Ť Excelentes trasmisiones de los canales 11 y 22


Desde hacía mucho la tv no cumplía su cometido: unir

Pablo Espinosa Ť Veinticuatro horas en la vida de una aldea global.

La tribu que vive en la Tierra llevó a cabo un acuerdo tácito e inexorable: borró del calendario el último año del siglo XX y decidió construir en su lugar la fantasía de que ya este instante pertenece al XXI. Pasar de la cifra mágica de tres nueves a la de tres ceros ejerció su tremenda seducción.

ƑVolverá el mundo a celebrar dentro de 12 meses la verdadera llegada del nuevo milenio? ƑReconocerán, por conveniencia, inversionistas, políticos y dueños de los mass media que el 31 de diciembre de 2000 será la última noche de la década, del siglo y del milenio? ƑTendremos entonces dos fiestas de fin de milenio en el mismo año? La probabilidad es alta, pues aparte de ese bello gesto humano, que consiste en celebrar la vida con cualquier pretexto, la reactivación de la economía que produjo en todo el mundo la fiestesota global por el falso fin de milenio es contundente.

Por lo pronto, la fiesta de la virtualidad, ayer, fue conmovedora hasta las lágrimas.

Salvo en la transmisión mundial, en los sesenta, de la inauguración del satélite Pájaro madrugador, y los afanes nacionales cuando los sismos de 1985, la televisión no había cumplido el papel insólito que tuvo ayer, pues merced a la transmisión planetaria titulada El 2000, hoy, vista en México durante 26 horas por Canal 11, la televisión unió, comunicó, dijo... Nos hizo más humanos.

Se supone que la misión de la caja idiota es docilizar, controlar, enajenar, entretener vendiendo, o bien, vender entreteniendo. Las excepciones ayer fueron nuevamente esos tesoros nacionales llamados Canal 22 y Canal 11. Televisa fue fiel a sí misma: divulgó entretenimiento y algunas noticias con su muy particular estilo. Televisión Azteca también, sólo que sus transmisiones no lograron nada más que consolidar su estética de la estulticia, la vulgaridad, lo que los clásicos denominarían el estilo de lo naco, que también es negocio.

El trabajo desempeñado, en cambio, por los equipos de Canal 22 y Canal 11 es histórico, ejemplar. Durante 26 horas, Canal 11 trajo a México el programa titulado El 2000, hoy, un enlace vía satélite producido por la BBC de Londres y que durante más de un día, sin interrupción, nos trajo en vivo el latido de la aldea global. (Este domingo, a partir de las 16:00 horas, Canal 11 trasmitirá un resumen de cinco horas).

Un matiz que no escapó a los televidentes de Canal 22, acostumbrados a niveles de calidad exorbitantes, fue que el último día de 1999 quedó reducido a su condición de canal propiedad del gobierno. Por lo tanto, el televidente vio una programación maniatada a la cobertura del acto oficial, el que se organizó en el Zócalo con derroche de recursos de nuestros impuestos y resultados pobres respecto de las fiestas que organizaron en el resto del mundo, donde sí hubo imaginación, sencillez, dignidad, sin derroches de nuevos ricos. Una variante de La hora nacional pero en muchas horas. Antes de lo oficial, lo que pudo verse por Canal 22 rescató, empero, su buena fama, su gran oficio.

ƑQué hace un reportero frente a un televisor durante 24 horas ininterrumpidas? Constatar, entre otras cosas, y compartiendo lágrimas de intensísima emoción con Rita Abreu, Ofelia Aguirre, Emilio Ebergengy, Miryam Moscona, José Gordon, Adriana Pérez Cañedo, Sergio Uzeta, Peggy Echánove, Laura Barrera y Huemanzin Rodríguez, entre otros conductores de ese maratón maravilloso, que lo que hace el Sol durante 24 horas no es otra cosa que, simplemente, amanecer.

Mil cámaras ante un mismo Sol

Si uno observa un globo terráqueo, verá que hay milímetros escasos entre las islas Fiji y Hawai, puntos donde inició y terminó, respectivamente, la transmisión que unió 1999 con 2000. Desde la madrugada del 31 de diciembre hasta la luz del 1o. de enero, las mil cámaras utilizadas para el enlace planetario siguieron el camino del Sol, que iba produciendo amaneceres consecutivos en los distintos puntos del planeta, hasta darle la vuelta entera al globo.

Las constantes de las fiestas: el mundo celebró, en primer lugar, con música, baile, arquitectura, paisaje y fuegos de artificio. Hubo besos, muchos besos. Bodas, ceremonias rituales ųtradicionales, híbridas y posmodernasų, escenas de ternura, niños, muchos, benditos, niños, y sonrisas, por lo tanto. También, buen vino. Y champaña.

ƑLo más emotivo? La Torre Eiffel demolida por fuegos de artificio que le nacieron por todos los poros. Dama Kiri Te Kanawa entonando cánticos maorís. Kurt Masur en una versión sublime de la Sinfonía novena, de Beethoven. Los edificios de Times Square venidos hacia el suelo en forma de toneladas de papel picado. Los amaneceres en el desierto, la selva, la pampa, la tundra y, rotundas, las ciudades, la abrumadora bruma de Praga, lo más níveo e insondable de la Antártida. La mirada de los niños. La esperanza.

Un reportero frente a un televisor durante un día entero descubre muchas aguas tibias. Más bien, constata: cada vez nos parecemos más y cada vez menos. La música en las distintas aldeas, comunidades, capitales... es siempre un híbrido, un sonoro sincretismo.

Vikingos en Dinamarca, una boda en un palacio de hielo en Suecia, deslumbramientos en la Torre de Pisa, percusiones mágicas en las colinas portuguesas. Mientras, por Canal 11 se persiguen los amaneceres durante la transmisión matutina. Si uno cambiaba súbitamente a Canal 22 el espectáculo es complementario: un recuento del siglo más violento de la historia. La respuesta a la pregunta Ƒqué fuimos?, en la trasmisión de los festejos era: somos belleza. En la programación de reflexiones del 22 era nuestra otra cara: somos odios, guerras, injusticias, pendejez. Durante 24 horas frente a un televisor, el espejo de nosotros mismos, las epifanías del arte, al igual que los errores. La condición humana.

Nadie de nosotros estará aquí para la pifia del tercer milenio. Por lo pronto, nos merecemos una fiesta así de hermosa para el verdadero fin de milenio, que ocurrirá el 31 de diciembre de este 2000.

La frase de Saramago se mantuvo a lo largo de esta jornada frente al televisor, frente al esplendor del espectáculo del mundo: šQué pena morirnos siendo el mundo tan bonito!