Bernardo Bátiz Vázquez
Pillerías y pruebas
Los abogados sabemos lo difícil que es probar en juicio los hechos que se afirman o se niegan en las demandas y en las contestaciones de los juicios civiles o los que sirven de fundamento para una acción penal. Más difícil es probar cuando no hay buena fe y, a propósito y desde posiciones de poder, se ocultan, se mutilan, se distorsionan las huellas de lo acontecido, se esconden documentos, se borran vestigios.
Exigir pruebas de las pillerías cometidas es una forma fácil para los poderosos de contestar las acusaciones que se les hacen por actos cometidos cuando estuvieron en el poder porque desde sus altos puestos es posible hacer grandes negocios, bajo la sombra de los cargos, y aun ocultar fortunas porque todo a su alrededor les es favorable.
Los documentos que podrían comprobar los hechos indebidos están en archivos bajo su control y los testigos posibles son sus subordinados y dependientes cuando no sus cómplices y, si se hace necesario elevar o disminuir cifras, maquillar auditorías o lavar dinero, cuentan con amigos, influencias, recomendaciones u órdenes para ello.
Por eso resulta insultante a la inteligencia (aun cuando es de reconocerse el aplomo y el amor filial), el que se pare en una rueda de prensa del candidato Camacho Solís, un hijo de Raúl Salinas de Gortari, precisamente a pedir pruebas de las acusaciones que en contra de su padre ha hecho el candidato.
Las pruebas las pueden obtener, eventualmente, los agentes del Ministerio Público, los policías judiciales, los peritos en criminalística, pero no los ciudadanos comunes y corrientes, y lo que Camacho afirmó, según el oportuno reportaje de Víctor Ballinas, fue que "se citaba con insistencia", es decir, que corría la voz entre los políticos del sexenio pasado, se mencionaba, se decía, se sabía lo que hacía el ahora sentenciado Raúl Salinas, pero también se sabía entonces, que nadie, si no fuera el Presidente mismo, tendría el poder de mover la maquinaria judicial en contra de su hermano y no lo hizo. De eso acusa Camacho a los dos hermanos y eso debe considerar el joven Juan José, que en puridad, lo que debió haberle echado en cara al candidato del Partido de Centro Democrático fue su complicidad al no renunciar cuando se enteró de lo que ahora acusa.
Las pruebas aparecieron después de terminado el gobierno pasado, con otro presidente y otro procurador; se encontraron cuentas fabulosas en el extranjero, depósitos inexplicables, identificaciones falsificadas y otros elementos que han permitido mantener en la cárcel al acusado y dejar en la opinión pública una certeza de que lo dicho por Camacho, que no es sino una repetición de lo que dice todo el mundo, es cierto.
Cuando alguien es acusado públicamente y su respuesta no es un no contundente y enérgico; cuando no se responde con un mentís claro y preciso, sino con un condicionante: "a ver, pruébamelo", las cosas entran al terreno de la duda y al resbaladizo de los litigios en los que, como se sabe en el foro, las mejores pruebas son las preconstruidas y los peores testigos son los auténticos porque a la distancia pocos recuerdan con precisión fechas, cantidades, circunstancias y, con el tiempo, las computadoras quedan en blanco y los artículos desaparecen.
Los fraudes al erario son como los antiguos fraudes electorales, casi imposibles de probar porque los del partido beneficiado con ellos, eran también los jueces, los testigos y los que levantaban las actas. Eso cambió o éstas cambian en el mundo de las elecciones; esperamos que empiece a cambiar en el mundo de los dineros públicos.
Por lo pronto recordaremos lo que dijo Christlieb a un secretario de Gobernación, cuando éste exigía pruebas de una mapachería electoral: "los acuso de pillos, no de tarugos".