Alberto J. Olvera
La balcanización de la política mexicana
México arriba al nuevo milenio soportando un régimen político caracterizado por la simultaneidad de la crisis no concluida del régimen autoritario y una transición a la democracia igualmente inconclusa y titubeante. La descomposición del régimen y la falta de consolidación de la oposición se expresan en la emergencia de una enorme cantidad y variedad de poderes fácticos regionales y sectoriales, y en la falta de solución a problemas graves que afectan a toda la nación, desde el colapso de la actividad productiva en el campo hasta el conflicto en Chiapas y la huelga de la UNAM.
El territorio nacional aparece dividido en una serie de pequeños feudos políticos carentes de la articulación corporativa del pasado. Cada pequeño líder y corriente política cobra cara su lealtad al régimen o, en su caso, a los partidos opositores en los que milita. Cada acuerdo es motivo de una larga negociación en la que los intereses políticos y económicos de las partes están por encima de cualquier proyecto ideológico y político de largo plazo.
En el Distrito Federal los grandes poderes están constituidos por mafias políticas, sindicales y criminales, que son capaces de imponer límites precisos a las políticas del gobierno. El cártel de la basura, el sindicato de trabajadores del Gobierno del Distrito, la red de instituciones de asistencia privada, el cártel del contrabando en Tepito, los múltiples grupos delictivos y las diversas agrupaciones que pelean el control del territorio con fines de especulación urbana constituyen los verdaderos poderes de la ciudad. La sociedad civil moderna es débil y su presencia es aún testimonial. El gobierno de la ciudad tiene que negociar uno a uno con una enorme variedad de grupos de interés firmemente anclados en el control de un territorio, un recurso estratégico o una representación gremial.
En la vasta provincia mexicana la situación es muy similar. Si bien los partidos opositores gobiernan en un tercio de los municipios y estados del país, la verdad es que su poder es muy reducido debido a la histórica falta de recursos para los gobiernos estatales y municipales, las limitaciones constitucionales de su ámbito de acción y la carencia de imaginación política de los nuevos gobernantes. Además, la pluralización de la política mexicana se ve contrarrestada por una conspicua continuidad en las formas de ejercicio de gobierno, y por la incapacidad de los gobernantes para romper la hegemonía que ciertos poderes fácticos (como el narcotráfico) tienen sobre áreas completas de la vida social.
En cada entidad los grupos de interés regionales se fortalecen aprovechando los pleitos en la cúspide del régimen político, el adelgazamiento del Estado y los conflictos al interior de los partidos. En el contexto de la selección de los candidatos a diputados y a senadores para las próximas elecciones, estos grupos pueden crear una nueva crisis interna del partido oficial. Las clásicas querellas faccionales del PRD se incrementarán, alimentadas por el costo en posiciones de la alianza electoral propiciada por ese partido, mientras que la contradicción entre los Amigos de Fox y la estructura formal del PAN se expresará también en numerosos conflictos locales.
Si bien este desmembramiento de las corporaciones y la consecuente fragmentación del poder en todos los espacios tiene un efecto democratizador en términos de la proliferación de grupos y corrientes, el problema es que los nuevos poderes fácticos no expresan la emergencia de una sociedad civil moderna, sino el posicionamiento de múltiples grupos de interés en el campo político. Los ciudadanos y los grupos civiles que sólo cuentan con un poder simbólico no pueden intervenir en este reacomodo de poder. Su crítica es aún marginal y no logra controlar el desempeño de la clase política.
El nuevo siglo llega con una gran carga de incertidumbre. Los déficit de la transición política y la debilidad de la sociedad civil aparecen como grandes lastres en la modernización política. Los grupos de interés ganan fuerza e imponen límites a los actores políticos y a la sociedad misma. El país balcanizado tiene frente a sí una larga e ingente tarea de reconstrucción de su integración nacional y el enorme reto de concluir la transición a la democracia antes de que la polarización social y política acabe con la precaria estabilidad nacional.