El teatro para los griegos tenía un sentido ritual
y catártico que los podía llevar a la purificación
espiritual. Una muestra de esa ritualidad mediante el hecho teatral es
el montaje Las bacantes, una de las últimas obras escritas
por el autor griego Eurípides, quien expone el mito, el placer y
la furia del único dios griego que no es griego, Dionisio, y a un
gobernante que impunemente quiere ir en contra de la naturaleza humana.
Diáfana puesta en escena de José Luis Cruz,
en la que el espectador se ve envuelto por la sensualidad, los cantos y
las danzas de las bacantes, esas mujeres que han abandonado el telar, guerreras
que se reúnen por la noche, a la luz de las antorchas, acompañadas
de música de tambores y flautas, para realizar uno de los rituales
más bellos y terribles, y así, honrar a Baco, ese ser marginal,
ese dios soberbio y espantosamente humano, salvaje y tierno, que encarna
la genitalidad violenta del macho cabrío y la sensualidad y delicadeza
del alma femenina. Mito y rito se conjugan en esta tragedia, en la que
la fuerza de un dios liberador, que incita a los sueños y al placer,
se confronta con el desprecio, con los sordos y arbitrarios razonamientos
del rey Penteo.
Y
como el teatro no es televisión en vivo ni cine sin efectos, sino
una comunión entre dos seres vivos (actor y espectador), las bacantes
invitan, seducen, purifican, gritan y cantan. Aguijoneadas por la locura
dionisiaca y coronadas sus cabezas con la verde hiedra, las piruetas de
sus ágiles pies y el movimiento ondulante de sus cuerpos aromatizan
de erotismo el desenfrenado rito de iniciación, en el que comen
carne cruda y sangrante, mientras serpientes lamen las gotas de alegría
que escurren de sus ojos.
Mientras la música en vivo, la sensualidad y la
veneración se funden y embriagan a las ménedes, Baco ?la
deidad vegetal, el ser mutante en el que habitan los elementos de la vida?
se transforma ya en mortal, en serpiente-agua, en toro-tierra, en león-fuego-aire,
para demostrar su divinidad, para engañar y convencer, para desencadenar
su furia y la tragedia marcada por la sangre y el placer. Agave, sacerdotisa
dionisiaca y madre del tirano rey Penteo, en la euforia de un rito de iniciación,
asesina a su hijo, creyendo haber matado a una bestia felina. Cercenando
del cuerpo la cabeza, como un trofeo, se la ofrenda a su padre Cadmo. La
venganza de Dionisio por no adorarlo como un dios se ha cumplido.
(Las bacantes se estrena mañana, 15 de enero,
y se escenificará de miércoles a viernes, a las 20:00; sábados,
19:00, y domingos, 18:00 horas, en el Teatro Benito Juárez. Villalongín
15, colonia Cuauhtémoc.) |