Teresa del Conde
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La producción de libros de arte bien ilustrados y diseñados es un fenómeno relativamente reciente no sólo en nuestro país, sino en otras latitudes. Basta comparar los catálogos del mismísimo MOMA (que abrió sus puertas en 1929), publicados hace 20 o 25 años, con los que aparecen ahora.
De reciente horneada en México son los libros-catálogo de varios museos, el último publicado corresponde al MAM, impreso en Italia con el sello de Américo Editores y diseñado por Martín Flores Carapia (el diseñador del propio museo). Otro libro importante de la misma casa editora es el que corresponde a la muestra Espejismos del medio oriente , que se presenta en el Museo de San Carlos. Las pinturas que más me atrajeron de todas las que se exhiben son de dimensiones discretas. Una es de Delacroix (claro, no podía ser de otro modo), un jinete árabe pintado a la mitad del siglo pasado que pertenece al Museo Thyssen Bornemiza.
El otro cuadro predilecto es de Odilon Redon, alucinante, como tantas otras cosas de él que no merecieron, quién sabe por qué razón, la veneración que André Breton prodigo a artistas precursores, según su criterio del movimiento surrealista. El cuadro de Redon es un músico árabe, casi abstracto, de tónica simbolista, realizado en 1893.
Me prometo regresar a la exposición con el objeto de ver de nuevo estas dos pinturas, porque nada, ni las mejores fotografías reproducidas con selecciones de color adecuadas en los libros de arte, suple la visión de un original, sea de quien sea. Eso no quiere decir que los libros de arte sean prescindibles, todo lo contrario, permiten la pervivencia ųgráfica histórica y documentalų no sólo de una exposición, una corriente artística o el meollo de la obra de un pintor cuyas obras están dispersas por todo el mundo.
No ha llegado a mis manos aún, ni siquiera por medio de un vistazo, pese a que estoy entre los autores, el libro México eterno, cuya edición estuvo a cargo de Espejo de Obsidiana Editores, con la supervisión de otro de los coautores: Jacques Lafaye. La muestra, como bien se sabe, se exhibe en el Palacio de Bellas Artes. También de reciente producción es Diego Rivera. Arte y Revolución, en versión castellana también de Américo Editores. Sobre este volumen con varios ensayos me prometo escribir una nota aparte, si los hados son propicios.
Ahora mi propósito es referirme a publicaciones más discretas, que encuentro impecables y hermosas. Sobre arte, la mejor diseñada y más limpia corresponde a Manuel Marín. Espacio pictórico. Siete proyectos, producida con el apoyo del programa de fomento a proyectos y coinversiones culturales del CNCA. Vale decir que en cuidado de la edición colaboró con su estricto sentido lógico-matemático el propio Manuel Marín y que la impresión es de Refosa (antes Imprenta Madero).
Los libros de línea son muy de mi predilección, entre otras razones porque están hechos para ser leídos (no sólo vistos) y porque son transportables a cualquier sitio. Entre los más interesantes y atesorables que he leído están tres de la casa Juan Pablos, colección Ediciones sin nombre. El autor de Cuaderno de viaje. James Joyce y sus alrededores es Alejandro Toledo. El es periodista, narrador y crítico literario. Aparte de sus continuas referencias al cine, me atrajo su visión del Cementerio del Pére Lachaise, al que he peregrinado con objeto de rendir veneración a sepulcros notables, como el de Oscar Wilde (es del escultor judío inglés Jacobo Epstein, cosa que no quedó mencionada); el de Jim Morrison, que murió en 1971 y que es visitadísimo, y por supuesto, el de Delacroix, que le está casi vecino, lo mismo que el de Chopin. El meollo del libro es Dublín, pero también París está muy presente pues allí se publicó por primera vez Ulysses, gracias a Sylvia Beach, cuya librería y oficina editorial Shakespeare and Company, después de peripecias mil, pudo sacarlo a la luz en 1922, con la imprescindible ayuda de Adrienne Monnier. Su distribución se legalizó en Estados Unidos hasta 1933, después de un larguísimo litigio. Como estos datos no están anotados en los relatos de Alejandro Toledo, los dejo caer aquí para bien de quienes lean éstos cuadernos de viaje.
También hay recuerdos de viaje y consideraciones laterales sobre obras de arte (tengo predilección por este tipo de literatura) en Sellos de agua, de Héctor Perea, en tanto que su tocayo Subirats nos brinda, mediante la misma colección de Juan Pablos un delicioso, digerible y a la vez profundo recuento filosófico titulado Para quien no se fía. Comulgo plenamente con él cuando recomienda al lector (que puede ser a su vez un escritor) lo que sigue: ''con el mismo sentido del humor que debe tomarse a gran cantidad de autores, comience por reírse de usted, pues las palabras se ríen constantemente de nosotros''. Qué cierto es eso, ya sean palabras escritas o pronunciadas. Y con esto termino, esperando la transmisión por Radio UNAM de la reanudación del prediálogo entre el CGH y la comisión de rectoría.