La Jornada martes 4 de enero de 2000

Ugo Pipitone
Novecientos

Me resulta imposible liberarme de la magia de las fechas. Cien años de pronto se van al archivo muerto y lo mínimo que se merecen, colectivamente, es una mirada retrospectiva. Tendremos que sacar frente a ellos lo mejor de lo que entendimos, paradójicamente, de nosotros mismos.

Mi imagen es un escenario con tres grandes protagonistas: el autoritarismo, el comunismo y la socialdemocracia. Una clasificación que puede parecer curiosa y que intentaré explicar.

Del primero es suficiente mencionar su máxima realización: seis millones de muertos de una cultura condenada por la paranoia de otra capaz de generar en su seno delirios étnicos y símbolos paternales inalcanzables. Y mejor no contemos muertos, que en este siglo se parece a una contabilidad siniestra de exterminios de diferente categoría. En la contabilidad global, tenemos que incluir todos los actos autoritarios, antes y después de Hitler, que salpican el tiempo y el espacio de este siglo.

Del segundo, el comunismo, sólo puedo decir que, no obstante sus afinidades con el autoritarismo, es historia aparte. No nace de la desconfianza en las masas sino de un enaltecimiento que termina por esterilizarlas frente a sus herederos terrenales. Comunismo y fascismo, más allá del concurso de atrocidades que cumplen a lo largo del siglo, no son lo mismo. El primero es un sueño extraviado; el segundo es un delirio autoritario confirmado. En el comunismo persisten, en el siglo XX, las utopías del XVIII, pero persisten aplastadas y convertidas en espejos deformados.

Añado mi convicción que el ciclo histórico del comunismo --más allá de minoritarismos iluminados y radicalizados en contagio múltiple-- está cerrado. Y espero no equivocarme.

El tercer protagonista es la socialdemocracia, que al despuntar del siglo pasado tuvo primeras confirmaciones de la posibilidad de establecer reglas para mejorar la convivencia de un cuerpo social que sin Estado --un pacto de convivencia-- no tendría alma. Una cultura que produjo Lloyd George, Franklin D. Roosevelt, Mitterrand, Kreisky. Una socialdemocracia que en Europa y en Estados Unidos (en su versión de liberalismo democrático) han producido, además de bienestar, impuestos progresivos, sufragio universal, educación pública y el conjunto de aquello que entendemos hoy como welfare state.

No obstante algunos resbalones, no reconocer que esta socialdemocracia ha cambiado para bien la vida real y cultural de una parte de este planeta en el siglo XX, sería una mezquina reticencia. Como lo sería también dejar de reconocer que la hoja de servicio extraeuropeo de esa misma socialdemocracia no es de fácil lectura. Hubo versiones notables en Brasil, México, India, etcétera, y los resultados no fueron pequeños, pero tampoco capaces de producir un salto cronólogico hacia fuera de aquello que se denomina subdesarrollo. La socialdemocracia (descontando sus propios errores y tentaciones mundanales) milagros no hace. Esto es obvio.

ƑCon qué convivimos a finales del siglo pasado? Ese que acabamos de dejar atrás hace un momento. Con tentaciones autoritarias en varios formatos (incluso con las mejores intenciones), con escasa creatividad política e intelectual de la socialdemocracia, con locuras milenaristas y con tentaciones místicas de varia denominación, con guerrillas autodenominadas escriño ético mundial y nostalgias nacional-revolucionarias. Y, naturalmente, con un grado de fragmentación en las sociedades y en la cultura pocas veces visto.

Habrá que decidir qué dejar atrás y qué tratar de renovar en el tránsito, sin considerar que toda la alharaca calendárica podría ser gloriosamente insustancial. Pero si no fuera, éste y los próximos serán los días para acelerar el desprendimiento de las viejas pieles para aceptar vivir un tiempo que impone una mescolanza, no fácil, de responsabilidad y originalidad.