Carlos Martínez García
Rebatiña guadalupana
Tanto la supuesta ofensa al pueblo mexicano del ex abad Guillermo Schulenburg, al dudar de la existencia histórica de Juan Diego, como la reacción del cardenal Norberto Rivera Carrera, propugnador de la excomunión del primero, deben ser vistas como meros asuntos de reacomodos al interior de la Iglesia católica mexicana. En el asunto ni se juega el destino de la nación, como tampoco se afecta la identidad nacional, que por otro lado es una mitificación uncida al imaginario de fe guadalupano.
Desde el mismo siglo XVI hubo una fuerte corriente católica antiaparicionista, al igual que sectores clericales decididos a respaldar la epifanía de Guadalupe al indígena mexicano. La segunda posición resultó la ganadora, en gran medida porque la devoción popular se impuso y el culto guadalupano se convirtió en fiesta del pueblo sin que le importara los debates entre los altos funcionarios eclesiásticos. De todas maneras los antiaparicionistas, aunque en minoría, no han dejado de señalar que la festividad de Guadalupe se puede explicar por un acto de fe pero sin posibilidades de respaldar históricamente el encuentro de la Virgen y Juan Diego. La razón es que la historia simple y llanamente se ocupa de hechos históricos, comprobables de acuerdo a criterios universalmente aceptados por los especialistas de esta ciencia social, y no es su campo los sucesos explicados por la fe religiosa de un conglomerado humano determinado.
El ex abad de la Basílica de Guadalupe pertenece a la corriente antiaparicionista. En años recientes su posición fue expuesta en una entrevista que originalmente se publicó en Ixtus, la muy recomendable revista que dirige Javier Sicilia. Los dichos de Schulenburg alcanzaron dimensión internacional cuando fueron reproducidos en la publicación italiana 30 Giorni. Lo dado a conocer fue tomado como afrenta por Rivera Carrera, quien presionó para que el entonces abad renunciara a ese puesto en 1996. Ahora, ante la posibilidad de que Juan Diego sea canonizado, y para quitar obstáculos que impidan ese proceso, Norberto Rivera no vaciló en hacerse de información confidencial enviada al Vaticano para desatar una campaña contra quienes se oponen a la santificación de Juan Diego vía fast track. Incluso sentenció que están excomulgados ipso facto de la Iglesia católica aquellos reacios a aceptar la aparición de la Guadalupana como dogma de fe. La no aceptación del supuesto milagro, caso de Schulenburg y el arcipreste de la Basílica Carlos Warnholtz, ha sido elevada a crimen de lesa patria por voces exageradas que tienen una concepción mistificadora de los orígenes y desarrollo de la nación mexicana.
Yo no soy creyente en la construcción clerical y popular del símbolo guadalupano. Pero esto tampoco me hace, necesariamente, aliado temporal de Schulenburg y Warnholtz en su carta presentada ante el Vaticano y en la que afirman sus dudas acerca de que haya pruebas indubitables de la existencia de Juan Diego. Al mismo tiempo me parecen maniobras de prestidigitación las pruebas que enarbola el cardenal Rivera Carrera al decir que "no existe alguna duda de la existencia del indio desde el punto de vista histórico". Este es el problema de sobreponer la fe a la razón, porque eso de que hasta desde el punto de vista científico --así lo ha dicho Rivera-- está plenamente comprobado el milagro de Guadalupe es como andar demandándole pruebas a Darwin de la creación del mundo que describe el Génesis.
El nuncio Justo Mullor, el cardenal Norberto Rivera y el obispo de Ecatepec, Onésimo Cepeda, entre otros, han criticado que si Schulenburg no cree en la teoría aparicionista entonces cómo fue posible que haya vivido tantos años de manera lujosa a costa del presupuesto de la Basílica. El subconsciente los traiciona, es de subrayar, porque no cuestionan en sí el estilo de vida ostentoso del ex abad sino que sea un no creyente en el milagro de la Virgen de Guadalupe. Si hubiera creído, según la lógica de los clérigos, Schulenburg tendría derecho a vivir como ha vivido. Que los votos de pobreza son algo de lo que huyen personajes como los tres citados, se constata por el boato del que hacen gala, por su cercanía a los poderosos económicamente, lo que les ha ganado a pulso la fama de practicar una opción preferencial por los ricos. No les vendría nada mal que releyeran el pasaje donde Jesús habla de los que se fijan en la paja del ojo ajeno, pero hacen mutis de la viga incrustada en su propio ojo (Mateo 7:4-5).
Hoy la sociedad mexicana le está exigiendo a quienes tienen posiciones de liderazgo rendiciones de cuentas en todos los aspectos (las abusivas pensiones de Gurría y Espinosa Villarreal, por ejemplo). En este proceso deben estar incluidos los funcionarios eclesiásticos, quienes están obligados a informar públicamente de los presupuestos que manejan, el monto de sus ingresos y suntuosos regalos que reciben de los empresarios con los que juegan golf. Buscar la democratización del gobierno y la sociedad, pero dejar exentas a las instituciones eclesiásticas no es lo mejor para una nación moderna.