La Jornada miércoles 22 de diciembre de 1999

José Steinsleger
Porvenires de la fe

La interpretación de los acontecimientos históricos, hechos políticos y vida de los personajes singulares suele acomodarse para justificar una determinada concepción de la realidad y del mundo. El principio irrenunciable de todo poder (académico, familiar, cultural, económico, político, religioso) consiste en justificarse a sí mismo.

Cuando podemos, nos comportamos de un modo político y objetivo. Decía Aristóteles que "la política es la síntesis de todas las artes así como las artes respiran por todos los poros de la sociedad viva". Pero esta posibilidad, esta necesidad de ser, se torna, necesariamente, ideológica y subjetiva. Si estos ejercicios de interpretación no fuesen ideológicos, aceptaríamos sin discutir los dogmas que convierten a hombres buenos como Maquiavelo en perversos, y a revolucionarios como Cristo en símbolos de amor beato.

Del primer siglo de nuestra era (el siglo cero, ni modo), data la expresión "es tácito" (se infiere, se sobrentiende), que posiblemente surgió de la admiración por los escritos de Publio Cornelio Tácito, el más grande cronista romano de la época. En Anales, Tácito estableció que Jesucristo fue crucificado por ser un revolucionario político.

La lógica de Tácito era simple: Roma aplicaba la pena de la crucifixión a quienes estaban organizados políticamente o en vías de organización. No a quienes por los valles y comarcas del imperio predicaban mensajes de resignación y paz espiritual.

Con el descubrimiento de "los rollos del Mar Muerto" en unas cuevas de Jordania (1947), las tres religiones monoteístas de Occidente llevan medio siglo partiéndose la cabeza. Judíos, cristianos e islámicos se hallan absortos en la detenida y fatigosa lectura de estos documentos que datan del año 200 aC y el segundo de nuestra era.

Sin embargo, desde 1952, y hasta hace muy pocos años, el equipo de académicos que en Occidente empezó a estudiar los papiros funcionó bajo la autoridad del padre De Vaux, un religioso subordinado a la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, nombre del departamento que la curia romana adoptó en 1965, y que hasta entonces era conocido como Santo Oficio o Santa Inquisición.

En el equipo De Vaux figuraba el inglés John Marco Allegro, graduado en la Universidad de Manchester en lógica, griego y hebreo y experto filólogo en estudios semíticos. Como si fuese un personaje de la novela de Umberto Eco El nombre de la rosa, el doctor Allegro metió las narices donde no debía y fue forzado a renunciar por su "no alineamiento" con el consenso que mantenían los demás miembros del equipo: alejar a los papiros de cualquier tipo de vinculación con el Cristo Jesús.

Y es que los rollos del Mar Muerto, al ser una fuente de información directa desde los autores primigenios, poseen una cualidad de excepción: no han sido "corregidos" --como el Nuevo Testamento-- por ninguna institución ansiosa por defender sus propios intereses.

ƑQué luces arrojan estos rollos? En primer lugar se confirma que entre los judíos de la antigua Palestina existían dos partidos políticos: los saduceos y los fariseos. Los saduceos se parecían a los liberales de nuestros días. Pertenecían a la aristocracia y clases medias, y eran conservadores y oportunistas que preferían cultivar las buenas relaciones con el poder imperial. No así los fariseos, suerte de populistas y trabajadores del sector informal que, como toda clase explotada, creían en el más allá, en los espíritus y en el mesianismo.

Entre los fariseos funcionaba la secta de los esenios, que identificaban a Roma como el enemigo a combatir. Por tanto, ningún judío debía pagar tributo a los romanos ni reconocer al emperador como su amo. San Juan Bautista pertenecía a esta hermandad. Otra secta farisea, la de los zelotes, era más extremista pues sostenía que el reino del Mesías debería ser establecido por la fuerza. Simón, uno de los Doce Apóstoles, era zelote. Algunos fragmentos de los rollos del Mar Muerto plantean la hipótesis de nexos entre Jesucristo, los esenios y los zelotes.

Si la hipótesis se confirma, no sólo veremos que los cimientos de la Iglesia católica, del judaísmo y del Islam, quedarán en entredicho. Veremos, luego de estos dos mil años algo movidos, que nada ni nadie podrá seguir sustentando la pesadillesca concepción de que nacimos del pecado original, es decir, esclavos por el pecado de Adán, y sólo redimibles por la gracia de Dios, antes que por nuestros méritos.