Ugo Pipitone
Seattle
La reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC), en Seattle, resultó un fiasco rotundo. Los 5 mil delegados de los 135 países tuvieron que regresarse a sus casas sin ningún acuerdo. Ahora ya sólo queda una pregunta: Ƒeste fiasco puede ser considerado un éxito para los ciudadanos de este planeta? Una de las organizadoras de las manifestaciones de protesta contra la OMC parece no tener dudas: "En Seattle se ha escrito una página histórica, hemos conseguido frenar a las fuerzas de la globalización en beneficio de las grandes empresas". Otros organizadores manifestaron similar exultación por el éxito del "carnaval contra el capitalismo global". Yo tendría mis dudas. He visto demasiadas jornadas "históricas" para creer que cada vez que se usa esta expresión se haga con un mínimo de sensatez.
Lo que estas manifestaciones dejan es la clara conciencia de la antipatía que varios sectores de izquierda radical sienten hacia los temas de la globalización. Confirmación de un dramático atraso cultural que rehusa entender algunos datos esenciales de nuestro tiempo. Trataré de sintetizarlos en el menor número de palabras.
Primero: en las últimas tres décadas el PIB mundial ha crecido (en términos reales) 2.2 veces. Frente a esto, las exportaciones han aumentado 5.6 veces y las Inversiones Extranjeras Directas 4.7 veces. Estamos frente a un proceso que refuerza las interdependencias globales y crea nuevas condiciones para el desarrollo de todas las economías del mundo.
Segundo: el capitalismo (global o no) no es el producto de las maquinaciones de un puñado de plutócratas, sino la realidad histórica en la que la humanidad está metida desde hace varios siglos. Y aún no encontramos, que yo sepa, formas de producir riqueza sin pasar por la motivación del beneficio. A menos que me equivoque, la segunda mitad de este siglo estuvo caracterizada por el fracaso, ese sí "histórico", del comunismo en Europa oriental y de varias formulaciones de "nacionalismo revolucionario" en varias partes del mundo en desarrollo. Estos fracasos no son de saludar con regocijo, son simplemente hechos que deberían obligarnos a una lectura más cuidadosa, y menos voluntarista y retórica, del actual ciclo histórico.
Tercero: la globalización no se reduce a la economía, es también un proceso de acercamiento entre culturas, valores, experiencias, y suponer que detenerla sea un éxito es expresión de una mezcla antigua de ingenuidad y de maximalismo. La misma mezcla contra la cual Marx tuvo que luchar para evitar que el movimiento obrero naciente cayera en las manos de mesías ingenuos y voluntariosos. Proudhon para hacer un solo ejemplo.
Cuarto: Ƒhabría sido un "éxito" hace cinco o siete mil años atrás detener la revolución del neolítico que permitió asentamientos estables, una agricultura permanente y el impulso civilizatorio? ƑHabría sido un éxito si los luditas, hace más de dos siglos, hubieran detenido la industrialización con su destrucción de la maquinaria industrial?
ƑSignifica esto que los manifestantes de Seattle estaban completamente equivocados? No. Sólo lo estaban parcialmente. Tampoco estaba completamente equivocado el Quijote cuando tomaba por asalto los molinos de viento. Su problema es que confundía una necesidad ética con una posibilidad real de incidir en la historia. Y, naturalmente, se equivocaba de objetivo. No se reconstruían los tiempos heroicos de la caballería andante agarrando a sablazos a los molinos de viento.
No se construye una humanidad menos prisionera de la miseria, la ignorancia y la injusticia luchando contra la globalización, sino aceptándola como un hecho histórico que necesita ser regulado fuera de la retórica neocobdeniana y de la creencia de que el mercado sea una panacea absoluta.
De Seattle vino el testimonio de la ira sobre las consecuencias negativas de la globalización, pero ni la más remota idea sobre cómo regular este proceso histórico evitando sus secuelas indeseables. Ni la menor idea sobre cómo regular esta fuerza histórica que nos arrastra hacia adelante. Fue suficiente la denuncia ética de un proceso histórico que no se entiende: el mejor, y más experimentado, camino a la derrota. Incluso la idea de establecer norma mínimas de derechos laborales mundiales, fue vista como intromisión imperialista. La ira sin proyecto es camino hacia la marginalidad y hacia una impotencia maquillada con una ética construida sobre la incomprensión del mundo. Seattle fue el mejor ejemplo de una izquierda maximalista que no entiende el mundo y no sabe cómo incidir en sus procesos históricos.