ASTILLERO Ť Julio Hernández López
El gobierno del presidente Zedillo reaccionó ayer, en dos foros distintos, al empuje político de Rosario Robles.
En Zacatecas, el presidente de los mexicanos reincidió en la crítica directa a los diputados federales no priístas que, en ejercicio legítimo de sus atribuciones, reformaron el presupuesto enviado de Los Pinos y reasignaron algunas partidas que les habían parecido mal estructuradas.
Pero no sólo insistió en esa cantaleta que pretende culpar al dominio no priísta de San Lázaro de eventuales males económicos por venir (habló Zedillo en Zacatecas de afanes populistas de los diputados, y de inevitables costos por sus decisiones de diciembre pasado), sino que también se refirió al desplegado hecho publicar ayer por el gobierno de la capital del país, en el que da las gracias a los diputados federales del PRD, del PAN, del PT y del PVEM por haber apoyado a la ciudad de México con más recursos económicos. Consideró el presidente Zedillo que deberían darse a conocer los aspectos positivos de aquellas decisiones legislativas, pero también sus costos para otras entidades o regiones.
La de ayer es secuela de aquellos episodios difíciles de la reciente relación entre los gobiernos federal y capitalino (una invitación de Zedillo a Robles a una gira de trabajo a la que Rosario no asistió; el lío de las tomas de agua de escuelas oficiales presuntamente canceladas; la inauguración de una parte de una línea del metro, sin placa alusiva develada). Pero este nuevo capítulo del conflicto no es tan inquietante, aun a pesar de que no encaja en el concepto republicano de la división de poderes el continuo machacar del Presidente respecto a una decisión soberana e irreversible tomada por el Poder Legislativo.
El reto de Oscar Espinosa
Lo que resulta realmente preocupante es el reto lanzado ayer mismo por otro personaje del mismo establo, como es Oscar Espinosa Villarreal, hoy secretario federal de Turismo, ayer jefe del Departamento del Distrito Federal, antes secretario de Finanzas del PRI nacional y de la campaña del doctor Zedillo, y más atrás directivo de Nafinsa (donde fue uno más de los precoces jubilados, ahora tan mentados) y de otras instituciones relacionadas con los dineros públicos y su manejo.
Emplazado por Robles (y por el ejemplo de otros funcionarios del gobierno capitalino, que han hecho públicas sus declaraciones patrimoniales sin que nada les obligue a ello, como un gesto necesario de moral pública) a dar a conocer el monto de su fortuna, el controvertido Oscar ha condicionado la difusión de su riqueza a la realización de un cotejo (que harían entidades como la UNAM o El Colegio de México, sugirió Espinosa) entre lo hecho por la regencia que él encabezó en el primer trienio de la administración zedillista, y la actual jefatura de Gobierno a cargo de Rosario Robles.
Llama la atención la talla de la respuesta que ha enviado el secretario de Turismo, pues hasta ahora parecía un hombre decidido a sobrellevar sin reacciones importantes las acusaciones o murmuraciones acerca de su riqueza, que algunos consideran faraónica. Lo primero que salta a la vista es que nadie debería condicionar la limpieza de su nombre a la realización de eventos difusos. Un hombre acusado de sustraerle la cartera a otro no debería obligar a que antes de revisar sus bolsillos se hiciese un estudio de la situación financiera de su acusador.
Sin embargo, la postura de Espinosa también pudiese llevar un anzuelo de propósitos electorales. Contrastar el régimen de Oscar con el de Cárdenas parecería en principio una tarea fácil, pues según las pláticas en privado de algunos de los funcionarios perredistas habría habido en la pasada administración, la de Espinosa, actos escandalosos de corrupción.
ƑEl que calla, exonera?
