Ť Tarde de domingo con la música híbrida de Café Tacuba
La chilanga banda comulgó en el Zócalo
Arturo Jiménez Ť Miles de imberbes pachucos, chómpiras, chundos, chafiretes, malasfachas y otros tibiri-tábaras ųes decir, la chilanga bandaų volvieron realidad el sueño tacubo de "acariciar" las viejas piedras de la Catedral, del Templo Mayor, del Palacio Nacional y de la misma plancha del Zócalo, pero con brincos, slames, moshes y otras gozozas técnicas de vuelo chapulinero.
Boca de dragón, bocana de volcán, bocanada de vapor, la trepidante (en verdad que el Zócalo trepidó, osciló y retumbó) ola humana reivindicó ayer a morir, durante poco más de tres horas, el derecho de los chavos a echar desmadre.
Un ''saldo blanco'' en la tocada dominical de Café Tacuba completó la luminosa tarde de ayer y demostró, como coincidieron muchos, la viabilidad de los conciertos de rock en ese enorme-patio-central-de-vecindad en que se convirtió la Plaza de la Constitución.
Chapulines voladores
Con rolas nuevas (Uno, La muerte chiquita), rolas primigenias (Rarotonga, Las persianas) y rolas de media década (La ingrata y Las flores), Rubén, Enrique, Emanuel y Joselo, o sea, Café Tacuba, hilvanaron una buena muestra de su trabajo, administrando con maestría los sobrados ímpetus de esa multitud con "olor a humano".
Así, a mayor número de chapulines volando por sobre la malla de seguridad, se pasaba de una canción frenética como No controles (elogioso contrahomenaje a Flans) a una de esas nuevas piezas medio electrónicas, medio raíz-profunda que en el más reciente doble disco, Revés/Yo soy, se titulan con números.
Como esta vez los organizadores del concierto decidieron prescindir de policías, granaderos u otros uniformados, la seguridad estuvo a cargo de un grupo de ciudadanos, en su mayoría jóvenes, quienes desde el área de seguridad se encargaban de "cachar" en vuelo a chicos y chicas y luego los "acompañaban" a la salida trasera.
Mientras ellas caían un tanto asustadas de la nube en que andaban, ellos aterrizaban cual héroes de vuelos bélicos y haciendo la señal de la victoria. Algunos incluso planearon sobre la malla de seguridad y cayeron a los pies de los músicos en más de una ocasión.
Los gritos de ''šRubeeén!'' de varias chavitas también pudieron haber servido de termómetro al vocalista, quien de esa manera contenía un tanto sus ya adjetivados como tacubos movimientos.
Con dos o tres desmayadas y dos o tres golpeados, además de las "tablas" en asuntos de amontonamientos musicales, el joven público de Café Tacuba también dejó en claro las causas del breve descontrol en el concierto de Los Tigres del Norte: la poca experiencia en esas lides del adulto público de los felinos.
Tiempo de híbridos
Café Tacuba, que no podía celebrar de mejor manera sus diez años de existencia, hizo un generoso recorrido por su discografía y también reiteró algunos de sus homenajes: a Botellita de Jerez, con Alármala de tos; a Leo Dan, con Cómo te extraño mi amor; y a Juan Luis Guerra, con Ojalá que llueva café.
Esta última rola resume en mucho la hibridez de Café Tacuba: letra de un merengue dominicano, música de un violín huasteco, una jarana jarocha y un contrabajo eléctrico, y un cantar de Rubén al mejor estilo tlacotalpeño, con todo y guayabera y pantalón blancos.
En ese y otro son estuvo como invitado el violinista y jaranero Alejandro Flores, quien para sorpresa de algunos no es ni de la Huasteca ni de la Cuenca del Papaloapan, sino de Iztapalapa.
Casi al final, un momento policémico llegó con Chilanga banda, una rola con letra de Jaime López que ha tenido la virtud de sintetizar a "los tacubos", a sus seguidores y a esta ciudad. La multitud la gozaba, la cantaba, la actuaba. "Garnacha y se les retaaacha", cantaban mientras hacían enfáticos caracolitos con las manos. Gran momento de comunión chilanga.
Diría Rubén, también casi al final: "Qué chido que se quedaron acá a echar desmadre, sin que pase nada para que pueda seguir habiendo conciertos en el Zócalo". Y luego les recetaría el mazazo de identidad racial, alegoría migratoria y urbana resistencia posmoderna que representa La chica banda.
Acorde con la línea de cercanía hacia la música popular mexicana de Café Tacuba, el concierto fue abierto a los 2 de la tarde con el son del excelente grupo veracruzano Mono Blanco, al que los tacubos harían constantes referencias.
Con su El mundo se va acabar, Mono Blanco ya coloca ųmediante ellos mismos o mediante el cover de Molotovų su música en el ánimo de los chavos del país. A manera de tip: otra rola de esta agrupación aún no "descubierta" para la urbe es El chuchumbé.
Café Tacuba salió a escena en punto de las 3 de la tarde y casi enseguida interpretó la melancólica María. Casi dos horas después el grupo creía dar por terminada su presentación con aquello de "ay amor, divino, pronto tienes que volver a mí", pero todavía haría otros regalos como El Metro, con la sugerencia explícita de retirarse en paz, vía subsuelo.