Elba Esther Gordillo
No retorno
Lo peor que puede suceder a un conflicto, cualquiera que sea su naturaleza, origen, o incluso legitimidad, es quedar atrapado en la inmovilidad, ya que a los costos, de por sí altos en cualquier problema que privilegia la polarización y el enfrentamiento, se sumará el deterioro de la confianza social en sus instituciones.
El conflicto en la UNAM tiene ya una larga historia y un denominador común: la falta de creatividad de las partes involucradas para encontrar la salida y superar los falsos dilemas que han sido la constante.
Si nos preguntamos las razones que llevaron al conflicto y las demandas de quienes consideraron la confrontación como el camino para resolverlo, seguramente no atinaremos a encontrarlas, dado que a lo largo de nueve meses los argumentos se han desdibujado, y las razones, que sin duda existieron, han quedado convertidas en protagonismos vacuos y en discursos que nada dicen.
Un hecho es cierto en esta patética situación: los próximos días serán el punto de no retorno del conflicto, y el plebiscito convocado por el rector De la Fuente determinará lo que habrá de suceder en el futuro de la Universidad Nacional y, al mismo tiempo, de la credibilidad en una de sus más importantes instituciones.
La apatía de la comunidad universitaria, que sin lugar a dudas clama por el restablecimiento de la vida académica, se explica justamente por la desconfianza que existe acerca de que la UNAM sea capaz de superar la situación, haciendo que el prestigio acumulado a lo largo de la historia cobre actualidad al enfrentar con pertinencia su tiempo y circunstancia.
Es deseable que al plebiscito acudan muchos más de los 100 mil universitarios que el rector señala como meta deseable en términos conservadores, ya que ello no significará necesariamente derrotar los argumentos del CGH, sino que representará un claro mandato para buscar las soluciones que la UNAM reclama y que son mucho más profundas que las hasta hoy abanderadas.
La crisis profunda de la UNAM no data de los últimos nueve meses, se remonta mucho tiempo atrás, cuando la realidad caminó mucho más rápido que la imaginación para enfrentarla. El desplome de su calidad académica es producto de su masificación, de la falta de opciones para cumplir con el mandato de atender el derecho social a la educación superior, sin que ello implicara la descomposición académica; de que la movilidad social fuera el resultado de la pertinencia del sistema educativo en otros niveles y opciones, y no estuviera anclada al mito universitario.
Las condiciones creadas o surgidas por el movimiento de huelga, y alentadas por la incapacidad para entenderlo y enfrentarlo, dan la gran oportunidad para ir más allá. Es el momento de aceptar con valor y seriedad que nuestra máxima casa de estudios reclama de una cirugía mayor, un replanteamiento a fondo de sus razones fundacionales y del instrumental que requiere para honrarlas; es momento de entender su proyecto a partir de su historia; de valorar sus méritos históricos en función de su vigencia.
El plebiscito debe ser el inicio de un gran movimiento social que se haga las preguntas correctas para encontrar las respuestas correctas, de no tener miedo a los problemas y estar siempre inconformes con las soluciones encontradas. De entender que el mandato rector del saber es hacer de la duda la razón de su búsqueda. Estamos a tiempo... apenas a tiempo.