Ť Diez años de fomento al grabado sobre metal
Sesenta artistas han participado en el taller de Emilio Payán
Ť El propósito es crear un acervo gráfico de excelencia
Merry Mac Masters Ť En los diez años que tiene su taller de grabado, cumplidos en noviembre, Emilio Payán ha hecho un ''posgrado'' de cómo tratar a los artistas. Hay quienes ''llegan y te platican'', pero no falta quien se presenta enojado y quiere cancelar la placa que tiene seis meses trabajando. Las palabras de Payán cobran todavía mayor relevancia cuando, en entrevista, dice que su taller comenzó en 1989, con Alberto Gironella. Si a las nueve de la mañana, con un vaso de whisky, era "complicado", a las 12 del día el recién fallecido artista ''ya rompía las copias en la cabeza''.
Es de suponerse, no obstante, que Payán ha sido exitoso en sus lecciones, porque ya son 60 los artistas que han pasado por Tiempo Extra Editores, taller de grabado de gran formato sobre metal. Desde pintores de la ''ruptura'' muy reconocidos ųcomo Juan Soriano, Manuel Felguérez, José Luis Cuevas, Gilberto Aceves Navarro, el mismo Gironella, Joy Laville, Vicente Rojo, Vladyų, ''jóvenes'' con reconocimientos importantes ųcomo los hermanos Castro Leñero, Miguel Angel Alamilla, Irma Palacios, Magali Lara, Saúl Villa, Eloy Tarcisioų hasta ''saliditos de la escuela''. No todo ha sido fácil. En los años de "durísimas" crisis económicas, hacían una edición cada seis meses. Ahora, sin embargo, dedicaron todo el año nada más a Cuevas y un "bomberazo" de Vicente Rojo.
Antes de ser grabador y editor, Payán fue periodista. ''Era reportero del Canal Once. Me mandaron a cubrir policía y me asusté mucho, porque es una cuestión de mucha corrupción. No podía dormir, te ofrecían de todo. Entonces me fui a París con mi padre (Carlos Payán Velver), donde me llevó a unos talleres de grabado. Surgió la idea de que me quedara unos días trabajando en el taller de Peter Bramsen, que me gustó mucho. De regreso a México, tiré el periodismo a la basura, rompí con muchas cosas en ese momento, y me volví grabador. Realicé aprendizajes con Nunik Sauret, Mario Rangel y Jesús Martínez, pero a quien considero mi gran maestro es a Saúl Villa. También se preparó a un chico campesino de Guerrero, José Alvarado, que ahora es un gran impresor''.
Durante sus primeros seis años de vida, el taller estuvo en Contreras, en la parte de abajo de la casa de sus papás. Si Gironella lo estrenó, fue porque en ese momento el temperamental artista vivía con el matrimonio formado por Carlos y Cristina Payán. La primera obra en salir fue una pieza que hizo de la ópera Don Giovanni, de Mozart, en rojo y negro. ''Cada vez que sacas del tórculo y levantas una copia de uno de estos pintores tan importantes, te impresiona, te da escalofríos, te conmueve, y te llega el sentimiento del color, el papel, el olor''. Menciona que alguna vez existió un proyecto donde Gironella ilustraría el Quijote, con base en 20 aguafuertes. La impresión se iba a hacer en España y la encuadernación en Alemania, pero no se pudo llevar a cabo..
Su local de San Angel es "más compacto, más organizado". Consta de dos pisos. En el primero se encuentran los tres tórculos, uno de gran formato, otro mediano y el último más pequeño. Hay un cuarto de ácidos para trabajar las placas. En el lugar de trabajo del artista entra una cascada de luz natural. También consiste en un equipo humano de trabajo. ''El pintor nos tiene que decir lo que quiere para poder traducir la parte técnica ųdiceų. O sea, le resolvemos los problemas técnicos al artista, la obra negra del taller la hacemos nosotros. El artista nada más viene a dibujar, a pintar. No tiene que meter las manos al ácido".
Respecto de las técnicas que allí se manejan, anota que son las mismas que usaban Rembrandt y Goya. Las técnicas del grabado, el aguafuerte, el aguatinta, "el azúcar glass con tinta china que usaba Picasso", la punta seca... "no han variado desde hace 500 años". Lo bonito, continúa, es que es un trabajo artesanal, hecho por las manos. No tienen que ver las máquinas. Los tórculos no son eléctricos, son completamente manuales. ''Por suerte la tecnología no ha avanzado en el grabado. Así lo vamos a conservar por lo menos en este taller'', afirma.
Payán tiene la idea de convertir la planta alta de su local en una galería de arte, proyecto que no ha podido realizar por cuestiones económicas. Le falta la instalación eléctrica. La idea del taller, explica, es crear un acervo de la obra gráfica ''de excelencia'' allí producida, y presentar y exhibirla, porque ''luego es muy complicado ir con las galerías: se tardan mucho en pagarte la obra que venden y te quitan un porcentaje muy alto''. Recuerda que Tiempo Extra Editores es un proyecto de muchos años.
En estos diez años Payán ha trabajado mayormente ''compartiendo las ediciones'', porque ''es muy difícil pagarle a un pintor importante una cantidad fuerte de dinero que nunca tenemos para quedarme con toda la edición''. Así que se queda con la mitad. ''Si viene, por ejemplo, José Luis Cuevas, compartimos la edición. El dibuja, yo le pongo el papel, la impresión. Hacemos 50 copias, 25 para él, 25 para mí. El (Cuevas) me fija el precio de la obra y yo las vendo por mi cuenta. El también''. Luego, hay otros editores que lo contratan como taller: ''Yo como taller le cobro equis cantidad. El pone el papel y las placas, y yo me quedo con pruebas de taller".
Aparte de sus grabados de gran formato, Payán también hace un libro-objeto por año. Ya los ha hecho con Vicente Rojo, Leonora Carrington, el grabador francés Victor Dutertre, Raúl Herrera. Respecto de The Dark Book (El libro oscuro), de Carrington, presentado el año pasado en la Galería de Arte Mexicano, "ella lo diseñó y lo llevé a cabo como ella me dijo". Los 20 grabados de la pintora de origen inglés se acompañan de haikus de su hijo, Gabriel Weisz. Este año consistió en la carpeta de Carmen Parra, Las horas de junio, con textos de Carlos Pellicer.
De tanto rodearse de pintores, Payán también tomó los pinceles. Si antes decía que ''de un buen grabador, pasas a ser un mediano pintor", ahora opina que ambas facetas pueden ser ''compatibles''. Totalmente autodidacta, siente que al pintar ''uno vuelve a ser niño''. Describe su pintura como ''un poco naif e ingenua'', a la vez que maneja el tema de ''esta ciudad que me enloquece'', con sus cochecitos y semáforos.