Sin embargo, uno de los misterios de la gestión cardenista fue que, salvo algunos cuantos chispazos, nunca se actuó realmente contra el presunto saqueo hecho en la anterior administración. Los funcionarios perredistas aseguraban que nunca habían tenido en la mano las pruebas irrefutables de lo que, por lo demás, sólo les parecía que saltaba a la vista. Ahora, Espinosa cobra los réditos de esos silencios. Si no lo acusan de nada, luego de haber tenido durante más de dos años el control del aparato capitalino, querrá decir que no encontraron nada. Y si lo acusan ahora, pasados más de dos años de que dejó el poder, parecerá que es una revancha pensada en términos de oportunidad política.
Pero, sea cual sea el desenlace de este nuevo diferendo, lo importante para todos sería que el secretario Espinosa diera a conocer el monto de su fortuna, sin condiciones y sin alegatos jurídicos que serán muy ciertos pero no suficientes (Espinosa dice que su declaración patrimonial la hizo ante la Contraloría federal, pues él era un funcionario de ese nivel, y no ante la capitalina, y por ello no está entre los papeles consultables por Rosario Robles y su equipo).
No me defiendas, compadre
Al frente de una nutrida delegación de distinguidos priístas, que tomaron por asalto el entorno del IFE, Francisco Labastida defendió ayer las tareas hechas por el órgano presidido por José Woldenberg.
No son refutables las palabras del sinaloense, y mucho menos si se toma en cuenta que fue a hablar bien del ejercicio de criterio hecho por quienes sí estuvieron de acuerdo con incluir la fotografía de Fox en las boletas electorales del 2 de julio, pero el riesgo no desdeñable es que esa postura de reconocimiento pudiese empañar posteriores acciones y decisiones.
A pesar de los importantes e innegables avances logrados en el actual cuerpo de consejeros del IFE, subsiste la percepción de que en temas delicados y en momentos cruciales es imposible desligar con pulcritud los intereses del gobierno de la forma de actuar de algunos miembros de ese órgano.
Tal vinculación entre la forma de entender los conflictos del gobierno, y del actuar de un órgano decisorio como es el IFE, lleva a algunos consejeros a buscar la manera de avanzar sin romper, sin desquiciar el curso electoral con aceleres o improvisaciones que pudiesen generar retrocesos en terrenos ganados.
Las manos de Gobernación
Pero no sólo hay tales ánimos, sino también los que expresamente han convertido espacios del IFE en instancias de ejecución de las órdenes de la Secretaría de Gobernación, como se demostró en el polémico y prolongado caso del secretario técnico del instituto, Felipe Solís Acero, quien acabó por demostrar exactamente a qué intereses servía cuando, luego de un breve descanso, pasó de esa secretaría técnica donde lo impugnaban por gobiernista, a la misma posición pero en el órgano priísta encargado de organizar la elección interna de candidatos presidenciales.
Por ello, tal vez ayer, con esa escenografía de viejo PRI (acarreo de lujo, menciones al carro completo, referencias triunfalistas a los diez millones de votos ja, ja, ja) tal vez hubiera sido mejor para Woldenberg haberle dicho a Labastida: no me defiendas, compadre.
Astillas: Diego y Vicente son actores de la telenovela en blanco y azul llamada La reconciliación. Diego estaba (está) muy sentido por ciertas cosillas que Vicente había dicho de él en un libro (concretamente, que se había echado para atrás en un concurso en el que contendía con otro personaje, llamado Ernesto), y por ello cortó toda relación con el boquiflojo. Ahora, sin embargo, por un asunto de fotos y de siluetas, Diego ha aceptado entrar al auxilio de Vicente, pero asumiendo tal maniobra de ayuda como un acto profesional y no de olvido de los agravios recibidos. Vicente le ha mandado decir a Diego (y a otros con los que traía resfríos, como Pancho Barrio y Felipillo Calderón) que ya no se hagan los sentidos y que vuelvan a casa, para volver a las andanzas amistosas de antaño. Diego se resiste. Vicente insiste. La telenovela continúa...
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