Sergio Zermeño
¿Provocación?

Es cierto, todos hemos lamentado los enfrentamientos y las detenciones en torno a la embajada de Estados Unidos. Esto, para los universitarios que llevamos ocho meses de angustia e inactividad profesional ha sido el peor de los regalos imaginables al cerrar el año, justo cuando se habían firmado los primeros acuerdos en la mesa de diálogo.

El hecho es, pues, lamentable; pero intentemos colocarnos en otra perspectiva. ¿Qué hubiera pasado si los integrantes del movimiento hubieran mantenido estrictamente el orden como lo mantuvieron, por ejemplo (y a mí me consta), cuando hace algunas semanas aceptaron desviar su marcha hacia la lateral del Periférico dejando a un lado su intransigencia natural y evitando así una confrontación de alcances mucho mayores a los que tuvieron lugar este fin de semana? Si eso hubiera pasado, si los estudiantes hubieran mantenido el orden al protestar en contra de los estragos que los grandes poderes de la economía mundial están provocando sobre nuestras sociedades, quizás a lo más que podrían haber aspirado era a recibir una felicitación del presidente Zedillo; una parodia (es nuestro destino) de lo que Clinton hizo con todos aquellos asistentes a Seattle que no provocaron ningún incidente violento al manifestarse.

Nada habría pasado. Al día siguiente, todo igual: Gurría y Espinosa siendo perdonados por los diputados de su partido y felicitados por la maestría filantrópica con que han sabido manejar sus jubilaciones; el Partido del Trabajo argumentando, una vez más, sobre el fin y los medios --lo único que conservan del maoísmo--, y aprobando con autoflagelaciones mortificatorias un presupuesto para el 2000 que respeta las deudas contraídas con el gran capital financiero; devaluando con ese acto, aún más, la vida parlamentaria y partidista (pero ni modo, tajada es tajada).

No estamos justificando la violencia, queremos llamar la atención sobre la imperceptible, a veces inexistente, línea que en nuestros días, en nuestra sociedad, separa al provocador profesional de quien lo es por convicción (que no es sino un desesperado que ha dejado de encontrar canales para explicar su situación). Qué bueno que el CGH declaró que había provocadores entre las filas de los manifestantes el sábado pasado, demuestra con ello voluntad política, agregando además que los diálogos se reanudarían en el momento en que fueran liberados sus compañeros.

Es cierto, como explicaba magistralmente un miembro del CGH, que al romper las ventanas de la embajada estadunidense el movimiento estudiantil dispersa el impacto de su lucha entre distintos adversarios (aunque relacionados), como son las fuerzas de la globalidad, el gobierno federal al servicio de aquéllas, el gobierno perredista de la ciudad, el rectorado, e incluso, las pugnas en sus propias filas, entre ultras y moderados... Es cierto, en consecuencia, que este movimiento se distrae con facilidad, demuestra gran nerviosismo, tiene y posee infinidad de flancos provocables, desde afuera y desde su interior, y es cierto que su divisa comienza a ser, como en todos los movimientos sociales del país, la desconfianza. Por ello lo que sucedió el sábado nos debe hacer pensar en la seriedad con que tenemos que acometer el proceso de diálogo, el congreso universitario y la reforma integral de la universidad (por fortuna al inicio de esta semana el rector De la Fuente habló de una reforma profunda, con lo que espantó los temores de los estudiantes sobre lo que ellos llaman la ``traición del Congreso de 1990''). Los pactos, pues, tienen que ser respetados; la confianza debe ser reinstaurada en el centro de la universidad y ser ejemplo para un país que comienza a no creer en nada, que firma pactos en Larráinzar y no los cumple, y se ríe de los nacionales y de los extranjeros que no dan crédito a tanto cinismo institucional.

Una reforma a fondo y el restablecimiento de la confianza implican también que la derecha universitaria se autoanalice y que no siga pensando que, retomadas las instalaciones, le darán ``montón'' a los radicales. Dejar de lado su cantaleta de ``aislar al populismo con la excelencia, desmembrar a la UNAM y concentrar sus recursos en los espacios científico-técnicos porque sin ello no habrá desarrollo nacional y no acabaremos con la pobreza''.

En este país exportador de maquila e importador de patentes, esos centros de excelencia desaparecerían si no estuvieran cobijados por la masa crítica y política que significa la universidad moderna en su unidad: es más importante darle cabida en ella a más jóvenes gratuitamente porque, perdida la ilusión de la ciencia, nos queda al menos la utopía de la civilidad. En fin, que a estas alturas tampoco nos venga a ``facilitar'' las cosas el gobierno del DF con la invención genial de los presos políticos.