La Jornada lunes 17 de enero de 2000

León Bendesky
Resultados económicos

Hoy existen apreciaciones sobre el estado de la economía mexicana que se parecen mucho a aquéllas que había cuando empezaba el último año del sexenio pasado. Hay quienes sostienen que la economía está muy bien "manejada". Y es que el gobierno se dispone, otra vez, a administrar su salida en condiciones que parecen sobresalientes después del fiasco que llevó a la crisis de finales de 1994.

Esta es una verdadera luna de miel: inflación baja e incluso menor a la proyectada por el banco central, tasas de interés menores a 17 por ciento, el peso fuerte como en sus mejores momentos y por debajo de la paridad de diez por dólar, que se ha vuelto una especie de marca referencia, y todo esto con una economía en crecimiento, especialmente por el efecto de las exportaciones.

Los analistas financieros más extrovertidos no pueden ocultar su satisfacción con la gestión económica, y dicen con la boca llena que aquéllos que invirtieron en el índice de la bolsa de valores ganaron el año pasado 80 por ciento. Este es, sin duda, un buen premio ofrecido por la confianza que "el mercado" otorga al programa económico. Esa ganancia está sustentada en buena medida en un entorno financiero que ha favorecido la especulación por encima de la inversión productiva y de la rentabilidad de muchas de las mismas empresas que cotizan en la bolsa. Pero la misma baja inflación que contribuye a la reducción de los intereses y al destino de los recursos a la bolsa está basada en dos factores. El más evidente y sobre el cual se pone una mayor atención es el tipo de cambio.

Este funciona de modo efectivo, igual que hace seis años, como una ancla de los precios, y esto a pesar de que ahora la economía opera con un régimen cambiario flexible. La contención de la devaluación no está dada por la mayor productividad interna que sirviera para elevar el estado general de la eficiencia del sistema económico o para reducir el monto de las importaciones, sino que en ello cumple una función relevante la escasez de liquidez derivada de la caída del crédito y los controles impuestos por el banco central.

El otro factor que no atrae la misma atención es el salario, que se mantiene bajo control para evitar cualquier presión de costos sobre el nivel de los precios. La caída de los salarios mínimos durante esta administración es de alrededor de 20 por ciento. Y el mínimo sigue siendo una buena referencia de las condiciones del ingreso de la mayoría de los trabajadores, puesto que 95 por ciento de los asalariados recibe un equivalente máximo de hasta cinco salarios mínimos, es decir, alrededor de 5 mil pesos al mes (véase el cuarto Informe Presidencial, 1998). Esta es la otra ancla nominal de la inflación y se mantiene de manera férrea para que no se desarregle el proceso de estabilización, especialmente en este año de elecciones. El asunto es serio, como se comprende. De una parte por las restricciones al bienestar de la población derivada de los bajos ingresos; por otra, debido a la restricción que ello impone a la recuperación del mercado interno y, finalmente, por los desencuentros sociales y políticos que esto acarrea. Así, para el líder en turno de Coparmex el aumento de 10 por ciento a los salarios mínimos concedido este año es suficiente, aunque no dice bajo qué criterio, no sólo económico sino hasta ético, elemento este último que es siempre tan usado en el discurso patronal.

Así, también, el secretario de Comercio dice, por ejemplo, que el aumento del precio de la tortilla es un asunto privado, aunque involucre al alimento esencial de la población más pobre que, según estimaciones del propio gobierno, es del orden de 40 millones de personas. Pero eso debe ser, por supuesto, responsabilidad de otras dependencias oficiales y no del responsable del abasto y el control de los precios, que vive deslumbrado por sus propios éxitos en las negociaciones internacionales que sí dan brillo al currículum.

El asunto pendiente es si puede sostenerse el escenario financiero tan favorable que se ha creado con el ajuste económico impuesto tras la crisis de 1995. En el mediano plazo, que para efectos de esta economía puede ser un año, la actual caída de la inflación puede ser otra vez una victoria pírrica, hecho que depende de que se hayan sentado ya las bases para que la economía funcione en condiciones de eficiencia tales que puedan crecer a las altas tasas requeridas y sin presiones en los precios, ya sean de origen interno o externo. En el corto plazo, que puede ser de unas cuantas semanas, las tensiones que se crean entre el valor del peso frente al dólar, por un lado, y las tasas de interés, por el otro, pueden haber llegado ya a su límite, que hoy se establece por debajo de 7 por ciento de rendimiento real, nivel fijado en el Presupuesto de Egresos para 2000. No es previsible que las tasas de interés de los Cetes sigan cayendo sin que se fuerce un alza en la cotización del dólar. Presionar a esta economía a bajas tasas de inflación con medidas monetarias y salariales es insostenible.