Rolando Cordera Campos
Fox: la oportunidad y la necesidad
Por más que se le quiera ver como una anécdota más de la contienda, el caso de la foto y las siluetas representa necesidades fundamentales no satisfechas del nuevo sistema político. Expresa, con la fuerza bruta del no-lenguaje foxiano, la falta de voluntad de los partidos de respetar las instituciones que ellos mismos construyeron, así como una disposición que puede ser suicida, a que sean los votos finales, los del 2 de julio, los que despejen una ecuación política que, tal y como va desplegándose, puede ser letal para el futuro del país.
Pueden las resoluciones del tribunal haberle dado al candidato del PAN puntos adicionales en las preferencias de los encuestados del día, pero es a la vez probable que el sistema político que debe legitimar su victoria haya perdido más puntos en la credibilidad de la ciudadanía, y es eso lo que importa. Preferencias e incluso votos sin credibilidad ciudadana, no hacen gobierno, mucho menos el poder que un candidato de alternancia necesitaría para gobernar constitucionalmente.
No son extrañas para nadie las reacciones intempestivas e irreflexivas de Vicente Fox. Menos aún si se toma en cuenta su celebración del efecto preferencias que su más reciente episodio produjo en su favor. Así ha corrido este caballo y, al parecer, así ha decidido seguir corriendo, a pesar de lo que muchos esperaban.
Lo que sí debe preocupar, antes de que venga el susto, es la falta de reflejos institucionales de los partidos contendientes, incluido el PAN, y el aparente o real pasmo en que se han sumido las otras instancias del sistema electoral, para no hablar del gobierno que oscila entre el regaño o el abierto festejo de las decisiones recientes de la instancia judicial.
Los consejeros, más que tomar partido, aunque esta vez se trate sólo del previsible, deberían estar dedicados a una reflexión cuidadosa sobre su conducta real, que no puede reducirse a la rutinaria búsqueda de instrucciones en la ley fundamental que rige su vida colectiva. La deliberación política de Estado es indispensable para que su apego a la legislación tenga implicaciones eficaces para el desenvolvimiento del proceso. De no ser así, corremos el riesgo de ir de recurso en recurso, hasta que el edificio de plano se desgaste porque nadie entienda de qué se trata en realidad el litigio en turno.
Los partidos, así como el gobierno, tendrían de una vez que asumir que las dos referencias principales del mecanismo electoral, el IFE y el tribunal, pueden verse rebasadas por la cascada de recursos e inconformidades que puede desencadenarse, si no se les confirma de manera pública el apoyo y el respeto políticos. Largarse al muro de los lamentos en Washington, por ejemplo, o festinar las resoluciones jurídicas como si fuesen victorias electorales previas a la elección de julio, no puede sino redundar en la erosión electorera de las instituciones, no tanto en su politización cuanto en su trivialización política, que es el verdadero peligro del rumbo en el que ahora estamos.
No puede, por otro lado, plantearse la futilidad del asunto-siluetas y tratar de sustituirlo por el asunto colores patrios. Eso no es otra cosa que más de lo mismo, pero sin imaginación y rayando en la impertinencia adolescente, donde se sabe que sólo hay adultos.
En paralelo, los candidatos presentaron parte de sus plataformas ante los ex alumnos del ITAM, pero no debatieron ni fueron capaces de mostrar que sus líneas de políticas eran portadoras de alguna posibilidad de forjar consenso, dentro y fuera de sus respectivas formaciones. El ejercicio fue, al final de cuentas, apenas un atisbo poco promisorio de la densidad programática de la justa electoral.
Seguir la campaña como si nada, dejando en la alacena de los incidentes el duro cuestionamiento hecho por Fox y por el PAN al marco jurídico de las elecciones, puede llevar a todos a una feria de autoengaños sin fin. De nada sirve confrontar a ese candidato y a su partido con la interpretación legal propia, así esté esta interpretación avalada ahora por el tribunal. Eso es, también, puro utilitarismo electoral y sirve para poco.
La hora de hablar en serio de política parece haber llegado otra vez, como en los meses terribles de 1994. Entonces se aprovechó la oportunidad y la política democrática dio un salto importante, que nos puso a pesar de todo en la ruta de una reforma de fondo. Se puede intentarlo de nuevo, si saltamos la cerca de la ambición inmediatista y dejamos atrás los espejismos de la mercadotecnia y las encuestas baratas. La democracia es algo más que la venta de amuletos o el arrastre de opiniones de ocasión. Y es a eso que la ciudadanía ha demostrado querer jugar. Sería absurdo tirarlo por la borda.