Jean Meyer
Montado en un tigre
Tal es la situación de Putin Vladimir Vladimirovich, 47 años, un rubio al estilo Richard Widmark, presidente interino de la Federación Rusa desde la noche vieja. El tigre, mejor dicho el lobo emblemático de la nación chechena, es la guerra que empezó hace tres meses en Chechenia y que le ha valido a Putin, nombrado primer ministro en los primeros días de la ofensiva, una fulgurante popularidad. Putin, "el coronel gris", alias Stasi, por su grado en el KGB soviético y por sus actividades en Alemania, ha ganado las elecciones legislativas del 19 de diciembre pasado y parece condenado a ganar los comicios presidenciales del próximo 26 de marzo. Boris Yeltsin, al anunciar su salida de la presidencia, le permite a Putin capitalizar la popularidad que le vale la guerra, antes de que los electores se cansen de no ver llegar la victoria final y de ver subir el número de soldados muertos. Gran roque, jaque y mate.
ƑQuién es Vladimir Vladimirovich? Un desconocido antes del 9 de agosto de 1999. Después de estudiar derecho económico en Piter (en aquel entonces Leningrado), entró al KGB, en la dirección de información económica, en Alemania. El KGB sigue siendo el símbolo del sovietismo y de la represión, pero hay que saber que era a la vez la mejor escuela de formación de dirigentes de la URSS, algo como una mezcla de la CIA, el FBI, con el MIT y el London School of Economics. Kaguebistas fueron Andropov, Primakov, Stepashin y Putin; los tres últimos, todos primeros ministros de Yeltsin.
En 1991 trabaja con su antiguo profesor, el alcalde de San Petersburgo, Anatoli Sobchak, de quien es el "cardenal gris"; atrajo a los inversionistas estadunidenses y alemanes. En 1996 pasó al servicio del presidente Yeltsin, invitado por otro nacido en Piter, el pelirrojo Tolia Chubais, encargado de la privatización. En 1998 ascendió a director del FSB, el antiguo KGB. Sobchak dice de él que "tiene ideas democráticas en cuanto al futuro del país, pero entiende muy bien que un país como Rusia necesita un poder fuerte. Sin un poder tal, Rusia dejará de existir como Estado unificado".
Sobre la red, en el sitio del gobierno ruso, se puede leer el programa de Putin, publicado 10 días antes de la renuncia sorpresiva de Yeltsin. Su análisis de la crisis rusa es contundente, si bien los remedios que propone son una mezcla de ideas interesantes, rollo nacionalista, y buenas intenciones. Dice que el país, por la primera vez desde 350 años, está amenazado con pasar a la categoría de nación de segunda, si no es que de tercera. Dice que el PNB disminuyó a la mitad en los 10 últimos años y que representa sólo la décima parte del PNB de Estados Unidos; que Rusia produce uno por ciento mundial de los bienes de alta tecnología, mientras Estados Unidos produce 36 por ciento. Señala que Rusia no sale de la crisis moral, ligada a 70 años de comunismo, prolongados por 10 años de perturbación permanente.
Propone buscar un nuevo consenso nacional; construir un Estado fuerte, moderno, capaz de tomar iniciativas económicas, sin volver al dirigismo. "Rusia no será pronto, si es que lo sea alguna vez, una copia de Estados Unidos o de Inglaterra que tienen una profunda tradición de valores liberales (...) Un Estado fuerte no es una anomalía a combatir en Rusia, sino la fuente y la garantía del orden y del cambio". Se beneficia del apoyo de fuerzas políticas tan diferentes como los duros del ejército, de la policía y del FSB, los nacionalistas eslavófilos, los jóvenes reformadores occidentalistas, los capitalistas rusos y extranjeros que saludaron su promoción con euforia bursátil. A corto plazo, la temporada económica lo ayuda: alza del precio de los hidrocarburos y mejoría de la economía nacional, gracias al crack de agosto de 1998 que golpeó a los especuladores y benefició a los inversionistas e industriales serios.
Queda el tigre de la guerra; queda el lobo checheno que no se deja ni en Grozny ni en la sierra. Putin afirma que "Chechenia es el lugar en donde se juega el destino de Rusia". No imagina hasta qué punto su profecía es cierta.