benitez-3Fernando Benítez 

  

Carlos Fuentes* 

  

Conocí a Fernando Benítez en la vieja librería Obregón de la avenida Juárez en 1955, y lo primero que hizo fue regañarme. Acababa de publicarse mi primer libro, los cuentos de Los días enmascarados. "No te andes creyendo que ya eres un escritor", me amonestó este hombre pequeño pero enérgico, con una mirada azul capaz de desbaratar a sus contrincantes, de no ser por la mediación de los benévolos espejuelos. "Con un librito de cuentos no se salva nadie". 

Como desde el primer día de mi vida literaria sé que un escritor no llega, nunca, a serlo plenamente, le agradecí sus palabras a Benítez. Nuestra amistad a lo largo de casi 40 años no ha conocido una sola nube. Hemos compartido los mismos gustos sensuales y políticos aunque no siempre los literarios. Desde las páginas de Novedades primero y más tarde en las de la revista Siempre!, unomásuno y La Jornada, coincidimos siempre en una doble apuesta: por una izquierda libre y por una literatura libre de trabas nacionalistas. Digo que, a veces, literariamente, divergimos: Fernando gusta más de lo clásico, yo de lo experimental. Pero en el refugio de su amistad y la de Guillermo Haro en Tonantzintla, escribí dos novelas y me atreví a someterlas a las críticas, casi siempre implacables, de mis dos amigos mayores y de los compañeros de mi generación que acudíamos a ese seminario ininterrumpido que fue el Observatorio Nacional en los años cincuenta y sesenta. 

Las batallas libradas por Fernando fueron incontables, por toda nación latinoamericana injustamente agredida, por la libertad de España y contra Franco. Los suplementos culturales dirigidos por Fernando fueron generoso asilo de la emigración española y, más tarde, de la sudamericana. Una foto sumamente dinámica muestra a Benítez enfrentándose al entonces jefe de la policía metropolitana que quería impedirles a los republicanos españoles manifestarse contra la visita de Eisenhower a Madrid ante la embajada estadunidense en el Paseo de la Reforma. 

En medio del maniqueísmo aplastante de la Guerra Fría, con Fernando abandonamos en masa el diario Novedades cuando nuestra defensa de la soberanía cubana chocó con los intereses de los dueños del periódico. Recibidos por José Pagés Llergo en la revista Siempre!, mantuvimos la postura  de no sumarnos nunca ni al "Mundo Libre"" ni al "Imperio del Mal", sino defender, parejamente, a Guatemala contra la invasión patrocinada por la CIA y a Hungría contra los tanques soviéticos; oponernos por igual a la guerra norteamericana en Vietnam y a la ocupación de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia. Hoy que la Guerra Fría ha terminado, creo que semejante equilibrio, nada fácil en el México de la época, ha quedado ampliamente vindicado.  

En 1961, Fernando encabezó una expedición al estado de Morelos para investigar y denunciar la muerte del líder agrarista Rubén Jaramillo y su familia. Nos costó el enojo del gobierno lopezmateísta pero en cambio ganamos el apoyo, memorable, de José Pagés Llergo. Junto con Fernando, defendimos a los muchachos del 68, a José Revueltas, y a Octavio Paz cuando renunció a la embajada en la India y fue zaherido de manera infame por el presidente Díaz Ordaz, su gobierno y los medios de información. Tlatelolco nos marcó profundamente y quizá temimos en exceso que derivase hacia un gorilato mexicano: la argentinización del país. El apoyo que le prestamos, para evitar esas catástrofes, a la política de Luis Echeverría, nos costó severas críticas a Fernando y a mí. Pero en las publicaciones dirigidas por Benítez, la crítica fue continuada y profundizada por escritores como Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco y Gabriel Zaíd. Y, en pro o en contra, creo que todos mantuvimos vivo el debate público, la confianza en la sociedad civil y en el destino democrático de México, así como el derecho a la opción política sin satanización. 

A todos les dio espacio Fernando Benítez. Vasconcelos y Lombardo. Alfonso Reyes y Adolfo Sánchez Vázquez. Elena Garro y Elena Poniatowska. El ejemplo de pluralismo dado por Benítez entre su dirección del suplemento cultural de El Nacional y el de La Jornada, no admite comparaciones y contrasta con el falso pluralismo de derecha en el que no es admitida ninguna voz que disienta con el papa o con sus dogmas. La diversidad y la apertura patrocinadas por Benítez han sido, durante 50 años, el honor de una izquierda en otras ocasiones míope, díscola, sectaria. En un mundo sin iglesias comunistas, el pensamiento promovido por Benítez será el terreno de donde surgirán las mejores respuestas a un capitalismo ideológico cuya victoria pasajera, y también sectaria, carece de soluciones para los grandes temas del desequilibrio económico y de la injusticia social. Pues Benítez no sólo le dio voz a los intelectuales, que de todos modos la tienen, sino a quienes, radicalmente, han sido desposeídos de ella: los indios mexicanos a los que Fernando dio verbo fiel, imaginación deslumbrante, presencia real y prolongación en nuestros propios sueños: los de sus lectores. 

Más allá de los debates políticos y literarios, sin embargo, lo más entrañable de Fernando Benítez ha sido su figura humana, su gracia, su ingenio, su respuesta rápida, su capacidad para la alegría, el gusto de las mujeres, el corazón de izquierda con vientre de derecha, claro que sí: la afirmación de todo lo que da vida, el rechazo de todo lo que conlleva muerte y la tenaz actitud cotidiana de darle lo mejor a todos y de evitarles, a la mayoría, lo peor también. 

Hombre de humor, alfiler de globos pretensiosos, hombre de cóleras pasajeras y de ternuras largas, paradigma de la lealtad hacia sus amigos, ser humano incapaz de negar el vínculo personal en nombre de la abstracción ideológica, Fernando Benítez cumple hoy 80 años y sigue siendo el más joven de todos. Ya sabemos que hay hombres que envejecen mal, otros bien. Fernando, como Buñuel y como Cardoza y Aragón, es de los que se vuelven mejores con el tiempo. Nunca ha traicionado a nadie: éste es uno de los secretos de su lozanía. El otro, es que nunca se ha rodeado de cortesanos, sólo de amigos. 

Me enorgullezco de ser uno de ellos. Me alegro de haber vivido la vida al lado de Fernando Benítez. Valió, por ese solo motivo, la pena. 
 

*El texto anterior fue escrito por Carlos Fuentes y publicado en La Jornada el 16 de enero de 1992, con motivo del cumpleaños 80 de Fernando Benítez.