Miguel Concha
Sucesión desafiante
Las justificadas preocupaciones e incertidumbre que dadas las circunstancias generó en vastos sectores de la vida nacional, e incluso internacional, entre creyentes y no creyentes, el brusco traslado del obispo ideal para suceder a don Samuel, plantean a las autoridades civiles y eclesiásticas la ineludible responsabilidad de considerar seriamente ahora y en el momento oportuno en que el Papa decida personalmente aceptar su dimisión, el arraigado protagonismo que al cabo de muchos años ha alcanzado sin proponérselo en la sociedad y en la Iglesia, en México y más allá de nuestras fronteras, la diócesis de San Cristóbal. A las primeras, para no continuar aprovechando dentro de su esquema violento la coyuntura para seguir azuzando el fuego de la discordia, la división, la tensión y el conflicto; y a las segundas para velar por lo que constituye el núcleo fundamental de su misión: la comunión, la concordia, la reconciliación, la encarnación del Evangelio, el testimonio de Jesucristo en la historia, e incluso la unidad y la fortaleza de la institución, dando así muestras palpables en los hechos de sus recientes declaraciones de buena voluntad en este sentido.
Y cuando se dice la diócesis de San Cristóbal, uno no se refiere exclusivamente a los agentes de pastoral, sino antes que nada al pueblo creyente, 80 por ciento del cual está integrado por pueblos y comunidades indígenas, que pasó en los últimos años de ser objeto de las decisiones de otros a ser sujeto de su propia historia, gracias también a la acción evangelizadora de sus fieles pastores. Y esto se dice sin quitar un ápice al evidente valor religioso e institucional de su comunión con la sede de Pedro. El propio papa Juan Pablo II dijo en 1993 en Yucatán que nuestros indios e indias, a quienes algunos desearían seguir viendo en todos los campos como objetos, marionetas manipulables por los caprichos de cualquiera, son ahora felizmente sujetos de la evangelización del continente, sujetos por medios pacíficos de su transformación y desarrollo, y que no tienen que esperar a que otros actúen, para cumplir con su propia responsabilidad en la historia.
El mismo don Samuel recuerda en la entrevista que en septiembre de 1996 concedió a Jorge Santiago Santiago, hoy coordinador de la Asociación de Desarrollo Económico y Social del México Indígena, que cuando en 1974 se preguntó para halagarle en el Congreso Indígena a los representantes de las comunidades quién era ahora para ellos fray Bartolomé de las Casas, respondieron sin titubear: "Nosotros. Nosotros somos Bartolomé. Antes teníamos necesidad porque todo se decidía en España, donde no podíamos llegar y no teníamos voz; entonces hablaban por nosotros, ahora empezamos a hablar por nosotros mismos" (p.18).
Confiamos en que aún sin conocer el tzeltal y el tzotzil, el ch'ol y el tojolabal, todos a orillas del Tíber sean tan conscientes de estas nuevas realidades como lo son quienes están en las riberas del Suchiate, y por ello esperamos que se tomen muy en cuenta las propuestas de nombres que el Colegio de Consultores, en representación de la diócesis, hace con conocimiento de causa a Roma, para buscarle con autonomía y sin precipitación lamentables un nuevo e igualmente digno sucesor a don Samuel. Va de por medio nada menos que la unidad y la credibilidad de la institución, la paz sólida de Chiapas y de todo el país, y sin menoscabar para nada la autoridad personal del propio Papa, es por lo demás un proceso canónico ortodoxo y en conformidad con las mejores prácticas tradicionales de la Iglesia.
Si por malaventura se diera una decisión en un solo sentido, se estaría echando sobre las espaldas del elegido una carga humanamente muy difícil de sobrellevar, pues como don Samuel explica en la entrevista aludida, las culturas indígenas y la complejidad de la situación social le llevaron desde hace años a poner legítimamente en práctica y a todo nivel las estructuras colegiadas de participación que impulsaron en la Iglesia el Concilio Ecuménico Vaticano II y el Magisterio Pontificio y Episcopal subsiguientes: "Así es en realidad la situación. Si se basara la pastoral diocesana en la decisión absoluta y única de una sola persona, no solamente estaría cercado, sino bajo tierra; porque las situaciones son complejas, las dificultades son fuertes y éstas deben compartirse, no sólo para que se reparta la carga, sino para que la iluminación haga que la responsabilidad de actuar tenga las menores incidencias de confrontación posible" (p.55).