Carlos Martínez García
Chiapas en el contexto electoral del país
De los procesos electorales estatales que se realizarán este año, el de Chiapas es el de más trascendencia para el conjunto del país. Lo es porque en ese estado, que tiene el primer lugar nacional en casi todos los indicadores de marginación social, durante seis años el Estado mexicano se ha rehusado a dar pasos firmes en la consecución de la verdadera paz.
El gobierno federal ha contado con la amplia y generosa colaboración del desgobierno estatal, con Albores Guillén al frente, en los operativos tendientes a seguir arrinconando a las comunidades indígenas zapatistas. Pero este panorama puede cambiar drásticamente en sentido contrario, el cambio depende en su mayor parte de los resultados electorales que en agosto arrojen las urnas en la vasta y variada geografía de Chiapas. Por primera vez se les presenta a los chiapaneco(a)s la oportunidad de elegir un gobierno que no sea del PRI, uno que rompa con la tradicional cadena de gobernadores interinos y sustitutos del sustituto nombrados desde la capital del país. El candidato opositor, que cada día suma y multiplica apoyos para cortar de tajo el continuo desgobierno priísta de la entidad, es el senador independiente Pablo Salazar Mendiguchía y su Movimiento de la Esperanza. Cuando hace casi un año Salazar anunció su intención de contender por la gubernatura de Chiapas, entonces todavía estaba formalmente en el PRI, abundaron las sonrisas malévolas en el Revolucionario Institucional al considerar las nulas posibilidades del legislador incómodo para ser nominado por el tricolor. El horizonte que le vislumbraban era la salida del partido pero con pocas posibilidades de concitar apoyos más allá del Partido de la Revolución Democrática.
En pocos meses, Salazar Mendiguchía y los núcleos ciudadanos que le apoyaron desde un principio lograron concitar interés en la posibilidad de una alianza opositora amplia y diversa. Entre mayo (mes en que rompió pública y definitivamente con el PRI) y diciembre del año pasado el legislador, que fue uno de los integrantes fundadores de la Comisión de Concordia y Pacificación que plasmó los acuerdos de San Andrés, se dedicó a reforzar los puentes construidos con fuerzas políticas que nacionalmente no lograron concretar su unión para enfrentar al aparato gubernamental y su partido en las elecciones presidenciales de julio próximo, pero que en Chiapas sí decidieron ir juntos a los comicios. Así, poco a poco, Pablo Salazar conjuntó tras su candidatura a los partidos Convergencia Democrática, del Trabajo, del Centro Democrático, Verde Ecologista, de la Revolución Democrática y al de Acción Nacional, además de múltiples organizaciones ciudadanas que son muy activas en la promoción de la candidatura del senador, quien ha sido atacado tan fiera como infructuosamente por Roberto Albores Guillén.
De cierta manera independientemente de quien resulte triunfador en las elecciones presidenciales, de concretarse la victoria de Salazar Mendiguchía en Chiapas la orientación de la política estatal quedará mayormente en manos del nuevo gobernador y menos sujeta a lo que decidan en Los Pinos. Esto lo sabe muy bien la cúpula gubernamental y el PRI, por lo que uno de los puntos álgidos y de mayor prioridad en sus agendas es cómo obstaculizar la campaña del candidato de la Alianza Opositora y evitar una copiosa votación a su favor. Cumplir con éxito estas tareas parece complicado por la amplitud de los apoyos que tiene Salazar y por lo que el senador representa para muy amplios sectores de la plural sociedad chiapaneca. En vista de esto, la sorpresa sería que Salazar Mendiguchía perdiera en las urnas, misión a cumplir por parte de toda la estructura priísta que gastará en Chiapas más dinero que en ninguna otra elección estatal.
Chiapas fue la reserva de votos del PRI, en el estado ganaban los candidatos locales y federales contundentemente como en ninguna otra parte del país. Pero el fenómeno se debió más a la impunidad electoral de caciques y alquimistas que a los votos reales de los ciudadano(a)s. Por ejemplo, con los votos inventados en Chiapas, y otras zonas rurales y pobres del país (donde casi no hubo representantes opositores en las casillas), Carlos Salinas de Gortari logró revertir en 1988 el triunfo obtenido por Cuauhtémoc Cárdenas en las urnas que sí pudieron ser vigiladas por gente del Frente Democrático. La vastedad de las fuerzas que postulan al senador Salazar son una garantía para que haya representantes suyos en prácticamente todas las casillas que se instalarán en el estado, lo que dificultará el fraude al PRI y su candidato. Otro asunto candente será, sobre todo si las tendencias apuntaran hacia unas elecciones reñidas, la decisión que tome la dirigencia zapatista acerca de llamar a votar o no a sus bases. Y no hay que descartar el factor de cómo se vaya a comportar el electorado evangélico (entre 25 y 30 por ciento de la población según proyecciones sobre la base del censo de 1990), sobre todo cuando el candidato más fuerte es uno que comparte sus convicciones religiosas. Las variantes se acrecientan en Chiapas como en ninguna otra parte del país.