Enrique Montalvo Ortega
Yucatán: laicismo acorralado y pragmatismo de las élites
Hace unos días, tal como lo informó oportunamente La Jornada, se desarrolló un enconado debate en el Congreso de Yucatán en el que las cuestiones políticas y religiosas se entrelazaron abiertamente, como hacía mucho no sucedía.
Lo que en un principio parecía un deslinde histórico sobre quién o quiénes fueron los asesinos de Felipe Carrillo Puerto propició acusaciones contra la doble moral de los curas, sus costumbres sexuales y su relación con el PAN, que trascendieron aún más cuando, a pesar de que lo que se dijo no atentaba contra los hechos y es sabido por todos, el obispo Berlie Belaunzarán pidió respeto para la Iglesia, con el argumento de que ésta respeta las instituciones democráticas. La airada réplica se explica sobre todo porque las declaraciones sobre los curas habían sido avaladas por la presidenta del Congreso del estado, Mirna Hoyos.
Tras las chispas que levantaron las fricciones entre panistas y priístas está el nuevo marco de relación entre Iglesias y Estado creado durante el salinismo, y las alianzas entre el clero católico y el gobierno que fueron restructuradas en Yucatán a partir de entonces.
Tanto el diputado Gaspar Xiu Cachón, quien originalmente criticó a los curas, como Mirna Hoyos, representan lo que queda del ala laica del priísmo en Yucatán, pues con el avance del PAN, iniciado hacia fines de los ochentas, el PRI ha buscado cada vez más las oraciones y el agua bendita del clero, en la creencia, que se ha mostrado errónea, de que ello puede traducirse en votos.
A partir de que Acción Nacional fundamentó buena parte de sus campañas políticas en la filiación católica y hasta santrurrona de sus candidatos y la supuesta honestidad y bondad que derivaría de la misma, los priístas comenzaron a tratar de romper su antigua imagen laica, creyendo que ello les permitiría recuperar votos.
Actitudes que en tiempos anteriores hubieran sido vistas como traición a la tradición laica del Estado mexicano, se comenzaron a volver cada vez más frecuentes entre los priístas y gobernantes. Así, éstos no sólo rehicieron sus alianzas con la Iglesia, sino que comenzaron a exhibirse públicamente en actos religiosos, a proclamar sus creencias, e incluso la dirección de ese partido comenzó a buscar a algunos de sus candidatos entre los miembros de los llamados grupos de apostolado católico.
En términos generales los triunfos del PAN, y sobre todo la forma en que se lograron, empujaron hacia una derechización de los gobiernos de origen priísta. En lugar de trazar una estrategia para incidir en la cultura y reforzar nuestra tradición laica y republicana, estos últimos se doblegaron ante el empuje cultural de la derecha católica y trataron en algunos casos de buscar su apoyo, cuando no de mimetizarse con ella. El inicio de los nuevos pactos con la Iglesia y de los intentos de crearse una imagen devota se inauguró durante el gobierno de la actual dirigente nacional del PRI, Dulce María Sauri, y se acentuó en el gobierno de Granja Ricalde. El actual gobernador Víctor Cervera Pacheco, aún cuando ha sido cuidadoso de las formas, ha tratado a través de diversos mecanismos de afianzar las alianzas previamente establecidas y de construir otras.
La presencia de Emilio Carlos Berlié como obispo de la diócesis ha otorgado nuevos y fuertes impulsos a la reorganización de la Iglesia en Yucatán, que ha visto potenciada su presencia y su capacidad de presión, ya que este prelado se mueve con especial soltura en las altas esferas del poder político y económico. Su presencia como oficiante en la boda de Azcárraga Jean, en Cancún, y en la de la hija de Emilio Gamboa Patrón, en Cuernavaca, son sólo muestras del nivel de relaciones que maneja.
El problema de fondo parece residir entonces en una tendencia que ya se halla presente en el nivel nacional y de la que en buena medida Yucatán --desventuradamente-- fue precursor: la derechización cultural de las instancias de gobierno. Esta tendencia se originó a raíz de la desesperada búsqueda de legitimidad de Carlos Salinas después de la "caída del sistema" de 1988, lo cual lo orilló a realizar amplias concesiones al PAN y a la Iglesia católica. Hoy por ejemplo el mismo candidato presidencial del PRI no desperdició oportunidad para manifestarse guadalupano, y Moctezuma Barragán ha hecho notar su presencia en las misas papales.
En estas condiciones, la reyerta verbal del Congreso del estado de Yucatán, por lo visto, no pasará de ser un escarceo ideológico en el que los cada vez más reducidos grupos laicos del PRI --arrinconados como están dentro de su partido-- tratan de aferrarse a las tradiciones juaristas, sin encontrar eco alguno en sus dirigentes, que ponen los pactos por encima de los principios, que al fin y al cabo la moda neoliberal es el pragmatismo.
Tal vez por ello, y acaso por presiones de otros ámbitos del poder, la diputada Hoyos publicó una penosa disculpa al día 6 de enero.
En este terreno cabría esperar que otras fuerzas, como el PRD, asumieran posiciones novedosas capaces de convocar a la amplia tradición republicana y laica presente aún en Yucatán, y a todos aquellos que se hallan saturados por el conservadurismo católico arraigado tanto en el PAN como en el PRI y hasta en algunas fracciones del PRD yucateco.