La Jornada lunes 20 de diciembre de 1999

Iván Restrepo
Sigue la destrucción de la capa de ozono

Si nos atenemos a la mención que tuvo en los medios, no existió la onceava reunión del Protocolo de Montreal, celebrada en Pekín, China, a principios de este mes. Quizá sus resultados fueron tan pobres que merecen el silencio. En efecto, no se logró que los países participantes adquirieran mayores compromisos para eliminar más rápidamente las sustancias que destruyen la capa de ozono. Dicho deterioro expone al ser humano a una mayor radiación ultravioleta, lo cual, entre otras cosas, afecta su sistema inmunológico pudiéndole ocasionar también cáncer en la piel, cataratas y otros males. Además, esa radiación incide negativamente en el fitoplancton marino, la productividad pesquera y la biomasa forestal.

El Protocolo de Montreal es considerado modelo de cooperación internacional, entre otras razones porque incluye un fondo con aportaciones de los países industrializados para que el mundo subdesarrollado pueda eliminar las sustancias que destruyen la capa de ozono. Sin embargo, en Pekín los países ricos aceptaron dar para ese fin apenas 440 millones de dólares en el trienio 2000-2002, cifra muy lejana de lo que se requiere (unos 800 millones de dólares), lo cual confirma la tendencia a reducir esa aportación en cada negociación para renovar el citado fondo. Estados Unidos y Japón jugaron un papel muy activo en esta negativa. Esto contrastó con las exigencias de mayor apoyo que hicieron diversas organizaciones ambientalistas.

Mientras el protocolo no cuenta aún con un mecanismo de control que prevenga la entrada de nuevas sustancias destructoras de la capa de ozono, con los recursos del fondo se promueve el remplazo de los famosos CFC (cluorofluorocarbonos) por otros gases que, aunque en menor medida, también destruyen esa capa.

Es el caso de los hidroclorofluocarbonos (HCFC) y los hidrofluorocarbonos (HFC). Ambos contribuyen, además, al calentamiento global del planeta. Todavía no se fijan metas definidas para su eliminación ni para evitar que se exporten a los países en desarrollo. Como alternativa a estos gases están los hidrocarburos para refrigeración y aire acondicionado que para fines domésticos alcanzan ya cerca de 40 por ciento del mercado de Europa occidental. China adoptó esta tecnología alemana libre de patentes y es hoy el primer productor mundial de refrigeradores domésticos con hidrocarburos. En México no existe ningún esfuerzo para promover esta alternativa.

Tampoco en Pekín se avanzó lo necesario para eliminar el bromuro de metilo, fumigante agrícola que destruye la capa de ozono y del cual nos ocupamos aquí anteriormente. Por sus efectos nocivos y su uso en México merece un comentario aparte.

La falta de voluntad política evidenciada en Pekín para acelerar la eliminación de las sustancias que destruyen la capa de ozono, contrasta con recientes y alarmantes reportes de la NASA: debido al cambio climático, la capa de ozono tardará 20 años más en recuperarse. La radiación ultravioleta en el Artico aumentó 22 por ciento en 1999. Ahí, el "agujero" en la capa ya alcanza 27 millones de kilómetros cuadrados, lo que equivale a la superficie de Norteamérica y Centroamérica juntos.

El fenómeno también se presenta en el hemisferio norte: recientes mediciones de la Agencia Espacial Europea indican que la capa de ozono sobre Inglaterra, Bélgica, Holanda y Escandinavia se encuentra a niveles tan bajos como aquéllos encontrados en el polo sur.

Con la falta de financiamiento para acelerar la eliminación de las sustancias que destruyen la capa de ozono se benefician las transnacionales que producen dichas sustancias. Esas corporaciones no contribuyen al Fondo del Protocolo de Montreal.

Como señala el activista ambiental Fernando Bejarano, la industria que obtiene elevadas utilidades por elaborar y vender tan nocivas sustancias"debería contribuir a financiar el fondo. Es injusto que provenga sólo de las contribuciones de los gobiernos que, en esencia, salen de los impuestos de los ciudadanos". Pero en Pekín se comprobó que las grandes corporaciones saben muy bien cómo normar los criterios de los gobiernos de los países industrializados.

Mayor información sobre lo ocurrido en Pekín se obtiene con Fernando Bejarano, de la Red de Acción sobre Plaguicidas y sus Alternativas en México (RAPAM): [email protected]