Jean Meyer
Crisis milenaria
Nunca han dejado de gritar que hay crisis. Crisis de la sociedad, de valores, de la juventud y demográfica, de las ciudades y ecológicas, de las naciones y económicas, climática y política, de los Estados y del sistema internacional.
Crisis del sistema, por fin, el cual amenaza sin fin con derrumbarse.
Sobran los gritos de alarma y los incontables análisis que predicaban, predican y seguirán predicando el fin del sistema.
ƑCuál sistema? El sistema que es responsable de todo. ƑCuál sistema, pues? Bueno, el nuestro, el sistema occidental, ese conjunto de pensamientos, acciones, omisiones, ese mismo que ahora los ecolo-católico-neomarxistas satanizan bajo el rubro inquisitorial de "globalización y neoliberalismo".
De Nietzsche a Foucault, de Rousseau a Marcos, pasando por Carlos Márquez, perdón, Karl Marx, de Juan Crisóstomo a Juan Pablo II, la denuncia ha sido permanente, justificada como absurda, necesaria como inútil.
La historia sigue su marcha indefinida e imprevisible, lo que no significa absurda.
Tenemos la nostalgia, como los primeros hombres históricos de hace 5 mil años, de la Edad de Oro, del Edén perdido; redoblamos esa nostalgia con la del "mundo que hemos perdido", el europeo anterior a la Revolución industrial, la aldea campesina de nuestros abuelos (que huyeron de ella como los últimos campesinos mexicanos que se precipitan hacia las metrópolis nacionales y estadunidenses), la "comunidad indígena".
Soñamos con abundancia y justicia, igualdad con privilegios, aventura en seguridad, ocio sin aburrimiento; despreciamos nuestro mundo para exaltar la supuesta riqueza del pensamiento simbólico, la complejidad (innegable) del pensamiento dizque primitivo, pero queremos antibióticos eficaces, la derrota del cáncer y la vacuna contra el sida. Despreciamos las ilusiones de la religión, pero queremos la inmortalidad. Buscamos y celebramos en el pasado que no volverá la sociedad de las fiestas, la espontaneidad en el gozo, el milagro de una sociedad sin clases, sin machismo, sin feminismo, sin racismo.
Denunciamos sin fin nuestro mundo, nuestra sociedad de consumo. šDios! šCómo consumimos en esas fiestas de Navidad! ųfiesta de la pobreza, de la pequeña infancia, de la desnudez entre el buey y el burroų; cómo consumimos en estas fiestas de Navidad, Hanuka, fin de año, fin de siglo, fin de milenio.
Denunciamos, sin cansarnos, nuestra sociedad de espectáculo, y la gozamos sin freno; la corrupción, y nos dejamos tan pronto como se presenta la tentación; el poder, y lo gozamos tan pronto como nos alcanza, seduce, convence.
Los grandes autores, desde los anónimos de los primeros libros de La Biblia, desde los profetas, Homero, los trágicos griegos, hasta los Seneca, Boecio, Montaigne, Pascal, Montesquieu, Marx, Tocqueville, Bernanos, Valéry nos tranquilizan en su pesimismo lúcido, en su optimismo trágico que invita a vivir y a luchar.
"Fin del discurso. Todo ha sido oído. Teme a Dios y guarda su mandamiento, ya que eso es todo el hombre (el todo del hombre). Porque Dios pronunciará sentencia en cada una de las acciones, de todo lo oculto. Bueno o malo". (Eclesiástes 12, 13-14.).