La Jornada jueves 9 de diciembre de 1999

Jean Meyer
Los grandes panteones bajo la luna

Así se llama el reclamo vehemente presentado por el católico Georges Bernanos, en 1938, a su Iglesia. En aquel entonces, ese valiente salvó nuestro honor. Me temo que la Conferencia Episcopal de España no lo haya ni leído, ni entendido, como tampoco ha entendido lo que señala el Papa cuando dice que las Iglesias nacionales deben ``pedir perdón'', como él lo hace por la Iglesia universal desde hace 20 años. Su ``perdón'' pedido es, literalmente, la profunda inclinación o postración seguida de la confesión del pecado y de la señal de la cruz. Quien pide perdón, no se justifica, no presenta un alegato con atenuantes, no se perdona a sí mismo, mucho menos acusa.

El jueves 2 de diciembre, el episcopado español publicó un documento intitulado La fidelidad de Dios dura siempre. Mirada de fe al siglo XXI. Se puede leer en el sitio internet de El País. Sin indignación ni desprecio -pasé la edad-, con tristeza. A los obispos les faltó valor y discernimiento. Su texto, a propósito de la guerra civil (1936-1939), de la implacable represión por parte de los vencedores, y de la compromisión de la institución eclesial con el franquismo triunfante, sitúa a la Iglesia por encima de los errores de todos los españoles. Pudo reconocer los errores de sus predecesores, sin insultarlos, y mucho menos insultar a los verdaderos mártires; pudo seguir el camino trazado por el cardenal Tarrancón en 1971, con la mayoría de la Conferencia Episcopal de la época: ``No supimos a su tiempo ser verdaderos ministros de reconciliación, en el seno de nuestro pueblo dividido por una guerra entre hermanos'' (123 votos contra 113 y 10 abstenciones). Eso, en vida de Franco.

No, los obispos de hoy dicen que la Iglesia también fue víctima y que no quiere establecer quién tiene que pedir más perdón. La Asociación de Teólogos Juan XXIII y la Conferencia de Religiosos Españoles (95 mil afiliados) protestó enseguida que ``cargar la culpa sobre los españoles de uno y otro bando es falsear la historia'', que la Iglesia tuvo ``una responsabilidad menor en el desencadenar de la guerra, mayor en su radicalización y máxima en el régimen dictatorial surgido de la guerra'' (J. J. Tamayo, teólogo). Eso le hubiera dado gusto al padre Gallegos Rocafull, canónigo refugiado en México, de quien esperamos publicar pronto, en la colección Clásicos Cristianos (ed. Jus), la obra inédita: La pequeña grey. Apuntes, para una historia religiosa de la guerra civil. Como le dio más que gusto, en su tiempo, el grito de dolor de Bernanos.

Bernanos, testigo de los grandes panteones, de los fusilamientos nocturnos en la isla de Mallorca, después de denunciar el carácter religioso que la complicidad de sacerdotes y fieles acabó dando a la ``cruzada'' sacrílega de Franco, exclama: ``¿por qué atacar esa Iglesia pecadora y que sufre, me dirán? Por eso mismo. De ella lo he recibido todo. El escándalo por ella causado me hiere en el alma, en la raíz misma de la esperanza. No hay más escándalo que el que ella da al mundo. (É) El mundo está lleno de miserables que ustedes (los obispos) han decepcionado. Nadie les aventaría a la cara esa verdad, si ustedes consintiesen en reconocerlo humildemente. No les reclaman sus faltas; no vienen a quebrarse sobre sus faltas, sino sobre su orgullo. Ustedes contestarán, qué duda cabe, que orgullosos o no, ustedes disponen de los sacramentos por los cuales uno tiene acceso a la vida eterna, y que no se los niegan a quien se encuentra en estado de recibirlos. Lo demás es asunto de Dios. ¿Qué más piden? Dirán ustedes. ¡Ay! ``quisiéramos amar''. (p. 148 de la edición francesa, Plon, 1962.)