CIUDAD PERDIDA Ť Miguel Angel Velázquez

Ť Saramago, el Teletón y el futbol

Ť El Nobel, ausente de la tv comercial

Cosa de comentarse. El sábado por la noche la televisión era algo tan confuso como la política del país.

En el Canal dos una muchacha cachetona se desgarraba entre llantos y sollozos para pedir a los muy ricos, los pobres y los jodidos, en este país ya no existen otras clases sociales, su dinero para ayudar a los niños minusválidos de México. En otro de los canales televisivos propiedad de los Azcárraga un grupo de jugadores de futbol se desgarraban las camisetas para demostrar que la misma televisión los convirtió en una especie de luchadores sin máscara, actores más que deportistas, y en el 22, José Saramago, el premio Nobel de Literatura, nos desgarraba el alma a fuerza de comentar sus experiencias de la mexicanísima desigualdad, de la injusticia y de sus preocupaciones por el suceso Chiapas, y de levantar una denuncia en contra del gobierno mexicano, de la sociedad mexicana, cómplice de nuestros males.

Muy pocos escucharon a Saramago por televisión, menor aún en comparación fue la concurrencia que llenó, de butaca en butaca y aún en la explanada, el Palacio de Bellas Artes, y muchos menos los que ahora pudieron leer en los diarios la exposición del premio Nobel de Literatura.

Escondida, con el mínimo espacio, prácticamente ignorada, la reflexión de Saramago sobre la situación en Chiapas-México no mereció los espacios del Teletón o del futbol, así que si alguien quiere enterarse de lo que dice un premio Nobel, es decir, uno de los más importantes pensadores del mundo, no lea otros medios porque encontrará nada o casi nada respecto de las críticas al gobierno mexicano.

¿Será por eso? Bueno, lo importante es no mantener en total silencio las palabras de Saramago, claro que los de siempre dirán lo de siempre: intromisión en los asuntos internos, que no vuelva a entrar, gritarán unos, otros seguramente alertarán sobre la maniobra comunista del escritor, y todos juntos tratarán de golpear al director de Canal 22, José María Pérez Gay, por no haberse sumado a la filosofía salinista: ni lo veo ni lo oigo.

Las palabras del escritor nos duelen a los mexicanos, pero deben lastimar más a las autoridades, y los escritores del gobierno insistirán en descalificar al premio Nobel, pero no podrán ocultar la realidad descrita con humildad y sencillez por parte de Saramago.

El novelista salió ayer del país, dejó sus palabras para quien quiera oírlas, pero todos aquí y afuera saben cómo van a pesar.

Antes, en el gobierno citadino, le entregaron las llaves de la ciudad, y el hombre se sintió feliz, agradecido.

El gesto de la Jefatura de Gobierno hizo sentir al portugués que no todo es PRI en México, y advirtió en sus gestos, en sus palabras, un reconocimiento claro a eso que podríamos llamar la diferencia.

Pero Saramago apenas y conoció la verdad de México. Sería bueno, por ejemplo, que en su próxima visita le dieran una vuelta por el Metro, porque allí, como en muchas partes del país, el engendro del priísmo, los sindicatos subordinados y corporativos son, ahora, el bastión de la intolerancia y la injusticia.

La organización de los líderes sindicales apoyados en el PRI mantienen sojuzgados a los trabajadores y conculcados sus derechos.

Por eso un imperio de corrupción y terror se han instalado a la sombra de la impunidad que oferta el partido de Jesús Silva por los votos del miedo recolectados por el gansterismo sindical.

El viaje por los infiernos del sindicato del Metro descritos por María Isabel Valverde Martínez y relatados por Paco Ignacio Taibo II y Jorge Balarmino da idea de un poder inimaginable dentro del país feliz y próspero que publicita Ernesto Zedillo.

Hace un buen rato los trabajadores del Metro han hecho denuncias de todo tipo por las injusticias cometidas por sus dirigentes. Nada sucedió mientras el PRI gobernó la ciudad, ahora se empieza a crear una organización sindical paralela.

Poco a poco, la gente trabajadora empieza a vencer el miedo y se lanza, en los bordes de la desesperación, en la búsqueda de otra opción.

En los próximos días se hablará mucho de este sindicato, que no es el único montado en la ola del corporativismo.

Tal vez no alcance el tiempo para revertir los años y años de terror encostrados en la conciencia de los trabajadores, pero ya se inició el cambio.

Por lo pronto, el Gobierno de la ciudad ya se entrevistó con María Isabel Valverde, y las posibilidades de lograr un acto de justicia parecen concretarse.

Con hechos de justicia, solamente de justicia, se podrá fincar la transformación a fondo urgente para cambiar, definitivamente, el rostro de una ciudad que hubiera horrorizado a Saramago si se hubiera enterado de la historia de las muchas Mariaisabeles sacrificadas por los sindicatos del corporativismo.