Ť México mágico, año 2000, en el Sergio Magaña
Resulta mejor abandonarse al encanto que indagar los trucos
Ť Jack El Duende consumió su tiempo en concursos
Yanireth Israde Ť Los objetos se esfuman ante la mirada atónita de los espectadores, cambian de sitio, se achican o agrandan, alteran su color y el público intenta abrir bien los ojos para descubrir el truco, explicar la proeza de hacer invisible una bella mujer o sacar de la nada una paloma o un conejo. Imposible averiguarlo. Más vale abandonarse al encanto.
Los magos saben hacer lo suyo y la sorpresa, seguida de la ovación, atrapa al auditorio del viejo teatro Sergio Magaña.
Es la segunda de las exhibiciones que se realizan como parte del programa México mágico, año 2000, que ofrece una función semanal de magia durante enero y febrero.
Familias completas nutren la fila el domingo por la tarde. Y mientras los adultos se forman, los niños preparan la fuga para encontrarse con el mago Delhi, que muy cerca de la entrada oferta productos para aprender juegos de presdigitación y enseña a los curiosos una breve muestra de sus habilidades: desaparece pelotitas, multiplica conejos de espuma y cambia las figuras de poker ante los incrédulos asistentes.
En el teatro se reúnen unas 200 personas, listas para deleitarse con Jack El Duende, Ekira y Karen, Rolando y Ednovi, quienes integran el programa de ese día. Vendrán dos horas de función y un espectáculo que transcurre con sus asegunes.
Jack El Duende es el primero. Convoca a los niños del público; el tiempo se consume en concursos y de magia hay muy poco. Especialista en torcer globos y hacer figuras con ellos, el joven cede el escenario a Ekira y Karen, pioneras en la ''magia prehispánica", como se anuncia.
En medio de danzas y tambores, ataviados con penachos y cascabeles, salen sus acompañantes, los que ejecutan una danza introductoria. Luego extienden una sábana de plata de donde misteriosamente brota una maga; la otra hizo su aparición antes.
Con el suspenso de los tambores, que nunca dejan de sonar, un danzante quema sus pies en el fuego del pebetero, sin inmutarse. Prosigue una sacerdotisa y permanece suspendida en el aire hasta que le extraen un corazón de plástico del que sale volando la tradicional paloma blanca.
Desfile de máscaras
La segunda mitad del espectáculo, después de un breve intermedio, corresponde a Rolando, ''el mago que quita el estrés, el escuatro, el escinco".
Rolando sale con su cauda de chistes -originales unos, bobos otros- pero eficaces todos para encender el ánimo del respetable. Mago experimentado, presenta un programa que también incluye la desaparición de objetos y con la ayuda de entusiastas niños que se desgañitan por participar, realiza un desfile de máscaras para caricaturizar los rostros de enojo comunes en papás y mamás.
En otro momento divierte con una cuerda que no se deja cortar -las tijeras son las que se rompen- y hasta ejecuta actos de ventrílocuo. Y para cerrar, convierte una bola de fuego en un tejón. No dice adiós sin aparecer su conejo de ojos rojos.
Viene después Ednovi, con una presentación breve, brevísima, y que deja al público con el antojo de ver más.
La plasticidad de su austera escenografía resulta deleitante y la participación de dos pequeños magos, hijos de Ednovi, ponen el ingrediente que hará conmovedor su acto. En ésta, la parte final de la actuación, participa toda la familia del mago, que surge de la nada.
No hay exhibiciones espectaculares, se nota que el presupuesto es apenas el indispensable, sin embargo México mágico, año 2000 -patrocinado por la Federación Latinoamericana de Sociedades Mágicas y el Instituto de Cultura de la Ciudad de México- cumple el cometido de llevar la fantasía a un público más amplio, en especial a los niños, quienes salen con la sorpresa en la cara y las ganas de desaparecer el mundo entre sus manos.
El próximo 23 asistirán Eddie Alex, Misterix, Alfonso el Mago, el Mago Argós y Leonardo Trebolé.
(Las presentaciones se efectuarán todos los domingos de enero y febrero, a las 17:00 horas, en el teatro Sergio Magaña, calle Sor Juana Inés de la Cruz 114, colonia Santa María la Ribera. La entrada cuesta 30 pesos.)