La Jornada jueves 6 de enero de 2000

Olga Harmony
Los libros de El Milagro

Ya no nos parece un milagro, sino una muy agradable costumbre tener en nuestras manos uno de los bellos libros de esa editorial a cargo de David Olguín y Pablo Moya. Escribí bellos y me rectifico, no porque no lo sean, sino porque hay que añadir importantes. Calidad de contenido con calidad en la presentación se conjugan, como pocas veces, en la edición de textos dramáticos y del quehacer teatral.

Al final del año, la remesa consta de cuatro volúmenes a los que quisiera referirme brevemente. El primer placer consistió en el rencuentro de tres obras de Hugo Hiriart, una de ellas escrita para actores y marionetas ųMinostastasio y su familia que da nombre al libroų que se convirtió en referente de la obra del dramaturgo. Casandra, menos conocida que las otras, es un pequeño juguete para actriz y coro en que Hiriart intenta construir un drama melódico que recuerde un cuarteto de cuerdas. Y Camille o la historia de la escultura. De Rodin hasta nuestros días, que hemos visto escenificada dos veces por directores y equipos diferentes y que todavía guarda, en lectura, muchas posibilidades para su desciframiento. La diversidad entre las obras escogidas da buena cuenta de la multiplicidad de intereses del autor que se mueve con un tema único: la familia. Ese juego inteligente y ese deleite en proponer juegos que todos reconocemos en el teatro de Hugo Hiriart y que queda desnudo en el brillante prólogo escrito con la agudeza y el buen decir de David Olguín, a los que esta vez añadiríamos un placer del corazón ųquizás el que Olguín comparte con Hiriartų que lo convierte en entrañable.

De Héctor Mendoza se eligen tres obras temáticas acerca del arte de la actuación, dos de ellas ya editadas y las tres estrenadas ante diferentes públicos. Es bien sabido que el maestro se ha rehusado sistemáticamente a escribir textos teóricos en que desarrolle sus ideas acerca de la actuación y en lugar de ello ha preferido volcar en dramas estas reflexiones. Desde Hamlet por ejemplo esta idea no le ha resultado ajena, aunque la ha mantenido más activa de un tiempo a esta parte. Leer estas tres obras ųActuar o no, Creator principium y El burlador de Tirsoų ya sin la magia de la escena y como si se acudiera a un texto teórico es de gran ayuda para entender su propuesta. A los textos se añade un prólogo de Braulio Peralta, quien fuera su alumno antes de convertirse en importante periodista y que ofrece datos acerca de la manera en que Mendoza encara la dirección de escena.

Los prólogos de estos libros resultan capitales porque ofrecen una visión cercana y crítica de la obra del autor. Dos de ellos, pertenecientes a la serie de El apuntador, es decir de textos acerca del teatro, corresponden a Luis Mario Moncada. Me gustaría referirme a ellos con alguna extensión posteriormente, porque Moncada no se limita a prologar, sino que ofrece una provocadora mirada hacia la crítica que hay que tomar en cuenta. El primero, es un breve volumen de aforismos de Luis de Tavira, El espectáculo invisible, paradojas sobre el arte de la actuación en el que encontramos resonancias de muchos y dispersos escritos de Tavira ("Si todo es teatro nada es teatro", por ejemplo, que recuerdo de un encuentro de teatristas). En catorce apartados y 365 aforismos, uno por cada día del año, Tavira da cuenta de sus reflexiones acerca del actor, pero también del arte y del mundo en que el actor, en cuyo interior se desarrolla ese espectáculo invisible que da título al volumen, se mueve. Laberíntico y lleno de paradojas, no escritos acerca del teatro que Jorge Ibargüengoitia publicó en la Revista de la Universidad. Con el título de El libro de oro del teatro, da divertidísima, injusta y por momentos alejada de lo que debe ser una crítica teatral, buena cuenta de lo que le tocó ver y vivir. Y aquí me detengo. En su primer prólogo, Moncada continúa algunas de las reflexiones que ya ha vertido en otras partes. Hace hincapié en que la crítica periodística no es interlocutora del teatro que se hace en cada momento y que es necesario el ensayo crítico. Tiene razón y él mismo resulta un buen ensayista (a diferencia de otros que expresan siempre su deseo de hacer ensayo, a los que sólo deseo un espacio e ideas originales). Pero también, y justo en el volumen de Ibargüengoitia, me hizo pensar nuevamente en lo efímero de la crítica y lo ligada que está a guiños generacionales. A pesar de lo acucioso de sus notas, Moncada pasó por alto un referente con que mi generación se burlaba de las lecciones de idiomas, adelantándose un poco a La cantante calva. En J'ai perdu ma mére dans le jardin de matante hace un guiño burlesco a la frase (J'ai perdu ma plume dans le jardin de ma tante proveniente de una comedia hollywoodense) con que nos mofábamos de lo absurdo. Moncada no lo podía saber, nació cuarenta años o más tarde para ello, pero refrenda mi idea de que ojalá vengan críticos jóvenes que entiendan a una generación de teatristas de ideologías muertas y héroes risibles.