La Jornada jueves 13 de enero de 2000

Orlando Delgado
Los candidatos y Gurría

En el momento en el que los principales contendientes por la Presidencia han empezado a mostrar los contenidos fuertes de su propuesta económica, el joven y caritativo jubilado Gurría señaló sus tres principales preocupaciones para el futuro inmediato de la economía. La declaración resulta sorprendente, si se atiende al hecho elemental que, cuando menos dos, son conocidas y, en consecuencia, existían en sus tiempos de mayor optimismo: la debilidad del sistema bancario y el proceso electoral, a lo que se agrega la "eventual desaceleración de la economía americana".

En cambio, para los candidatos con mayor presencia entre los temas centrales destacan el empleo y la reforma fiscal. En cuanto a lo primero, Labastida ha comprometido la creación de un millón de empleos anuales, en tanto Fox habla de un millón 300 mil; Cárdenas, por su parte, ha establecido que empleo y salario son partes inseparables del asunto, por lo que el salario debe transformarse radicalmente, abandonando su función antiinflacionaria para convertirse en una palanca fundamental en la expansión del mercado interno y, con ello, en un impulso al crecimiento económico.

En materia de reforma fiscal --por cierto uno de los compromisos incumplidos del gobierno--, mientras el candidato oficial ofrece que los pagos por concepto de educación se consideren deducibles, lo que ilustra su opinión sobre la carga tributaria y los requerimientos de recursos para que el Estado pueda cumplir con sus responsabilidades constitucionales, el panista propone favorecer impuestos al consumo, simplificar las tasas impositivas, al tiempo que introduce estímulos fiscales a la inversión; el candidato de la Alianza por México, a su vez, propone una elevación importante de los ingresos fiscales que sea la columna vertebral de las finanzas públicas y no, como ha venido ocurriendo, las reducciones del gasto.

La relevancia de estos dos grandes temas, que probablemente no le preocupen al secretario de Hacienda, es indudable; son centrales en el diseño de cualquier propuesta de futuro y, además, están claramente relacionados: el coeficiente de ingresos tributarios contra el PIB de nuestra economía, de un poco más de 11 por ciento, es extraordinariamente bajo si se compara contra Chile o Brasil, que es de 19 por ciento, y mucho más contra los países de la OCDE, incluso contra Turquía que es de 25 por ciento. Una de las razones fundamentales de esta baja carga tributaria se localiza en el enorme peso del sector informal que golpea directamente los ingresos fiscales: las empresas que operan en este sector, obviamente, no pagan contribuciones fiscales, en tanto que los trabajadores ocupados en este sector, más de la mitad de la fuerza de trabajo, tampoco lo hacen.

El dato del tamaño del sector informal ha sido estimado por la OIT en 57 por ciento del empleo no agrícola, en tanto que para la OCDE llega a 44 por ciento; la propia Secretaría del Trabajo declaró que 52 por ciento de la fuerza de trabajo mexicana se encontraba ocupada en el sector informal. Como proporción del producto, la economía informal, según estimaciones de Hacienda, representa aproximadamente 10 por ciento. Evidentemente, como lo señala atinadamente el Estudio Económico de la OCDE México 1999, la mayor parte de las actividades informales son de subsistencia, por lo que no constituyen una pérdida significativa de ingresos fiscales; sin embargo, este sector ayuda a que las empresas grandes defrauden al fisco, erosionando los ingresos públicos.

La economía informal es, ciertamente, resultado del avance de la pobreza. El salario mínimo es, como lo documentamos hace una semana, incapaz de resolver los requerimientos básicos de una familia; es, precisamente por ello, inaceptable para porciones crecientes de los jóvenes que se incorporan anualmente a la fuerza de trabajo, lo que les conduce a ocupaciones informales, sin ningún tipo de seguridad laboral ni prestaciones, pero con un ingreso diario menos peor. Crear empleos con salario mínimo, como ocurre en el comercio, incluidas las tiendas de autoservicio, cuya rentabilidad está fuera de duda, no resuelve nada; este sector puede ofrecer mejores salarios porque sus ingresos lo permiten, pero no lo hace ya que se ajusta a los mínimos legales. Así las cosas, nuevos empleos sin mejores salarios es demagogia; en cambio, mejoras al salario mínimo y a los contractuales como base de una recuperación del empleo y del mercado interno, al tiempo que se promueve la producción, resulta una propuesta decisiva.