Luis Linares Zapata
Grillos y dorados
Las elites de las finanzas públicas, en especial las de Hacienda, han menospreciado a los priístas durante largos años y mantienen con ellos una esterilizada relación. Sin embargo, saben bien que dependen del PRI para su protección y continuidad. En repetidas ocasiones han pretendido engrosar sus currícula rozándose con algunos de ellos al interior de sus órganos de relieve. Esto lo hacen siempre y cuando no se les exija salir a las plazas, llenas de pueblo ordinario, en busca del voto. Una vez tamizados por la distintiva comisión (si la consiguen), tratan, por lo general, dar el salto hacia el Congreso o hacia alguna gubernatura que se cruce por su penetrante, refinada y distante ambición.
En realidad, entre la tecnoburocracia hacendaria y el priísmo se ha entablado una relación de mando y disciplinada obediencia que linda en el sadomasoquismo. Unos les dictan rutas a seguir y los otros las recorren sin chistar, aunque no les guste. La línea es poderosa arma, máxime cuando ella proviene de las nimbadas alturas repletas de billetes y posiciones. Si los priístas se sienten agraviados por la consigna, les inducen a sus mandones algún columnazo, les inventan un chistorete o les ponen sobrenombres graciosos terciando sus apellidos con debilidades. Pero de ahí no pasa la rebelión.
Unos cometen crasos errores de juicio y dirección, pero permanecen en el anonimato o en sus resguardadas oficinas y los grillos tienen que salir en estampida a sostenerlos ante la oposición, los ciudadanos y la crítica, sin titubeos y menos reparando en la propia ignominia. Unos se introducen en los cuartos decisorios y los otros bajan al pleito callejero de trinchera. Unos pavonean su impunidad en salones y cenas de iniciados, y los de abajo arriesgan el escarnio y hasta la sanidad mental, peligro ante el cual, y para resguardarse, se revisten de animoso cinismo.
Pero la lista que describe tan dispareja interrelación bien puede continuar. Los hacendarios establecen los compromisos estratégicos con los grupos de presión que cuentan, en especial, con los financieros privados; los priístas tienen que evitar la circulación de nombres, esquivar intereses cruzados, disfrazar contubernios o darle un sentido popular imprevisto a los frecuentes equívocos y complicidades. Y todo esto ante la principal tribuna de la nación, en ruedas de prensa o en compromisos con la oposición. Los encargados de programar el gasto distribuyen o concentran, de un plumazo ejecutivo, el esfuerzo fiscal en aquellos programas que les son caros a su visión de poder (Progresa), los priístas sufren la ruptura de sus intereses electorales establecidos, durante años de negociaciones, en sus distritos o regiones. Y lo que es todavía peor, el gobierno desarma las redes protectoras donde se amparaban grandes sectores de marginados proclives al manipuleo electoral.
Cuando salen a la luz y llegan a convertirse en asuntos nacionales daños patrimoniales inmensos como el Fobaproa, pérdidas monstruosas de empresas bajo el control y la supervisión hacendaria como en Conasupo, Nafin, CFE y Ferrocarriles; privatizaciones tramposas como Liconsa o Masa sin que nadie haya sido penado por ello; leyes de retiro caprichosas o intencionadamente hechas para fondear bancos ineficientes, son priístas los que tienen que justificar el desaguisado y encontrar salidas entendibles por la población pretendidamente beneficiada. Son los hacendarios los que se reparten pensiones ilegítimas e ilegales y a los legisladores del tricolor les toca apechugar el reclamo colectivo, remontar la caída de votos y sudar ante los cuestionamientos de famélicos pensionados del ISSSTE o el IMSS.
En fin, un amasiato que es, a todas luces, desigual, y los dolores y rencores provocados no sólo han tomado la forma de candados partidistas sino que, en ocasiones cada vez más frecuentes, se convierten en rasposas oposiciones a seguir tolerando privilegios y abusos. Ya no aceptan los priístas recibir en el Consejo Político de su partido a los recomendados presidenciales. Las críticas y hasta odios que los grillos les dirigen y guardan a los consentidos de Los Pinos, no auguran una tarde soleada para la todavía dorada casta de burócratas hacendarios. No queda claro todavía el final de esta querencia malsana para ellos y para la nación. Insania que ha sido nutrida por la centralización y el vertical autoritarismo de las decisiones por un grupo de privilegiados que, hagan lo que hagan, permanecen a buen resguardo. En otros países o sistemas más respetuosos del sentimiento ciudadano habría, en casos parecidos, caídas de gobierno, renuncias instantáneas, restitución de recursos, cárcel y votos de castigo. Pero eso es un asunto distinto. Aquí todo está bajo control. Se espera, no sin un dejo de impotencia, que tal creencia en el control sea virtual y pasajera para bien de la vida democrática.