Jorge Camil
Sexenios monotemáticos
Es posible que Luis Echeverría haya sido el último gobernante que asumió la Presidencia con una visión global del cargo y un proyecto político de nación. Inició su gestión con los ambiciosos y generales objetivos de promover una distribución equitativa del ingreso, corregir el rumbo hacia el nacionalismo posrevolucionario y salvaguardar la soberanía nacional. Al fijar esos objetivos, Echeverría, uno de los principales actores del 68, reconocía la imperiosa necesidad de denunciar el agotamiento del modelo de desarrollo estabilizador y la obligación de reducir la desigualdad social (un objetivo que, de haberse logrado, tal vez hubiese contribuido a generar una mayor apertura del sistema). Sin embargo, en el desempeño de su encargo, y presionado por todos los actores políticos y económicos que se sintieron amenazados por el nuevo estilo de gobernar, el presidente perdió el rumbo. Su proyecto terminó agobiado por una peligrosa polarización social, severamente criticado por su defensa oblicua de la soberanía nacional esgrimiendo las causas de otros pueblos latinoamericanos (Chile y Cuba), desgastado por el estilo casuístico de gobernar del presidente y sepultado por una enorme deuda pública adquirida indiscriminadamente para lograr la equidad social por la vía del Estado benefactor, y no necesariamente del crecimiento económico.
El fracaso del modelo echeverrista, y el caos provocado seis años después por la apresurada nacionalización de la banca, obligaron al sistema a dar un dramático vuelco a la derecha en detrimento de las prioridades sociales. Pero eso no es lo peor. El problema es que desde 1982 se ha entronizado en nuestro sistema político un estilo de gobernar que persigue, casi exclusivamente, prioridades de tipo económico: buenas, malas e imprescindibles, pero todas dedicadas a preservar las expectativas del mercado, incrementar los incentivos de los inversionistas extranjeros, consolidar el capital de los grandes empresarios nacionales o reducir la deuda externa. Durante el sexenio de Miguel de la Madrid, por ejemplo, el presidente, afectado por el síndrome de Sísifo, se dedicó, en forma prioritaria e incansable, a restructurar la deuda externa, sólo para sufrir, una y otra vez, la frustración de experimentar en la cima que las condiciones del mercado exigían una nueva restructuración. Y así sucesivamente... Cuánto tiempo presidencial de calidad utilizado en minucias como la negociación de tasas de interés, garantías, plazos y tipos de moneda; cuánto tiempo robado a las necesidades espirituales (educación, cultura, tecnología) de los mexicanos y a las prioridades de los pobres. Es cierto que De la Madrid inició la apertura económica, pero con ello sólo pavimentó el camino para un nuevo sexenio dedicado a la persecución de otro espejismo económico: el Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLC).
El caso de Carlos Salinas de Gortari es aún más revelador. El presidente decidió al inicio de su gobierno, y seguramente bajo los auspicios de George Bush, que el TLC con Estados Unidos (Canadá entró casi por casualidad) sería la suprema prioridad presidencial. Para obsequiar sus deseos, el engranaje y los recursos del gobierno mexicano estuvieron casi exclusivamente a disposición de un objetivo que, aún hoy, está lejos de producir los resultados originalmente prometidos. En aras del TLC, el gobierno salinista desreguló industrias y actividades económicas; privatizó cientos de empresas estatales, ocasionó la quiebra de miles de pequeños negocios familiares que no pudieron competir, modificó o adoptó al vapor, frecuentemente en contra de la más pura tradición jurídica mexicana, todas las leyes y decretos necesarios para apaciguar a los legisladores estadunidenses. šAh!, casi lo olvido, "privatizó", así, entre comillas, el sistema bancario nacional. Después de la debacle salinista, el presidente Ernesto Zedillo, obligado por la devastadora crisis económica y por convencimiento propio, se ha impuesto con denuedo, y también de manera prioritaria, la ingente tarea de entregar buenas cuentas al sucesor.
A pesar de todo, es preciso reconocer el éxito indudable de los sexenios monotemáticos: De la Madrid restructuró eventualmente la deuda externa, Salinas obtuvo la aprobación del TLC y el presidente Zedillo conjurará, sin lugar a dudas, la maldición de fin de sexenio. ƑQuién recogerá, sin embargo, el tema de los pobres?