La Jornada domingo 16 de enero de 2000

Néstor de Buen
Los tratados de paz no son contratos

Cuando en el año de 1918 Lenin firmó con Alemania, en Brest-Litovsk, Polonia, el tratado de paz, sacrificando partes importantes del territorio soviético, lo hizo bajo dos consideraciones que tenían, cada una de ellas, la misma importancia. La primera, con el cese de la guerra ordenar a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas naciente, no importando el sacrificio temporal del territorio. La segunda, esperar la alternativa para el desquite. Este llegó mucho después, cuando al fin de la Segunda Guerra Mundial las tropas soviéticas ocuparon el Reichstag en la total derrota de los nazis.

Es evidente que ese tratado de paz fue injusto, como lo fue también y en mucha mayor medida, el de Versalles (1919) pero a nadie se le puede ocurrir que en situaciones de derrota los vencidos puedan imponer condiciones a los vencedores. Los tratados de paz no son contratos en los que el ejercicio de la autonomía de la voluntad, libre y exenta de impulsos ajenos a la sana intención de cada parte, determinan el contenido de las obligaciones y de los derechos. Son pactos y aunque la palabra pacto lleva implícito un cierto porcentaje de consentimiento, es mucho más importante el resultado militar que cualquier deseo de los vencidos de fijar mínimas condiciones favorables.

En los tratados de paz los vencidos firman porque no tienen otra alternativa. En los contratos firman aquéllos que creen que el contrato les conviene. Y si firman a la fuerza, no son contratos.

Algo así está pasando ahora con nuestra UNAM. Impedida la universidad de que se cumpla con el estado de derecho y carente de otra fuerza que no sea la razón, la alternativa del plebiscito, que deja entender la aceptación prácticamente incondicional del pliego de peticiones del CGH, pero con apoyo en una decisión mayoritaria de los universitarios, es la vía única de quien no teniendo a su lado más que la razón, carece de la fuerza no para reprimir sino para que se haga valer el estado de derecho. Y aquí aparecen muchas cosas que no dejan de ser interesantes.

Es evidente que la aceptación, prácticamente, de los seis puntos del pliego, implica una rendición. El objeto: la paz para hacer posible la restauración de la universidad. En Brest-Litovsk, la construcción de un estado socialista. Para Alemania significaba, en cambio, poder desviar a sus divisiones de la frontera este para agruparlas en el oeste y poder derrotar allí a los aliados. No lo consiguieron por cierto, y no fue ajena al resultado final: la derrota de Alemania, la intervención estadunidense. Lo mismo ocurrió, finalmente, en 1945.

Pero el problema, me temo, no va a terminar con el plebiscito en el que participaré para expresar mi apoyo, más allá de reservas íntimas, a la propuesta del rector. Y no terminará por una razón que para mí es muy clara y he expresado desde el principio: la huelga no tiene por objeto la consecución de los seis puntos sino la suspensión de labores.

ƑSuspender labores para qué?

He ahí la pregunta que hasta este momento no ha tenido respuesta. Pero dados los resultados no puede pensarse en otra alternativa que no sea la destrucción de la UNAM. Y eso están a punto de lograrlo los huelguistas.

ƑA quien favorece esa destrucción de la universidad pública?

Es evidente que a las universidades privadas, aunque estoy absolutamente convencido de que nada tienen qué ver con el asunto que a estas alturas debe haberlas hecho crecer de manera notable.

Es probable que al espíritu, en sí mismo, de la privatización, ya que la UNAM con Pemex representa una especie de saldo final de la intervención mayoritaria del Estado en la llamada economía intervenida. Quizá habría que agregar a la industria eléctrica pero respecto de ella la intervención de inversión extranjera por el lado de la asistencia técnica ya es un hecho. Como lo es también el desastre administrativo en Luz y Fuerza.

A mí no me extrañaría que esa privatización esté inducida por nuestros queridos acreedores internacionales y sus agentes, deseosos de que los fondos destinados a la enseñanza pública se orienten hacia el norte para pagar nuestra siempre creciente deuda exterior. Y es que en este momento, nada me extraña.

Pero de una cosa estoy seguro: los llamados huelguistas no acatarán el resultado del plebiscito. Lo que hará que queden aún más en evidencia.