La Jornada domingo 16 de enero de 2000

Guillermo Almeyra
Las hipotecas de 1999
2. ƑHacia un zar de todas las Rusias?

El caos ruso se debe, en gran medida, a la ceguera de Washington y de las capitales europeas y a la incapacidad de los "capos" y los "magos" de las finanzas internacionales (con excepción de George Soros) para entender la llamada transición entre un sistema económico y político burocráticamente centralizado y otro basado en el libre mercado, en la época de la mundialización y del predominio del capital financiero. A esa incapacidad fundamental de comprender que Rusia no tenía ni una clase capitalista, ni tradiciones democráticas e industriales burguesas, ni una infraestructura adecuada para la libre circulación de mercancías, ni una organización territorial (relaciones entre ciudad y entorno rural, relaciones entre las zonas productoras de materias primas y de las industriales, por ejemplo) que permitiesen una economía regida por el mercado, se agregó el carácter contradictorio entre los objetivos de los grandes centros internacionales que influyen decisivamente en la política de cada país.

Por ejemplo, el Pentágono quería evitar que la disgregación de Rusia crease una situación en la que diversos poderes locales poseyesen armas nucleares (Ucrania tiene, por ejemplo, hasta una flota atómica) y en la que los cerebros y las armas rusas afluyesen a los países islámicos enemigos de Estados Unidos. En cambio, el Departamento de Estado, obsesionado por la posibilidad del retorno al poder de los comunistas (y no siendo capaz de analizar siquiera qué es realmente el Partido Comunista de Ziúganov, esa mezcla de socialdemocracia con chauvinismo y xenofobia) ni pensó en los militares rusos, sino que le apostó todo al ebrio consuetudinario Boris Yeltsin y a la mafia que lo rodeaba. Clinton, por ejemplo, le colmó de elogios, le dio préstitos en vísperas de elecciones presidenciales, lo comparó con Lincoln durante la primera guerra de Chechenia en 1994-1996. Por su parte, el Departamento del Tesoro quería imponer a toda costa la austeridad presupuestaria en Rusia y la privatización por un bocado de pan de las grandes empresas para favorecer a las transnacionales, de modo que terminó debilitando brutalmente al Estado ruso y favoreciendo a la mafia, que hoy controla más de 65 por ciento de la economía rusa. Al mismo tiempo Estados Unidos fomentó el nacionalismo militar ruso tratando de controlar el petróleo de Azerbaiján y llevárselo para Turquía, intentando evitar todo acuerdo posible entre Rusia, Bielorusia y Ucrania por miedo a la reconstitución de la Unión Soviética, atacando la geopolítica rusa con su agresión a Yugoslavia y amenazando directamente a Moscú con la extensión de la OTAN hasta las mismas fronteras rusas. La alianza entre los centros financieros que deciden en Estados Unidos y la mafia rusa para saquear el país fue también un elemento poderoso de desestabilización del Estado y del mismo Yeltsin, al cual Estados Unidos quería apoyar.

El resultado ha sido la disolución de la economía y del Estado en Rusia, la corrupción total en las altas esferas, el desarrollo del nacionalismo militar, la esperanza popular en un nuevo zar que ponga fin al caos y haga funcionar las cosas (o, por lo menos haga que se paguen los meses y meses de salarios atrasados). Vladimir Putin, director de las Fuerzas de Seguridad (la ex KGB) ganó así su popularidad y su puesto de sucesor de Yeltsin para las próximas elecciones presidenciales sobre la base del nacionalismo agresivo, llevando la guerra en Chechenia a sangre y fuego ''con los objetivos de Milosevic y los métodos de la OTAN''. Pero precisamente los bombardeos aéreos y de la artillería y el terrorismo masivo ni pueden acabar con una fuerza armada disciplinada ni sirven por sí solos para conquistar y ocupar el terreno, y Rusia no está en condiciones de perder gran cantidad de hombres en una guerra de infantería o contra una resistencia desgastante al estilo de la de Afganistán. De modo que el nacionalismo que dio fuerza a Putin, si se enfrentase a una desilusión profunda, por ejemplo, ante derrotas en Chechenia, podría provocar un caos aún mayor y un nuevo derrumbe de la inestable economía rusa. Al mismo tiempo, podría abrir el camino a un zar diferente al que quiere Estados Unidos, sea Lébed, héroe de Afganistán y gobernador de Krasnoyark o incluso un comunista-nacionalista del grupo de Guennadi Ziúganov. El saqueo de Rusia por parte del gran capital internacional y de la mafia, paradójicamente, podría tener, por consiguiente, un fuerte efecto anticapitalista, pues olvida que Rusia, aunque maltrecha y en harapos, ha sido y es una gran potencia europea que tiene desde siempre en el nacionalismo su motor y su aglutinante.

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