La Jornada domingo 5 de diciembre de 1999

Bárbara Jacobs
Papel de hombre

Con frecuencia me pregunto qué es la dignidad y cómo se alcanza. Supongo que se trata de un valor instintivo, pero uno no debería creer que es subjetivo y por lo mismo no hacer nada por cultivarlo. No sé por qué en todo caso asocio el tema con un puñado de actores que, como hombres, lo han puesto en práctica y, al hacerlo, se convirtieron en modelos a seguir.

De John Gielgud señaló Emily Mitchell que "no escatimaba la dignidad que impartía a cada papel que representaba", fuera éste trágico o cómico, de un personaje clásico o de uno común y corriente, de todos los días. Pero, Ƒcómo saber si se refería a que, en palabras de él en vísperas de pasar a ser nonagenario, hay que "Descartar todo gesto innecesario; simplificar todo movimiento y toda modulación de la voz" para, de este modo, "alcanzar la expresión más verdadera"? Sea como fuere, entiendo la dignidad en Dirk Bogarde cuando, hace un par de años, se presentó en Madrid a firmar ejemplares de su autobiografía sólo para enfrentarse con que no hubo quién se acercara a solicitarle ninguna firma. Y digo que se condujo dignamente pues, ante el fracaso, no se lamentó en la prensa y ni siquiera insultó a los organizadores del acto por haber sido ineptos, indignamente ineptos.

Bogarde cuando, hace un par de años, se presentó en Madrid a firmar ejemplares de su autobiografía sólo para enfrentarse con que no hubo quién se acercara a solicitarle ninguna firma. Y digo que se condujo dignamente pues, ante el fracaso, no se lamentó en la prensa y ni siquiera insultó a los organizadores del acto por haber sido ineptos, indignamente ineptos.

Más lamenté yo no haber asistido a la firma, pues no sólo estaba en Madrid sino que ya admiraba a Bogarde. En mi vida interior, había alcanzado familiaridad con él, de manera que al no haberlo acompañado sentí que yo le había fallado a un amigo, es decir, que me había conducido con él sin dignidad. Es que hay muchas formas de ver las cosas, y cuando Jean Paul Belmondo ignoró mi asombro al cruzarnos en una calle en París lo creí más indigno de mi admiración que a John Wayne que sí me saludó, en una esquina de la ciudad México y por más que en París hubiera estado lloviendo en aquella ocasión, y puesto que también para Wayne yo era una desconocida.

Por dignidad, yo ni de broma propondría sostener una conversación con quien no tendría nada que decirme a mí, y me parece que falta dignidad a los que proponen conversar con quienes no hablan el lenguaje de los animales; pero entiendo que todo sea producto de la imaginación, ese mundo en el que sabemos tan bien lo que es la dignidad que no nos hace falta ni siquiera hablar de ella.

De Anthony Hopkins me han zarandeado para bien un par de actitudes suyas, cuando declaró que se volvió abstemio al advertir que bebido carecía de dignidad, o algo así, y cuando además contribuyó de forma decisiva para comprar el monte que caracteriza su ciudad galesa y cuyo aristócrato último dueño estaba por venderlo a un empresario no galés, para que hiciera con él lo que quisiera, aun cuando lo que quisiera fuera desembarazar a la ciudad de su punto de referencia tradicional, "Al diablo con las tradiciones", diría en su interior, a la vez que Anthony Hopkins se pronunciaba por la dignidad de la tradición. Es que eso de "no escatimar dignidad" en el papel que sea que uno represente, y así sea que no represente otro papel que el de ser hombre, no es tratar el tema de la dignidad a la libera.
Si escatimas dignidad a tu vida, hombre o actores de hombre, Ƒcómo confirmas tu existencia?

Pero es a otro Anthony, a Anthony Perkins, a quien cedo la última palabra por lo que hace a un ejemplo de dignidad. Poco antes de morir, y murió de sida, Anthony Perkins, Tony Perkins, escribió que esa enfermedad, contrario a lo que otros pudieran pensar al respecto, no era ninguna venganza de Dios pues, dijo, "Enseña a la gente cómo amarse y entenderse y tenerse compasión unos a otros". En esa especie de despedida, anotó, "He aprendido más sobre el amor, el desprendimiento y la comprensión humana, de parte de las personas que conocí en el mundo del sida, que de lo que aprendí en el mundo mezquino y despiadado en el que pasé mi vida".