Dolores Padierna
El Fobaproa y las obras de arte

La lista de obras de arte que aparecen en la página de Internet del Fobaproa menciona un inventario de 2 mil 870 piezas, misma que no está a disposición del público. Incluyen plásticas consideradas Patrimonio Nacional por las leyes en la materia correspondientes a autores de la talla de José María Velasco y David Alfaro Siqueiros, son obras que no pueden salir del país y que en su momento fueron adquiridas por los banqueros en casas de subasta de fama mundial, como Shoteby's de Nueva York, la más cara del mundo.

Del total de obras de arte y piezas decorativas con valor artístico, se seleccionaron 107 las cuales serían entregadas en depósito a museos del Instituto Nacional de Bellas Artes. Conforme a la información de la página, sólo 62 han tenido este destino; el resto está en las bóvedas de los bancos intervenidos cuya identidad se oculta.

Los banqueros compraron con recursos de los ahorradores obras de altísimo valor comercial, valuadas en cientos de miles de dólares, como son las de Rufino Tamayo y Roberto Matta, los latinoamericanos más cotizados en el mercado de arte. También despilfarraron recursos en piezas suntuarias cuya identidad y costo se guarda como un secreto de Estado.

En años recientes el mercado de arte en el mundo y México ha tenido una ``inflación'' derivada de la especulación y el lavado de dinero, producto a su vez del narcotráfico.

En más de 135 crisis financieras que han estallado en el mundo durante las dos últimas décadas, tiene una gran importancia lo que ocurrió en Japón, en virtud de que a la euforia financiera se le agregó una peculiar mafia que negociaba con prostitución y drogas, varios integrantes de la mafia ocuparon altos cargos públicos y junto con la élite financiera se dedicaron a especular con obras de arte, especialmente del impresionismo francés.

Se creó un índice bursátil sobre obras de arte, mismo que creció más que cualquier otro activo, se ``infló'' tremendamente el valor de las obras y después del crack bursátil se provocó una pérdida tan grande que implicó incluso el ``ajuste de cuentas'' entre los financieros.

En México, durante el boom crediticio salinista de 1991-1994 y la euforia financiera que se desató, la élite bancaria se dedicó a la especulación no sólo en los renglones tradicionales del crédito, los títulos valor y otros instrumentos financieros, sino también con bienes raíces, líneas aéreas, empresas, oro y, por supuesto, obras de arte.

Los banqueros que recibieron las instituciones durante la privatización bancaria adoptaron una conducta irracional de compras extravagantes que incluían todo tipo de piezas artísticas, decorados de lujo, colecciones de autos, alfombras persas, maderas preciosas, mármoles italianos, aviones privados, telas importadas, joyas, vajillas, etc., con lo que adornaron sus residencias y sus instituciones bancarias.

Tales compras se hicieron con costo al capital del banco y se justificaron en rubros secretos de su contabilidad bajo la denominación de ``gastos generales'' o ``partidas diversas''.

El lujo artificial que indujo la economía casino de Salinas de Gortari adoptó tal intensidad especulativa que no cuidó siquiera liderearla mediante algún índice bursátil de obras de arte como ocurrió en Japón, con el cual se hubiera rescatado algún valor agregado; todo lo contrario, fue mero dispendio, mera dilapidación y derroche con el dinero de los ahorradores de los bancos o de las ganancias que éstos obtuvieran.

Cuando se presenta el colapso de la economía mexicana en diciembre de 1994, el alza de las tasas de interés y la recesión económica, se genera un estado deficitario en todos los bancos y ello tuvo un efecto devastador sobre las obras de arte. Sus precios cayeron estrepitosamente siendo difícil valuar la pérdida de estos activos.

Lo cierto es que con las intervenciones, el Fobaproa adquirió un número considerable de óleos, cuadros, grabados, esculturas, plásticas, etc., una gran cantidad de ellas se perdieron, y ahora el IPAB oculta la información más relevante en torno a ellas: el valor en que las adquirieron los banqueros, el monto pagado por el Fobaproa y el valor que calcula el IPAB recibir durante su venta o enajenación.

Las piezas se han venido comercializando en subastas, se les han fijado precios mínimos en forma discrecional y se desconoce cuántas se han vendido y a quiénes. Se desconoce su origen y destino a pesar de que su costo será pagado por todos los mexicanos.

Además de que muchas de ellas no están en la lista del IPAB, como las obras que decoraban el Camino Real que tuvieron un costo de 3 millones de dólares, o las del edificio ubicado en Reforma 93 de Banco Unión donde se aplicó más de 1 millón de dólares; no están los ``Monet'' que compró Angel Rodríguez y Roberto Hernández de Banpaís y Banamex, respectivamente; algunos Siqueiros y varios cuadros del Dr. Atl no aparecen relacionados como parte de los activos bancarios comprados por Fobaproa.

Es por ello que por elemental transparencia, el IPAB debe hacer pública la lista de todos los activos, especialmente las obras de arte, su inventario debe cotejarse con el realizado por los contralores de los bancos antes y después de la intervención.

También es preciso que se haga el máximo esfuerzo por recuperar las obras que faltan y levantar denuncias penales si hay negativa a devolver los cuadros y piezas que se compraron con recursos bancarios y hoy están pagando los contribuyentes.

Finalmente, las obras de arte que aún quedan dentro de los activos del IPAB, merecen un tratamiento que ponga ese acervo a salvo de la especulación, deben someterse a una valuación por especialistas en arte que distingan las obras que deban formar parte del patrimonio cultural del país, es decir, declararse Patrimonio Nacional.