Luis Linares Zapata
Incivilidad
La observancia de la norma no sólo es el sustento de la vida organizada y la paz social, sino que también juega un crítico papel en la eficiencia de los sistemas productivos y en el disfrute del tiempo libre. El mismo bienestar se afecta en la medida en que se rompen las normas que se han juzgado necesarias para regular la convivencia. Con suma facilidad puede observarse el escaso sometimiento a los ordenamientos que la sociedad mexicana practica en su accionar cotidiano. Y más aún, el poco respeto que los jueces, agentes o policías despiertan en los ciudadanos. Dos casos son notables en estos electorales días. Uno lo muestra, en todo su esplendor, el señor Fox y sus arranques destemplados. El otro lo apunta, de manera por demás continua, la secular violencia contra el reglamento de tránsito citadino y carretero. Cada quien protesta, rechaza y ningunea las sentencias según le vaya en la feria. Y cada automovilista cambia, en un instante y sin la menor pena, las reglas para circular según su propio sentir y caprichosas ganas.
Es cierto que la autoridad juega un papel crucial al respecto. Es ella la que debe diseñar la norma con el concurso de los gobernados como un ingrediente de conveniencia, sobre todo para aquellos mandatarios que deseen y propicien los contactos continuos con sus mandantes. Pero, a continuación, deben vigilar su cumplimiento e imponer el castigo conducente a los infractores. Y a pesar de ser en estos escalones donde se pueden encontrar varios de los meollos y orígenes de la conducta desviada de la sociedad, por ahora no es la autoridad la preocupación primordial de este artículo, sino la incivilidad de los ciudadanos, que es su correlato obligado
En los casos donde se trata de aceptar los dictámenes de los jueces emitidos contra los intereses de alguien, sobre todo cuando éstos son, por el mismo procedimiento de la ley, inapelables, de inmediato salen a relucir los reparos impensados y los despechos que reflejan toda una maraña de preconcepciones, fantasmas y trampas que cada ciudadano lleva consigo. Los retobos de Fox y las maniobras panistas para ladear la sentencia en el caso del diseño de su emblema es un punto señero y aleccionador. Un partido (el PAN) que se ha significado por sus inclinaciones a seguir la ruta de la ley; a perseverar en conductas apegadas a las normas, aún en condiciones precarias de justicia debido a los inveterados abusos del oficialismo, recurre ahora a la protesta torpe y al atajo leguleyo por seguir los desplantes "corajudos" de su atrabancado candidato con sus palabras ofensivas. Fox cometió dos faltas simultáneas. Una como individuo que recurre a las majaderías para referirse a las acciones y el producto de la autoridad (jueces del tribunal electoral) y que revela una concepción harto defectuosa de la justicia y de los encargados de aplicarla. La otra porque, como aspirante a un cargo de suma importancia, debilita el delicado aparato de regulación electoral que tanto trabajo y recursos han costado. Más cuando este mismo tribunal puede llegar a ser su mejor aliado. El votante se lo habrá de cobrar.
En cuanto a la incivil manera de quebrar las indicaciones y reglas de tránsito, sobre todo por parte de los capitalinos, hay mucho que reflexionar. Inclusive hay que remontarse hasta las profundidades de los prejuicios y las formaciones básicas de la personalidad de los individuos y el ser colectivo. La casi anarquía en la que se ha caído mucho tiene que ver con el arraigado sentimiento clasista de la sociedad actual mexicana. Unos, los de arriba, desobedecen todo porque se sienten por encima de la ley. Los de abajo la rompen porque sienten que fue hecha para su mal, para su control. Los de en medio siguen a los de arriba porque quieren, en una fútil empresa, ser como ellos. En la base de tan descompuesta conducta y comportamiento se encuentra, también, la creencia de que siempre hay un camino corto, una salida ingeniosa para evitar la disciplina, el trabajo duro, el mérito propio. El resultado es un tinglado de tiempos perdidos, de recursos mal gastados en señales, semáforos, carriles rápidos y múltiples, donde algunos son preferentes para transporte colectivo pero usados por cualquiera, periféricos entorpecidos por autos que se salen de él en sentido contrario o en reversas forzadas contra el flujo normal, un inaudito caso de incivilidad cotidiana en el DF.
Ninguna autoridad puede controlar tal desobediencia irracional y contraria a los intereses de esa misma sociedad que supone una utilidad siendo "hábil y astuto", cerrando calles, brincando camellones y agandallándose la primacía sobre la línea de peatones, los lugares dobles de estacionamiento y las preferencias de circulación. Muy por el contrario, ello es la causa de la poca fluidez del tráfico, del malestar urbano, del tiempo perdido, de las incomodidades vecinales, de la contaminación y del excesivo gasto público. El estrés, los pleitos callejeros, el cansancio adicional y las caras de encabronados permanentes que se observan con regularidad en las calles de la gran ciudad son parte inevitable de las consecuencias.