Hermann Bellinghausen
Todo un rumbo: divagación
1.El mapa extendido en el suelo indica lo mismo norte que sur. Confuso porque casual, no revela nada en particular. Hay tantos mapas. Mayor precisión la de los rayos del sol, que las montañas devoran así nada más. Eso sí es real. Digo, el mapa es |hoja de papel, volando en caso de viento, hasta cansar, si no la hoja, sí los ojos que se obstinan mirándola. Los horizontes en cambio no se cansan. No pueden. Te imaginas que pudieran. Adónde iríamos a parar. "Señoras, señores, hoy no habrá función, los horizontes están cansados". Eso no puede ser, de plano.
Imagina ahora un camino tan largo y tan suave. No sabes dónde comenzó pero sí a dónde va.
Ahora imagina que no hay camino pues has llegado. Ahora no imagines nada y échate nuevamente a caminar.
En la confusión del movimiento hay un espejismo por causa de la velocidad. No sabes cómo ni cuánto ni por qué va.
(Recuerdo una casa, y un ático en ella, y los vidrios cubiertos por una cortina de partituras. Entonces llevo una bufanda negra ilustrada con partituras escritas en blanco. Cuello y ventanas tienen ganas de cantar).
2. Los cañaverales se extienden, tibias cabelleras verdes y amarillas que tampoco abandonan las ganas de ponerse a cantar. Muerdo caminos con la única constancia de escalar este continente y es poco si algo lo que desentrañamos en la inocencia del viaje sin rumbo que es ya todo un rumbo. ƑSuena vago? Suena. Vagos, todos por acá. A nadie le gusta trabajar si no es por propia voluntad.
El sol me pega sólo en el brazo izquierdo todo el trayecto de la tarde. Sin curvas ni rodeos, la inclinación del sol invernal y el carro a lo que da.
(Recuerdo las romboidales ventanas ávidas de una luz que intentan capturar con sed de más y más. ƑSabes qué es lo que brilla afuera? Llamémoslo libertad ƑQue cual? La única que importa, la que hay. Es decir, la que habrá para todos. No aceptará medias tintas ni vacíos que necesiten merecer esta vacía inmensidad que es, o no será).
3. Flecha del sur que atraviesa el vacío de los hombres por llenar. Ese vacío de ropas sin cuerpo, de vasos por rebosar, de sed sin saciedad. Vacío de muros sin casa, de ventanas al otro lado de la luz. Flecha del norte, vacío que atraviesa los ojos del hombre y le cubre la edad. Cañaverales. Ese silbido de viento rompiendo las greñas del horizonte, es lo que hay.
El mapa se extiende, líneas y círculos, secciones de latitud, nombres como puntos, como pueblos o valles, o lagunas, depresiones geográficas o altitudes en el papel. Grande necesita ser el papel para que quepa el mapa completo, con los nombres, las orillas, los centros, los puntos cardinales. Y el vacío, ese vacío guardado en cajas cerradas, en páginas blancas por escribir o arrugar, por habitar.
Horizontes o nada. Vacíos para ser atravesados por la luz del atardecer sin dificultad, así como antes lo hizo el amanecer. Tan parecidos en parte, en trazos, en tonalidades, y sin embargo inconfundibles. Nadie despierto confunde los buenos días con las buenas noches. Y nadie dormido los da.
(Recuerdo un carro rebosante de caña exprimida, muerta de su dulzor, que iba tirando trozos enjutos y grises, opuestos al verdor del entorno horizontal. Los hombres trabajados empuñaban machetes al regreso de la faena, cansados. La ergonomía muestra que su gasto energético es mayor al acto de mirar, al acto de escribir, al acto de atravesar horizontes. Lo que la ciencia ergonómica no enseña es que nada cansa tanto como atravesar con flechas la luz).
4. El mapa, doblado en el saco. Metido en la bolsa interior izquierda del saco vacío, sin hombre dentro. El saco que cuelga del hombro derecho cuando sale el hombre a caminar a través de los cañaverales sin rumbo, entre dos horizontes y una ventana en medio cuyas cortinas que se agitan y rompen a cantar así porque sí, nada más.