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UN HIJO DEL SIGLO 
  José Emilio Pacheco 

  

Nace con la Revolución Mexicana y en Plateros, la avenida más capitalina de la ciudad. Muy niños ve desde el balcón de su casa a los zapatistas y, a dos cuadras de allí, observa a Francisco Villa cambiar el nombre que perduró tres siglos. En adelante la calle tendrá el nombre de Madero. 

benitez-2-recorteAdolescente, pasa los fines de semana en el rancho de El Altillo con sus amigos Guillermo Haro y Hugo Margáin. Conocen lo que nadie más volverá a ver: el Pedregal, el río Magdalena con sus cascadas, el Ajusco verde azul, emperador de la transparencia del Valle. 
 

Crece en un medio que por alguna todavía desconocida razón ha sido en todas partes el mayor vivero de escritores: una familia aristocrática arruinada. En el país mestizo será difícil encontrar alguien tan criollo como él. Pero también hereda una tradición liberal: su bisabuelo Gutiérrez Zamora fue el gobernador que alojó a Juárez en Veracruz y resistió los dos asedios de Miramón. 

Muy joven escribe poemas. Uno de ellos, hecho a los 17 años, figura en las antologías de poesía guadalupana. Empieza su carrera periodística que se prolongará siete décadas en Revista de Revistas. Ya está presente en sus artículos su destreza narrativa y su pasión por la historia  mexicana. 

Es reportero estrella de El Nacional en la época de Cárdenas. Son innumerables sus crónicas y entrevistas de estos tiempos. Su primer libro, Caballo y dios, no ha vuelto a ser impreso ni releído. Contiene algunos relatos que mezclan ficción y realidad, como no se usaba entonces. 

foto- 8- benitezEl y Octavio Paz cubren para las publicaciones del país la creación de la ONU en San Francisco. Dirige El Nacional. Se pelea con Ernesto P. Uruchurtu, subsecretario de Gobernación. Renuncia. Queda desempleado. En 1949 aparece como director de México en la Cultura, suplemento de Novedades. 

Todo el medio siglo posterior estará dominado por los suplementos que él dirigente: porque a México en la Cultura siguen La Cultura en México, Sábado, La Jornada Cultural. Conmueve pensar que en su adolescencia iba a leerle a Luis González Obregón, el cronista ya ciego de la ciudad, discípulo de Ignacio Manuel Altamirano y compañero de Gutiérrez Nájera y Micrós. Fernando Benitez es el lazo de unión entre aquellos y los más jóvenes, ahora también un gran número de mujeres, que empezaron a escribir en La Jornada. 

En la última década no han faltado los reconocimientos. Aun así, estoy seguro de que hemos sido injustos con él, sobre todo los más próximos, como yo que empecé a trabajar con él a los 18 años. No nos hemos dado cuenta de su inmensa labor en los suplementos. Y es difícil hacerlo porque no existen, o no están disponibles, colecciones independientes: para consultarlos es necesario manejar centenares de tomos. 

Tampoco creo que hayamos sabido apreciar la admirable prosa narrativa de tantos libros como La ruta de Hernán Cortés ?que este año cumple su medio siglo- y Los indios de México, la gran serie que coincidió en el tiempo con Mailer, Capote y Wolfe, y representa para nosotros la cumbre del New Journalism. 

Fernando Benítez, hijo del siglo veinte mexicano, también ayudó a crearlo como muy pocos otros. Todos estamos en deuda con él. Ha llegado el momento de reconocerlo y darle las gracias.