La Jornada jueves 6 de enero de 2000

Andrés Aubry y Angélica Inda
Raúl Vera: Roma golpea, pero Chiapas vacuna

Chiapas, diócesis de segunda, ha tenido unos obispos de primera, como Las Casas, otros que fueron su vergüenza (como Alvarez de Toledo, a quien la Historia culpa de la rebelión tzeltal de 1712), y muchos otros sin vocación ni brío particular, a quienes la dura realidad de una diócesis marginada convirtió, transformó, engrandeció.

Estos últimos, oriundos de medios conservadores, crecieron protegidos, fueron educados para respetar a los más fuertes, ascendieron por la suerte que proporciona la frecuentación de los poderosos. Pero no se ofuscaron con su nombramiento a una diócesis incómoda y despreciada ųque otros habían diferido para competir por otra más honorable y ganarla.

El choque de la realidad los vacunó con su primera gira pastoral, la que el derecho canónico llamaba la Santa Visita. En las diócesis vecinas (de Oaxaca, de Mérida, de Guatemala), los obispos encargaban la faena a vicarios fornidos, que enfrentaron los caminos ásperos, los miasmas y mosquitos de tierra caliente, las heladas de noches dormidas en un petate en el altiplano, el dolor de riñones por jornadas a lomo de mula, y los rigores de la convivencia, en las etapas, con una feligresía indígena que no hablaba su lengua. A su regreso, el distinguido prelado se conformaba con firmar el informe enviado a la autoridad eclesiástica superior, sin moverse de su palacio episcopal.

Sin que pudiéramos explicar bien a bien por qué, en Chiapas no fue así: sus obispos fueron valientes, heroicamente fieles al trabajo de campo de la Santa Visita. En su escala de Mapastepec en el Soconusco, Villaescusa, un obispo septuagenario del siglo XVII, fue pateado por los soldados del gobernador mientras descansaba en la choza de uno de sus catequistas, entonces llamados fiscales. Olivera, el constructor de nuestra catedral en el siglo XVIII, no sabía montar a caballo y se negaba a ser cargado a lomo de indio: aguantó a pie, con sus tres katunes a cuestas, varias vueltas de toda su diócesis. Samartín, en el siglo XIX, de notorio mal genio, tenía ambiciones episcopales que el rey, en intercambio poco honroso de favores, terminó por consentir, pero al llegar echó pestes a los indígenas ("desconceptuados personajes, irracionales y absolutamente idiotas"), porque esperaba mejor, pero después de su primera gira recapacitará ("deben gloriarse de ser indios, lo que la historia parece demostrar"), y ofrece su renuncia a quienes no lo quieren oír. Un obispo de cada cuatro, vencido por los rigores del campo chiapaneco, murió sin médico, con el consuelo de indígenas que le cerraron los ojos en su petate.

Los que sobrevivieron, llegados a Chiapas conformes como pocos, se pusieron "revoltosos", según acusaciones de Alcaldes Mayores, porque fueron aleccionados por el escándalo del panorama social de su diócesis. Sus informes a la autoridad eclesiástica, lo dejaron a la pluma de su acompañante pero dirigieron su protesta a las instancias de decisión, a la fuente de los poderes: al Consejo de Indias como Las Casas, al Rey como Vargas y Polanco; a la Capitanía General como Samartín. Siglo tras siglo, la violencia de la historia social de Chiapas está testimoniada en los manuscritos del Archivo Diocesano por las denuncias sin tapujos de obispos que nacieron a la conciencia social en sus giras de campo. La inconformidad episcopal es una tradición en esta diócesis porque la costumbre sigue siendo la explotación, endémica y estructural, del indígena.

Esta experiencia fue la de don Raúl Vera. Llegado con consignas precisas en su Bula, dio en el campo con la desinformación de la Curia romana que las inspiró. En su primera gira pastoral, los chinchulines secuestraron su camioneta; en otra fue emboscado con don Samuel; sus acompañantes de caminatas recuerdan las expresiones de su emoción social: "šPero es imposible!", "no lo puedo creer", "es un escándalo". El destinatario de su primer reporte fue el propio Chuayffet cuando todavía fungía en Gobernación.

Su sucesor se expone a la misma suerte porque, en 462 años de existencia de la diócesis, esta protesta es una tradición de sus obispos, y porque, siglo tras siglo, "Chiapas está en peor estado que lo dejó Cortés", tal como lo afirma el último lascasiano histórico, el dominico (como fray Raúl) Matías de Córdoba.

Hace exactamente un siglo murió el obispo Luque en una vereda de Simojovel. Al llegar a Chiapas quince años antes, había caído de su mula y ésta resbaló en el lodo aplastándole una pierna. Lisiado de por vida, siguió cojeando por las brechas de Chiapas y denunciando las injusticias que apuntaba de camino para documentarlas. El Vaticano se lo reprochó pero el Arzobispo Primado de México, Labastida, con larga experiencia en la Ciudad Eterna, lo disculpa y tranquiliza: "De esto no tienen idea en Roma, y no se la pueden formar". ƑHasta el nuncio Mullor, quien lo sufrió en carne propia en la zona norte del 14 al 17 de diciembre de 1997?