Alberto Aziz Nassif
Después de las fiestas del 2000
De manera simultánea a la transmisión de las fiestas del año 2000, las imágenes televisadas se convertían en el icono de un cambio de era. Los satélites hicieron posible una conexión planetaria. De forma emblemática cada país sacaba sus pedazos de folclor, de lo que alguna vez fue parte de su cultura popular. Esta vez los países conectados por la televisión como una "aldea global" mostraban al mundo que la llegada del 2000 podía celebrarse como un ritual homogéneo en donde las diferencias quedaban reducidas a distintos grupos musicales y a las vistas escenográficas de cada ciudad. Los diferentes horarios nos permitieron ver en México, con anticipación, otras celebraciones. Finalmente, llegó el año 2000 y la magia de las luces artificiales, junto con la ansiedad celebratoria, crearon un clima de fiesta en donde parecía que el mundo se había detenido para irse de fiesta: los buenos deseos, las proyecciones milenaristas y el confeti borraron momentáneamente las miserias, y todos los celebrantes fuimos, por unos breves instantes, distintos porque habíamos cruzado una frontera simbólica. La carga de estar en una nueva época era un discurso demasiado pesado para ubicarse en otro lugar. Pero las fiestas del 2000 terminaron y regresamos a la realidad, a un México igual al que dejamos en 1999.
Antes de terminar el año hubo noticias que limitaron el optimismo: con todo y el ánimo festivo podemos preguntar, Ƒqué va a pasar en este país con un aumento de 10 por ciento al salario mínimo? Esta noticia salarial, junto con la remoción del obispo Raúl Vera en San Cristóbal de las Casas, nos regresan al mismo país de siempre. Otro aumento por debajo de la inflación; otra vez la misma cantaleta de una alianza perversa entre un gobierno que pone por delante sus equilibrios macroeconómicos y un sector empresarial que piensa que lo mejor de México son sus salarios y la facilidad para imponerlos. Así, mientras el futuro se empieza a instalar entre nosotros y podemos ver los retos ecológicos, los avances en la tecnología de la información, las tensiones locales y globales, el envejecimiento demográfico, las nuevas tendencias culturales en alimentación, salud, religión, aquí en México seguimos con la repetición del mismo esquema para agrandar la desigualdad.
Pero esta baja progresiva y sistemática del salario no se puede entender sin el conjunto de piezas que la hace posible: un gobierno neoliberal que vende su mejor ventaja competitiva en la mano de obra barata; un sector empresarial, local y extranjero, que exige como condición para invertir que lo liberen de un sindicato real; un sector sindical dominante --popularmente conocido como charro-- en contubernio permanente con los intereses empresariales que a la hora de votar estos aumentos anuales simplemente se abstiene; al mismo tiempo, otro sector sindical democrático muy reducido que no tiene la fuerza para establecer un contrapeso. Los bajos salarios forman parte de una estrategia de desarrollo en donde el mercado interno tiene importancia secundaria.
Después de haber visto el recorrido festivo que nos trajo la televisión con la llegada del año 2000, llega la cuesta de enero y tenemos que volver a mirar lo que vendrá en los próximos meses: un proceso electoral intenso que modelará la vida pública casi de tiempo completo. Un propósito para este año nuevo puede ser la defensa de los avances democráticos porque, a pesar de todas sus limitaciones, es la única base que tenemos para construir un futuro diferente. Concluidas las fiestas, México se suma al globalizado año 2000 como un país en donde la miseria y la polarización social crecen.
En este principio de año el país se acerca a la descripción que hace Vicente Verdú: "A la desaparición de las certezas y la ausencia de un proyecto colectivo se suma un mundo zarandeado por formidables mutaciones tecnológicas, por la persistencia de desórdenes económicos y por el aumento de los peligros: desconcierto social, la explosión de desigualdades, la aparición de nuevas formas de pobreza y exclusión, la crisis del valor-trabajo, el paro masivo, la progresión de lo irracional, la proliferación de los nacionalismos y los integrismos, de la xenofobia, y, simultáneamente, un desarrollo de las preocupaciones éticas que podrían conformar un nuevo y desconocido proyecto colectivo capaz de reorientar a la humanidad desde el vestíbulo del tercer milenio" (El País, 02/01/2000).