Después de la guerra, la paz no ha llegado a Kosovo. A seis meses de la entrada de las fuerzas de la OTAN la situación es mala en muchos aspectos. Nadie puede negar la violencia sistemática y masiva ejercida ayer por el poder serbio contra los kosovares (10 mil muertos); por desgracia, hoy nadie puede dudar de la violencia de la cual son víctimas los serbios de Kosovo (250 muertos). Que se trate de venganzas individuales o de un plan premeditado por extremistas kosovares, tanto contra los serbios como contra los gitanos musulmanes y otras minorías (200 muertos), es algo injustificable.
Pudo, si no evitarse, limitarse al máximo si la ONU dispusiese de los medios (efectivos y material) prometidos: 50 mil soldados, en lugar de 35 mil, y 3 mil 500 policías en lugar de mil 500. Otras carencias le quitaron a la administración provisional, encabezada por el heroico Bernard Kushner (el french doctor), la posibilidad de usar de los poderes muy extendidos que le da la resolución 1244 del Consejo de Seguridad. Parte de su misión es asegurar la seguridad de todos, y el regreso a su casa de todos los que habían tenido que salir. El éxodo de los serbios prosigue, mientras que los kosovares de Mitrovisha no han podido volver.
Todo eso sin que se hayan resuelto problemas mayores: Milosevic mantiene su despotismo y ahora amenaza militarmente a Montenegro; el estatuto político de Kosovo sigue indefinido en nombre de una cobarde e irrealista prudencia ya que, oficialmente sigue formando parte de Serbia. La ONU debería, o proclamar que es un territorio bajo mandato suyo por 20, 30, 50 años, u organizar un referéndum para saber si los kosovares (como los timorenses, como los sajarahuis) quieren su independencia. Mientras, no se los debería mantener en una humillante y contraproducente minoría cívica, sin derecho a una vida política normal, con elección de sus autoridades, por lo menos locales, y desarrollo de medios de comunicación masivos.
¿Por qué no instalar instituciones locales, autónomas y competentes? ¿Por qué no intervenir para lograr la liberación de los 5 mil presos kosovares que el ejército serbio se llevó a Belgrado? ¿Por qué no poder fin al escándalo del puente de Mitrovisha que ha desprestigiado a las tropas francesas frente a los kosovares?
Si no se hace todo esto, será inevitable la ``cantonización'' de Kosovo, con todas las consecuencias nefastas que podemos comprobar en Bosnia Herzegovina: por cierto, la situación definitiva de BHZ tampoco se ha aclarado y los problemas siguen enteros. En tales condiciones, hablar de reconciliación es enteramente utópico. Nos es muy fácil dar lecciones de moral a los kosovares, pero se nos olvida cuánto tiempo fue necesario, en México, para borrar el duelo, las cicatrices, poner fin a las venganzas que prolongaron la revolución, el villismo, el zapatismo, la cristiada, el agrarismo. Basta con viajar un poco en Chiapas hoy.
El mundo ha olvidado a Kosovo. Sus habitantes, en medio de los escombros, sin material de construcción y con un dinero prometido que no llega, son denunciados como tan salvajes y tan crueles como los serbios. Se les pide, se les exige el ``olvido'' inmediato. Pero no se trata de una telenovela, ellos no pueden apagar la televisión o cambiar de canal. Los muertos, los desaparecidos, los presos, los mutilados, las violadas son demasiado reales. Es casi indecente hablar de reconciliación y demasiado temprano para soñar con una ``sociedad multiétnica''. No va a ser fácil fundar una democracia.
El french doctor ha de repetirse cada día el lema de Guillermo de Orange: ``no es necesario esperar para emprender ni tener éxito para perseverar''. La tarea es a largo plazo. Suerte.