La Jornada lunes 6 de diciembre de 1999

Astillero Ť Julio Hernández López

Quienes creían que el encono sólo se estaba dando en los terrenos políticos tradicionales (la contienda entre partidos, por ejemplo), deben ahora santiguarse ante la aparición de otro terrible combate.

No es, como podría suponerse, una rijosidad en la que intervengan precandidatos presidenciales (como en el caso de Labastida y Madrazo) o candidatos formales (como sucede entre Fox, Labastida y Cárdenas) o en los terrenos del narcotráficoÉ

No. El nuevo escenario de guerra, el campo más reciente de los bombardeos políticos, es el de la elite de la iglesia católica mexicana, en donde pelean a navaja limpia cardenales, abades y otros jerarcas religiosos a propósito del indio Juan Diego, que ya ha sido convertido en beato, a quien para el 2000 se pretende santificar y contra cuya causa se han alzado ahora voces como las del ex abad de la Basílica de Guadalupe, Guillermo Schulenburg y del administrador actual del recinto, Carlos Warnholtz, quienes en otras circunstancias se considerarían opinantes absolutamente autorizados y conocedores del tema, pero que ahora suscitan rechazo, enojo y descalificación totales.

Uno de los jerarcas católicos que ha enfrentado directamente a Schulenburg ha sido el cada vez más famoso obispo de Ecatepec, don Onésimo Cepeda, quien logró en meses recientes que el presidente Zedillo fuese a inaugurar la nueva catedral de ese punto mexiquense (un acto de índole meramente inmobiliaria, y no religioso, según la tesis de Humberto Lira Mora, el subsecretario de Gobernación encargado de asuntos religiosos, quien no encontró motivo en Ecatepec para amonestar al Presidente de la República, pero sí para apremiar al gobernador de Nuevo León, Fernando Canales Clariond, a que no participara en un jubileo público, bajo amenaza de sanción oficial).

Don Onésimo ha estado recientemente en el remolino de los medios, además, por organizar torneos golfísticos, por sus excelentes relaciones con políticos y banqueros, por haber acudido la noche del 7 de noviembre a abrazar en público a Francisco Labastida, y ahora por decir que las palabras del ex abad Schulemberg son provocadas por la edad, pues es ``un viejito'' de casi 80 años aferrado a ideas fijas y a prejuicios. Decidido a todo con tal de impedir que se frene el proceso de santificación de Juan Diego, que al sistema PRI-gobierno le caería de perlas en vísperas electorales, el obispo Cepeda olvida la avanzada edad de otros prelados, y sus públicas muestras de decaimiento y enfermedad, como en el caso del propio papa Juan Pablo II.

Otros jefes de la Iglesia que han salido a enfrentar las virtuales herejías (a juicio de esos jerarcas) de quienes durante años vivieron y han vivido del culto a la Virgen de Guadalupe, y que hoy opinan contra la autenticidad de la historia del indio Juan Diego, han sido los cardenales Norberto Rivera y Adolfo Suárez.

Y es que, al costo que sea, en México, por ahí del mes de julio, debe producirse otro milagro, otra aparición (esta vez de votos en las urnas, y no de rosas en el ayate). Ya tuvimos el 7 de noviembre de este año una primera demostración de fe (diez millones de votos acompañados de la misteriosa inscripción en latín antiguo que decía: ja, ja, ja); ahora necesitamos que, por ningún motivo, nos retrasen o cancelen el próximo milagro venidero. ¡Santas grillas, Vatman (o sea, hombre de El Vaticano)¡

Una posposición necesaria

No le hizo mal al presidente Zedillo posponer su encuentro en Estados Unidos con Bill Clinton. Sobrada como está la política de malpensados, no faltan quienes creen encontrar dobles intenciones en el lance presidencial de la semana pasada, cuando el doctor Zedillo prefirió posponer su visita al vecino país del norte, en razón de que el congreso federal (mexicano, desde luego) no le había autorizado su salida de territorio (nacional, desde luego).

Por la razón que fuere, lo cierto es que el presidente constitucional de los mexicanos no estaba en las mejores condiciones posibles para reunirse con su similar estadunidense.

El escándalo mundial de las llamadas narcofosas de Ciudad Juárez, evidentemente le coloca en una situación disminuida, de pena acaso por los indicios que muestran el grave y elevado contubernque existe en México entre los poderes de la política y el narcotráfico; de apremio, además, frente a la prensa de aquel país (y un poco también la de éste), para que explique las extrañas circunstancias que han rodeado los operativos policiacos de la juarense población fronteriza, que han sido jefaturados por elementos de la FBI, en una abierta e imperdonable violación a lasoberanía nacional, por más convenios de colaboración que se usen como pretexto, por más acuerdos de cooperación que se aduzcan, inservibles todos ellos para anular la palabra de la máxima ley de los mexicanos, que es la Constitución General de la República, en la que se prohíbe cualquier tipo de actuación de agentes extranjeros en suelo patrio.

De ambas calamidades se ha librado el presidente Zedillo en un trance en el que se ha querido culpar a los partidos opositores (PAN y PRD) de obstaculizar la agenda presidencial. No es, desde luego, la primera vez en la que las urgencias viajeras del doctor Zedillo han forzado a los legisladores a tomar decisiones sobre tales giras de trabajo al exterior. Por el contrario, en algunas otras ocasiones más se ha mostrado un manejo de última hora de las pretensiones presidenciales de salir del país, lo que hasta la fecha había sido resuelto de manera positiva por la comprensión de legisladores que no tensaron la normatividad del caso hasta el extremo de colocar al presidente de los mexicanos en predicamentos frente a sus colegas de otros países.

En esta ocasión, sin embargo, fue la propia oficina presidencial la que decidió dejar para otra fecha la posibilidad de un encuentro entre Zedillo y Clinton. Podía haber esperado que, como en otras ocasiones, un replanteamiento de urgencia dotase al Ejecutivo mexicano del permiso protocolario para salir del país, pero el doctor Zedillo prefirió no correr riesgos y, mejor, posponer abiertamente el viaje.

Tan prudente comportamiento del presidente Zedillo podría ayudar a entender la fuerza del Poder Legislativo mexicano y el respeto que se tiene a sus decisiones, así fuesen las de no resolver sobre las rodillas o por presiones una solicitud para viajar al extranjero. Pero los voceros del priísmo, Francisco Labastida y Dulce María Sauri, han metido el caso al terreno de las especulaciones y los forcejeos partidistas, al pretender culpar a los diputados no priístas de un chantaje político, pues a su entender no se dio la autorización del periplo debido a que panistas y perredistas pretendían otorgarla a cambio de beneficios para causas particulares, que deberían contar con el voto de los legisladores priístas para que, así, los no priístas votasen por el ansiado permiso presidencial.

Ya el propio Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano señaló el domingo recién pasado que esos rituales aprobatorios de los viajes presidenciales carecen de sentido, pues las relaciones globalizadas obligan a los mandatarios nacionales a salir de sus fronteras con rapidez y frecuencia, lo que debería hacerse sin necesidad de permiso especial, siempre y cuando fuese por un plazo razonablemente breve (por decir algo, dos semanas). Por ello, el candidato presidencial perredista llegó a proponer una reforma constitucional que aboliese la exigencia actual de permiso del Poder legislativo para viajes cortos del Ejecutivo.

Por lo pronto, y haya sido por lo que fuese, ¡Uf¡ qué bueno que no fue el presidente de los mexicanos con su poderoso colega vecino del norte a hablar de fosas y huesos.

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