La Jornada viernes 31 de diciembre de 1999

Jaime Martínez Veloz
Los niños jornaleros de San Quintín

San Quintín constituye un claro ejemplo en Baja California de lo que ocasionan el crecimiento y el desarrollo desiguales en una región con ventajas geográficas. El nombre de este valle lo asociamos con el proceso sociológico de la migración jornalera en el país. Una característica peculiar de este fenómeno laboral es la ubicación de enclaves culturales en regiones muy distantes al sitio de origen de quienes migran. Esto favorece, a su vez, enclaves agroexportadores de la economía nacional.

Baja California se vanagloria de vivir algunos resultados de la bonanza manifestada en la evolución de algunas variables macroeconómicas las cuales ya estamos habituados a escuchar, según parece. Así, por ejemplo, el gobierno del estado nos dice que para 1998 el ingreso per cápita anual fue de alrededor de 5 mil dólares, lo cual es alto comparado con los estándares nacionales. Por otra parte, las estimaciones del gobierno estatal para el año 2000 suponen captar inversión nacional y extranjera por mil 500 millones de dólares. Para el gobierno panista, Baja California es el paraíso del empleo.

Asimismo, y también de acuerdo con proyecciones gubernamentales, en el 2000 se espera generar 55 mil nuevos empleos en la entidad, es decir, 5 por ciento de las plazas de trabajo que el país necesita anualmente.

Sin embargo, hay otras cifras siniestras que se ocultan debajo de la alfombra, pero sobre todo aquéllas relacionadas con las condiciones del Valle de San Quintín.

Ahí se refleja poco o nada el bienestar social que pregona el gobierno. En la zona habitan aproximadamente 70 mil personas en unas 43 colonias. Las 50 mil personas constituyen entre trabajadores agrícolas y sus familias el núcleo poblacional más significativo. El número restante son jornaleros migrantes, "importados" del sur del país, Oaxaca y Guerrero principalmente. Su participación en la cosecha de jitomate, por ejemplo, es fundamental para la agroexportación de Baja California. Contribuyen sustancialmente con su trabajo a proporcionar los indicadores del triunfalismo.

Los trabajadores migratorios permanecen en la zona durante periodos fluctuantes. Se asientan en campamentos adjuntos a los campos de trabajo, pero en condiciones sumamente deplorables. La mayoría de las veces, los llamados campamentos son sitios poco apropiados para albergar gente. Hay necesidades insatisfechas de los servicios públicos más básicos.

Esta población flotante concentra un caudal significativo de niños jornaleros, auténtica carne de yugo en la entidad del paraíso del pleno empleo y la inversión. Los infantes, virtualmente arrancados de un entorno natural sano, necesario para su desarrollo como seres humanos, deben contribuir desde pequeños a la subsistencia familiar. En 1996 se estimó que uno de cada cinco trabajadores estacionales en el Valle de San Quintín era un niño de entre ocho y 14 años. Algunos de ellos ya son auténticos veteranos de las faenas agrícolas.

Como diría el poeta Miguel Hernández, el niño jornalero no sabe contar sus años y ya sabe que el sudor es una corona grave de sal.

Las virtudes del libre mercado saltan a la vista en la oferta y demanda laboral en el Valle de San Quintín. Para sus apologistas, en la economía de mercado, gran becerro de oro de la actualidad, todo es posible y todo está permitido. Hay ajustes naturales y el mercado se encarga de corregir cualquier exceso.

Debemos reconocer que en Baja California fluye la inversión, atraída por los bajos salarios y la oferta ilimitada de mano de obra. Sin embargo, las condiciones sociales en San Quintín dejan de cubrir todos los supuestos sobre los que se construye la justificación económica del libre mercado, a pesar de la pretendida "libertad" de que gozan los jornaleros para elegir si trabajan o no.

Recientemente, en el Valle se han presentado actos que demuestran la agitación latente debida a las injusticias padecidas por los jornaleros. En un primer incidente, una protesta motivada por exigencias de regularización territorial fue enfrentada violentamente por la policía. Varios dirigentes mixtecos fueron encarcelados, aunque la movilización subsecuente de sus compañeros contribuyó a su posterior libertad. En un segundo incidente, trabajadores enfurecidos ante la negativa patronal para cubrirles sus salarios, incendiaron las bodegas de una empresa agrícola.

La enumeración de estos hechos de violencia refleja la dificultad de las instituciones para garantizar más que la tranquilidad social en Baja California. El trato hacia los jornaleros es despótico. Más aún, a duras penas se oculta un componente altamente racista, alimentado por la ignorancia y el prejuicio.

La situación actual en San Quintín es más vergonzosa que la de hace un siglo en el Valle Nacional. En aquel entonces se vivía una dictadura, cobijada en un pacto social altamente clasista. Ahora vivimos en un estado de derecho, que en la realidad sólo parece serlo de palabra. En nuestro Valle, en la Baja California del tercer milenio, la inconstitucionalidad se palpa a flor de tierra. La tierra que labran los niños jornaleros.

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