Antonio Gershenson
Petróleo: precios y previsiones
A principios de la semana que termina, nos enteramos por estas páginas de que un estudio de la Secretaría de Energía supone que los precios del petróleo crudo bajarán a lo largo del año, para promediar 20 dólares por barril en todo el 2000. Para el fin de la semana, estos precios habían llegado a su nivel más alto desde el conflicto del golfo Pérsico en 1990-91, al rebasar los 28 dólares para algunas variedades de crudo.
Lo primero que conviene señalar es que la Secretaría de Hacienda decretó de manera oficial que el precio promedio de las exportaciones mexicanas en el mismo 2000 sería de 15.50 dólares por barril. Todavía hace una semana, nada menos que el Presidente de la República expresaba su molestia porque la Cámara de Diputados hubiera corregido parcialmente esa cifra para fijarla en 16 dólares. El promedio de la Secretaría de Energía, aun si se refiere no al de las exportaciones mexicanas, sino a un total mundial, implica un precio de la mezcla mexicana de unos 18 dólares por barril.
Todavía no termina el mes de enero, y ya la famosa previsión oficial se tambalea, no sólo frente a la realidad, sino ante un documento de la misma rama del gobierno que se supone que está especializada en el asunto a discusión. Pero hay algo más.
Todas las informaciones coinciden en que uno de los elementos clave del ascenso de los precios es el éxito de la concertación entre los países exportadores de petróleo, en la cual México está jugando un papel importante. La insistencia en que el precio del crudo se va a desplomar porque la previsión oficial sólo se cumpliría con un verdadero desplome, pues para que ese promedio anual se cumpla el precio debería caer a lo largo del 2000 a 10 u 11 dólares, implica una desconfianza total en los esfuerzos que México y otros productores de petróleo están haciendo, y con éxito. Implica la seguridad de que esos esfuerzos de México y otros países están condenados al fracaso.
En realidad, el peligro para los exportadores de petróleo no está en que fracasen los esfuerzos para sostener el precio del petróleo. El éxito mismo de la restricción en la producción petrolera se apoya en bases firmes: muchos años de muy baja inversión en la industria petrolera, debido a los bajos precios que reinaban; un alza en la demanda mundial, ligada a la reactivación de la economía; una caída, en no pocos casos final, de la producción de crudo de los países que no han entrado al acuerdo y de algunos que sí lo han hecho, y la confianza en el éxito de las medidas confirmadas por una realidad de ya casi un año.
El verdadero peligro está en que los exportadores de crudo vuelvan a cometer el error de 1974-1985, periodo en el que se quiso sostener a como diera lugar un nivel muy alto de los precios, haciendo atractiva la producción en zonas nuevas, estimulando el ahorro y uso eficiente de la energía en los países importadores y propiciando el uso de fuentes alternas de energía. Todo esto creó las condiciones para el desplome de precios de 1985-1986 y luego de un periodo largo de precios bajos, con algunos repuntes limitados y de corta duración.
El verdadero reto está en encontrar un nivel apropiado para los precios del crudo, que no haga costeables las medidas que entonces se produjeron, pero que tampoco deje a los países productores en la situación desfavorable de los bajos precios, que en 1998 y principios de 1999 llegaron a sus límites. Lo importante es que los países exportadores puedan estabilizar los precios en ese nivel intermedio, porque entonces los beneficios se tendrán para un largo plazo.