnas.