Ť Impresionante despliegue de armamento
La militarización se impone en la selva Lacandona
Ť A partir de esta semana, mayor control en los 5 Aguascalientes
Hermann Bellinghausen, enviado, selva Lacandona, Chis., 26 de diciembre Ť La militarización allí está. Ocupa los caminos, las cotidianidades, los cruces de los ríos. El Ejército Mexicano impone su paso en la selva, y a la vez controla el paso. En cada puesto militar, de las decenas que uno puede encontrar en un trayecto en territorio chiapaneco, la cosa queda clara por parte de los soldados: ellos son los que mandan, ellos deciden cuándo y cómo.
Aun disimulado bajo toldos negros, o entre arboledas o tras lomas, el armamento desplegado en estas tierras por el Ejército Mexicano es impresionante.
Cuando en casi todo el mundo el invierno está comenzando, para los indígenas de la selva está por terminar. Las abundantes lluvias de los días que corren anuncian que se aproxima el tiempo de preparar la tierra y sembrar.
ųSe están arreglando las lluvias que desde hace varios años se habían desacomodado ųexplica Juanų porque eso es bueno para la agricultura.
Pero las secas son peligrosas para las comunidades en resistencia. Las posibilidades de un ataque militar son mayores. Cielo abierto, más aviones y helicópteros. Caminos secos. En fin. Cada año.
A partir de esta semana, el control de los accesos a los cinco Aguascalientes de las comunidades zapatistas se acentúa con la intención castrense de ahuyentar, si no evitar, que gente de la sociedad civil acuda a estas poblaciones en resistencia para el fin de año.
Las aguas imposibles
Parado en el tablón que dice Guardia de prevención a orillas del río Euseba, un perico estridente y deslavado verde con copete amarillo, se acomoda al paisaje verde olivo de la Base de Operaciones Mixtas que ocupa el puente de asfalto, la hamaca de varas y las dos orillas. El cobertizo del perico es, pues, el retén.
Bajo cobertizos mucho mayores, al pie de la ladera, una hilera de tanques y cañones permanece agazapada. La concentración de vehículos en esta posición es extraordinaria. Continuamente despide o recibe convoyes de tropa que patrullan los trayectos a San Quintín y Guadalupe Tepeyac.
Apostados en las orillas, con sus armas y sus impermeables, los soldados parecen intentar el control del mismo río, pero las aguas del Euseba son imposibles.
Llueve, no ha dejado de llover durante tres días con sus noches. El lodo es universal, los caminos están lisos (resbalosos) y en algunos casos, devastados.
La posición del Ejército Mexicano más próxima al Aguascalientes de La Realidad es un arsenal apenas cuantificable. Y los vehículos artillados que cansan estos caminos de indios, frecuentemente, carecen de matrícula o cualquier otra identificación. Eso los vuelve más oscuros y espectrales.
A buen resguardo de la lluvia, el perico camina por el borde del letrero, emite sonidos, deja caer algo blanco y le da por cantar.
Escenas del asedio
Comienza la tarde en Prado Pacayal, y el convoy que viene de Patihuitz enciende las luces y se detiene a orillas del poblado, tzeltal y zapatista, sin otro motivo aparente que el de amedrentar.
Un grupo de niños en un claro no dejan de jugar. Un grupo de hombres jóvenes de paliacate rojo y actitud confiada miran a los soldados detenidos, pero no dejan de sonreír ni de platicar, bajo una enramada.
No sopla viento, y los zopilotes aletean trabajosamente, como patos, ya que por lo visto no va a escampar.
El asedio sobre los municipios autónomos es continuo. En estas semanas, San Manuel, Francisco Gómez, San Pedro de Michoacán, Emiliano Zapata, Ricardo Flores Magón, todos en las Cañadas, han visto cómo les aprietan, progresivamente, de a poquitos, para que visitantes tipo la señora Robinson no se den cuenta.
Los indígenas que recorren los caminos, como pasajeros o conductores, reciben rigurosa revisión en los caminos. Particular rigor aplican las tropas a los miembros de la sociedad civil. Ya van varios casos de ciudadanos mexicanos a quienes el Ejército Mexicano les impide transitar por la selva Lacandona por aquello de los Aguascalientes.
En La Garrucha, municipio autónomo Francisco Gómez, se han instalado caravaneros de distintas partes del país.
A menos de un kilómetro del Aguascalientes se ubica un vasto campamento del Ejército Mexicano. Uno más. Aquí, el gobierno mexicano es, y sólo es, toda esa artillería.
Maquillaje para la guerra
Un letrero pagado por el gobierno estatal anuncia, a la entrada de Comitán: "98.12 por ciento de los chiapanecos cuenta con servicios de salud". En ese nivel andan las cuentas alegres del gobernador Roberto Albores, mientras miles de desplazados viven con hambre, enfermedad y desempleo forzoso en los Altos y la zona norte.
Hace un año, a fines de 1998, había en Chiapas 21 mil desplazados, cientos de poblaciones sitiadas y decenas de miles de indígenas "fuera de la ley". En diciembre de 1999, ninguno de los desplazados ha podido regresar a sus tierras; las carencias de los pueblos han crecido, y también la cantidad de elementos de las fuerzas armadas en la propia puerta de sus casas. Se han enajenado ríos, manantiales, tierras ejidales y templos a las comunidades.
En las zonas urbanas del estado, los letreros de propaganda oficial proclaman la paz, la gran inversión social y las antesalas del paraíso terrenal, mientras a pocos kilómetros de las ciudades viven bajo sitio, en la "guerra silenciosa" desplegada en su contra, los pueblos mayas de Chiapas.