José Steinsleger
Balcanización ecuatoriana
El país que en América del Sur recibe el nombre de Ecuador no sólo invoca la línea imaginaria que divide a los hemisferios norte y sur. Mosaico de nacionalidades, Ecuador simboliza también la impotencia histórica de la patria grande pensada por Simón Bolívar.
El proyecto de Bolívar fue la utopía globalizadora más esclarecida del siglo XIX americano: patrias confederadas con economías pujantes y articuladas, en sociedades dignas y soberanas. Y el absoluto fracaso de todas las formas políticas ensayadas después de su muerte demuestra que el sueño bolivariano, a más de vigente, no era tan lírico como trata de hacernos creer el pensamiento clonado de la historiografía liberal-conservadora de nuestros días.
En la colonia, el territorio ecuatoriano, asiento de las culturas más antiguas de América (la de Valdivia tiene cerca de 4 mil años), dependió del virreinato de Lima con el nombre de Real Audiencia de Quito. Después formó parte del virreinato de Nueva Granada (Bogotá) y tras la victoria del mariscal José Antonio Sucre en la batalla de Pichincha (1822), Quito, Guayaquil, Bogotá y Caracas formaron la Gran Colombia.
En 1830, con el asesinato de Sucre, quien se oponía a la independencia de Ecuador y la muerte de Bolívar, la Gran Colombia estalló en pedazos. El Estado-nación que surgió en Ecuador fue un auténtico Frankenstein republicano: carcomido por caudillos regionales que hasta hoy festejan las "independencias" de las ciudades Cuenca y Guayaquil (con himnos y feriado nacional propios) y regularmante sometido a la mutilacion territorial a causa, precisamente, de los sempiternos intereses y rivalidades internas.
El primer presidente ecuatoriano fue venezolano: Juan José Flores, el más iletrado y represivo del Estado Mayor bolivariano. Y el auténtico padre de la patria ecuatoriana fue mujer: Manuela Sáenz. Vista como "amante" de El Libertador, pero consciente de los peligros que encerraba la balcanización, Manuelita respondía a quienes en Bogotá la trataban de "extranjera perniciosa": "Soy de la patria americana, nací en la línea ecuatorial".
En 170 años de vida "independiente", sólo un factor permitió la cohesión nacional de Ecuador: las movidas políticas de las oligarquías peruana y ecuatoriana, que se remontan a la expansión del Tawantinsuyu en el siglo XV y llegan a los enfrentamientos bélicos de 1981 y 1995, causando la muerte de miles de soldados que ignoraban por qué luchaban pero morían gritando "šViva la patria!" en quechua.
En estos días, Ecuador se encuentra en el umbral de un proceso de ingobernabilidad y luchas internas entrecruzadas con múltiples actores que están "yugoslavizando" el país. Guayaquil se apresta a declarar su autonomía de Quito para convertirse en la Singapur del Pacífico; en Quito ya sesiona el Parlamento Indígena; los sindicatos exigen la destitución de un presidente que simboliza la mediocridad absoluta de la casta política; los movimientos sociales dialogan a diario con las fuerzas armadas y los cuentacorrentistas sospechan que jamás podrán recuperar los fondos incautados para rescatar a los bancos privados.
La inminente dolarización de la economía amenaza con sepultar más hondo al 80 por ciento de la población que vive en la pobreza; la deuda externa ya consume el ciento por ciento del producto interno bruto; Estados Unidos pesca en río revuelto y continúa instalando bases militares para una eventual intervención en Colombia, y el canciller Benjamín Ortiz convoca a la prensa para comunicar, felizote, que el mismísimo presidente Clinton llamó por teléfono al presidente Jamil Mahuad para dar su respaldo a la "democracia" ecuatoriana.
Si Bolívar viviese concluiría que la situación referida del país andino no es novedosa. En una copiosa correspondencia con el presidente Flores, publicada hace unos años por el Banco Central de Ecuador, El Libertador ya se quejaba entonces de la virtual imposibilidad de conciliar los intereses de los Departamentos del Sur de la Gran Colombia.