Bárbara Jacobs
Lunes de Alba
En la mañana se me presentó de improviso el título para un libro en el que pienso desde hace tiempo: Lunes de Alba. Me ha estado dando vueltas a lo largo del día de manera insistente, se repite en mi interior, me llama, Lunes de Alba. Además, por orden de las circunstancias, la casa gozó de un silencio largo esas primeras horas y yo lo gocé con ella, atenta a su impregnante y abarcadora presencia. El silencio. Creí entender que la aparición del título y la apacibilidad de la atmósfera darían por resultado quizás la primera línea del libro ese en el que pienso, Lunes de Alba, o un principio de estructura o algo que, finalmente, marcaría este día como el del brote, aun el más incipiente, de ese libro que me habita. Apenas pude, me encerré a ver si encontraba a Lunes de Alba en la página en blanco. Pasaban los minutos, el silencio se había ido acompañando de cantos desorientados de pájaros en pleno invierno y Lunes de Alba no se plasmaba en mis hojas abiertas, expectantes. Desperézate, desenróllate, invitaba al fantasma.
Simultáneamente, de mi mesa de trabajo tomé una carpeta gris que preparé hace meses y que durante todo este tiempo dejé intacta. Contiene un conjunto de asuntos dispersos a los que, con el paso de unos cuantos años y de una que otra experiencia, había ido encontrando un hilo común, trozos de vidas de los que hoy uno en particular exigía atención inmediata y exclusiva. Se trata de un momento en la vida de Lucía Graves, no toda su vida, apenas un instante, aquel en que viajó, en noviembre pasado, de Londres a su casa de familia en Deyá, Mallorca, y entró al despacho de su padre, el poeta Robert Graves.
Bueno, el hecho es que Lunes de Alba daba vueltas en mi cabeza mientras, después de no haberlo hecho por largos días, algo distraída y no sin cierto desgano, releí la nota de un periódico en que se da noticia de un nuevo libro de Lucía, La casa de la memoria, que aparece antes en castelano que en inglés, escrito en inglés originalmente, y después reescrito por supuesto por ella misma en castellano, lo que le permitió, en sus palabras, corregir aquí y allá el original.
Pero casi con fastidio reincorporé el recorte con el resto acumulado y de nuevo aparté de mí la carpeta gris. En el silencio y la nada, me recargué contra el respaldo de la silla para que, libre de otra distracción, Lunes de Alba pudiera estirarse en mi mente, como un tigre plano contra una hoja ancha salvaje que roza el techo de un invernadero, el abdomen del tigre contra la parte inferior de la hoja, pendientes del techo. Lunes de Alba, pregunté en mi abandono, Ƒqué quieres de mí? Por toda respuesta, vi cómo mi mano acercaba una vez más la carpeta gris, extraía el reportaje sobre Lucía, y lo sostenía delante de mis ojos con el fin de que lo leyera: pero de que lo leyera bien. ƑHace cuántos años oí a Lucía leer un poema de su padre en Palma de Mallorca, la voz entrecortada por la emoción, su padre agonizando a unos kilómetros, en Deyá, en la isla de Mallorca? ƑCatorce, quince?
El otro día se me cayó al suelo la carga de ser supersticiosa y no me agaché a recogerla más bien la pisé al dar un paso y seguir, sin ella a cuestas, mi camino aligerado, de modo que puedo adelantar, no veo por qué no, que el tema de Lunes de Alba es el de ese extraño asidero llamado Amistad, con mayúscula buena parte del tiempo en la vida de los hombres, no sin zarpazos y extrañamiento cuando aparece con minúscula, disminuida. Ni siquiera así, por cierto, desaparece. ƑQué hace uno en la Tierra sin tener de quién asirse? En una carretera, te caes por el precipicio. Después de demasiadas tardes sin ese asidero específico, te dejas caer por la ventana. Es un tema sin forma, lo reconozco; pero que siempre está ahí, porque está o porque no está, es un hecho innegable, dientes pelados incluidos, y de ahí que Lunes de Alba esté preñado de él, de ese tema, de ese apego o aferramiento.
La cosa es que releí el pasaje breve en el que Lucía Graves, decía, entra al despacho de su padre en la casa familiar de Deyá y lo recuerda, y puse atención en la trama de su libro a la memoria y entonces advertí que el nombre de su protagonista, una adolescente de Gerona de finales del siglo XV, expulsada de Girona por judía, era, es, releo agitada, sí, Alba.