La Jornada jueves 6 de enero de 2000

Margo Glantz
Mérida, Hannah Arendt y Walter Benjamin

Sigo viajando, yendo y viniendo, como si mi destino fuese ir y regresar siempre al mismo lugar. Esta vez, simple y modestamente, fui a Yucatán donde pasé las fiestas con mis hijas, mi yerno y mis nietos que me llaman cariñosamente Mambo, cosa que me llena de orgullo y de unas ganas terribles de bailar ese ritmo que estaba de moda cuando yo era joven y bella y mis amigos lo bailaban bien, mientras yo los veía con admiración y envidia. Y bueno, como dirían otros amigos, esta vez argentinos, Yucatán ya no es lo mismo, Mérida se ha transformado en una ciudad cualquiera de los Estados Unidos, con sus periféricos ųmás modestos- sus centros comerciales, sus cines multitudinarios, sus restaurantes Vips, Sanborn's, Wings, etcétera. Uno se siente en un suburbio de San Antonio o de Los Angeles por los letreros en inglés, las tiendas donde se concesionan helados, hamburguesas, fajitas, chili con carne, aunque de pronto aparezcan algunos restaurantes donde se venden panuchos, sopa de lima, cochinita pibil, frijoles y relleno negro. Además y afortunadamente con varias sucursales, el consabido café Colón, sus helados de guanábana, sus merengues y sus refrescos, reliquias de otros tiempos.

Me detengo porque siempre caigo en aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor y es ridículo hacerlo ahora que ya estamos en el 2000 sanos y salvos. Y cuando escribo la cifra 2000 mi computadora escribe encima la fecha exacta en flagrante demostración de que la informática sobrevivió al cambio del milenio en ciernes.

Llevamos a los niños al cine y vemos una horrorosa película norteamericana para niños, más bien para retrasados mentales, una película con un ratoncito que Geena Davis y su marido adoptan para acompañar al niñito gringo que sí es su hijo. Lo más impresionante no es eso, lo impresionante es que el público está formado por adolescentes y adultos que no tienen hijos, que van en pandilla o con sus novias a ver la película, vestidos con sus pantalones, camisas y shorts de marca ostentosamente exhibida con orgullo, como esos australianos e ingleses que viajaban con nosotras en Capadocia con su gorra The Gap, su camisa Ralph Lauren, sus pantalones Tommy Hillfiger, su acento cockney y sus cámaras Cannon. Marcas que obviamente se encuentran en cualquier centro comercial de Mérida. Las carcajadas resuenan como imbéciles estallidos y cuando salimos del cine el recinto está cubierto de botellas de Coca Cola y miles de palomitas que dificultan el tránsito libre por la sala. Obviamente este paisaje no es exclusivo de Mérida, Yucatán, es característico de cualquier plaza de Ciudad Satélite, Churubusco, Santa Fe, Loreto, Houston, Los Angeles y hasta Nueva York. Beneficios de la globalización.

En Mérida leo a la vez una biografía de Hannah Artendt y la biografía que ella escribió sobre Rahel Varnhagen, la vida de una judía alemana de la época romántica, enfrentada a un viejo dilema, la de escapar a su judaísmo, asimilarse y convertirse en una verdadera alemana. En realidad una autobiografía disfrazada y premonitoria de la autora, además un análisis político de la situación alemana en 1933, época que clausuraba brutalmente todo intento de asimilación como se demostraría durante el nazismo y la solución final, la construcción de las "fábricas de la muerte", según llamaría después Artendt a los campos de concentración y las cámaras de gas. Cuando terminó su libro sobre la Varnhagen, el racismo se había convertido en la política declarada del estado alemán y se habían cerrado las fronteras. Y aunque parezca una absurda comparación, esa verificación hecha por Artendt no sólo afecta a los judíos a los que ella calificó de parias, sobre todo si esos judíos eran como ella o Walter Benjamin (šY claro, Rahel Varnhagen!); esa verificación concierne en su totalidad al mundo moderno, ese mundo que le apostó al progreso, un progreso que como el de Yucatán; es una tormenta que sopla desde el Paraíso, como diría a su vez Benjamin en Angelus Novus; "tormenta que empuja al ángel hacia el futuro, aunque éste le dé la espalda, mientras la pila de ruinas crece en dirección al cielo. Lo que el ángel denomina progreso es justamente esa tormenta".