La Jornada miércoles 12 de enero de 2000

Arnoldo Kraus
Confidencialidad en medicina

Son tantas y tan diversas las amenazas que se ciernen sobre la práctica médica contemporánea que, sin duda, su ejercicio será distinto en poco tiempo. En una o dos décadas los rostros de la medicina se verán modificados y las relaciones entre enfermos y doctores se deterioran progresivamente. Ciencia que construye moléculas pero que olvida cuestiones éticas, compañías aseguradoras que buscan siempre su beneficio y no el del paciente, crecimiento poblacional dispar en proporción al número de profesionistas. Las anteriores, amén del entrometimiento de "la ley" que pretende "proteger" al enfermo a costa del galeno, y gobiernos que, como en nuestro caso, no ejercen políticas del todo inteligentes y absorben los desechos estadunidenses, como es el caso de las Organizaciones Administradoras de Salud, son, tan sólo, la base del iceberg.

La punta aún no la conocemos. Cuando emerja, implicará rupturas en esta profesión. Cada uno de los puntos enunciados merece una reflexión por separado. Si decidí enumerarlas es porque el escenario actual es una cadena interminable, cuyos eslabones, además de endebles, son altamente dependientes. En esas líneas cavilo sobre la confidencialidad en medicina, embrollo que refleja de muchas formas algunas de las caras enunciadas.

Lo que escucha el médico, dependiendo de sus destrezas, de la disponibilidad del enfermo y, por supuesto, de la naturaleza de sus males, puede "ser todo". Si se raspasen las paredes de los consultorios, el número de historias, argumentos y vidas ahí recabadas, servirían para tapizar con meditaciones grandes extensiones "de la vida" y darían pie a incontables narraciones. Lo que el paciente cuenta lo debe saber solamente el doctor. Es un acuerdo tácito, ético "por añadidura", y cuya existencia forma parte del core médico. Su existencia ni siquiera debería prestarse a ningún tipo de discusión: es parte del esqueleto primigenio del vínculo entre ambos y del ethos profesional. Su vigencia, sin embargo, se encuentra amenazada por diversos factores.

Con o sin derecho, las compañías aseguradoras solicitan, cada vez más, copias del expediente del enfermo; incluso sin la autorización del interesado. Lo mismo sucede con la historia del paciente hospitalizado: las notas se encuentran a la vista de todos. Cavilemos en un caso: cuando una joven es violada, se embarace o no, se le transmitan o no enfermedades venéreas, Ƒquiénes son el número mínimo de personas que deben saber estos datos para no perjudicar el futuro de la afectada? Los linderos de la ética pueden ser seriamente dañados si se transgreden las fronteras de la confidencialidad.

ƑY qué habrá que decir en el futuro próximo, cuando los descubrimientos del genoma humano sean tales que se podrá predecir la aparición de muchas enfermedades a determinadas edades? Es obvio que las compañías aseguradoras utilizarán estos datos en detrimento de los contratantes. Es, en este sentido, instructivo el resultado de una serie de encuestas recientemente efectuadas en Estados Unidos, donde se demostró que la mayoría de los médicos miente en favor de los enfermos. Mentir, en este apocalíptico embarradero de intereses, es una forma de honestidad.

Hay otros avatares para los cuales no encuentro fácil respuesta y que son totalmente diferentes de los previos. Utilizo dos casos para compartir algunas preguntas. Si un médico sabe, por ejemplo, que su enfermo tiene sida, y que éste busca y suele tener relaciones sexuales sin protección con diversas personas, Ƒdebe advertirlas?, Ƒdebe violar la confidencialidad en aras de proteger a otros individuos? Con quién es el compromiso moral, Ƒcon el enfermo o con los otros?

Un segundo ejemplo: si un psiquiatra escucha repetidamente que uno de sus pacientes planea asesinar a una mujer, Ƒdebe o no advertirla? Si lo hace es probable que salve una vida, pero hacerlo conlleva el peligro de minar la confianza de sus enfermos, pues rompe las leyes de la confidencialidad.

Para redondear el entramado previo y contagiar mis dudas, expongo una diatriaba diferente: Ƒdeben los cirujanos y los dentistas que padecen sida o son portadores del virus de la inmunodeficiencia humana advertirlo a sus pacientes? ƑPodría compararse esta situación con la de las sexoservidoras?

Los escenarios previos son circunstancias reales cuyas respuestas son sumamente complejas. Es evidente que cada caso debe individualizarse y el peso de la respuesta descansar en los códigos morales de los implicados, médicos, enfermos y personal paramédico. El problema es, además, denso porque los actores son sólo parte de un conglomerado extenso al cual me referí al inicio de estas líneas.

Este tinglado insano, profuso en interrogantes, exige inteligencia de los participantes y discusiones públicas. Es, en muchos sentidos, un entramado bioético que pone a prueba múltiples valores humanos. Quien ha estado enfermo, muy enfermo, y ha curado por lo que escuchó su médico y por las respuestas de éste, conoce el valor de la confidencialidad.